Julie Gayet, en el papelón de su vida

-La afinidad ideológica se tornó en amor y éste, en culebrón global. La actriz y el presidente pagan cara la realización de sus deseos
-Y Francia escruta la vida de una comprometida actriz y productora convertida, oficial u oficiosamente, en su nueva primera dama

Juan Peces
París, El País
Cuando la corresponsal de The New York Times en París Elaine Sciolino escribió su libro La seducción con el fin de analizar la psique de los franceses y sus ricas ramificaciones carnales, incluyó una frase de la indescriptible actriz y cantante Arielle Domballe en la que esta decía: “La seducción no es un asunto frívolo. Es la guerra”. Hay que leer el libro para intuir, en una interpretación libre, que ese combate no es tanto un ejercicio de sadismo narcisista —como el que describiera Choderlos de Laclos en Las amistades peligrosas—, sino una manera de afrontar, con armas diversas y efectos colaterales, el miedo ancestral del ser humano a la soledad, la muerte y el vacío existencial.


Determinar cuáles de esos elementos han intervenido en el affaire amoroso entre el jefe del Estado de la quinta República francesa y la actriz Julie Gayet es una tarea que pertenece al terreno de la especulación. Si la curiosidad del público lo lleva a interrogarse sobre los rasgos de la persona que ha removido los pilares del catafalco presidencial, los amoríos de Hollande ofrecen también material abundante para la reflexión en términos sociológicos, en un país que parece abonado al diván del psicoanalista.

Intentar satisfacer esa curiosidad sirve principalmente para lubricar el sensacionalismo mediático y estimular el punto uve —de voyeurismo— de su audiencia. Pero también permite aproximarse a la mentalidad colectiva de un país que, cual madre controladora, se pregunta sobre la idoneidad de la pareja oficial u oficiosa de su presidente.

Julie Gayet, objeto de los afectos terciarios de Hollande, es, antes que la amante del presidente de Francia, y por encima de su condición sobrevenida de personaje público, una mujer independiente, que ha sabido compaginar su carrera profesional como actriz y productora cinematográfica con la maternidad y que no ha renunciado a ejercer su derecho como ciudadana al compromiso político. Esa afinidad ideológica evolucionó luego hacia la admiración, el afecto personal y, finalmente, la entrega amorosa a un hombre embarcado en un proyecto paralelo de seducción más ambicioso: traducir la frustración y el desánimo de sus conciudadanos en votos. Los dos personajes de esa historia consiguieron sus objetivos a corto plazo, pero ambos han pagado un precio por ver cumplidos sus deseos. Él, por su torpeza y por la ausencia de esa ejemplaridad que preconizaba en campaña; ella, por su exposición mediática.

Gayet, nacida en Suresnes en 1972, viene de una familia acomodada: su abuelo fue resistente y reconocido como compagnon de la libération, y es hija de un prestigioso cirujano en un centro sanitario privado de París y una anticuaria. Ha conocido ciertos éxitos cinematográficos —recientemente, en un personaje secundario en la película Quai d’Orsay— y televisivos, y ha producido o coproducido varios documentales. En su filmografía figuran una breve aparición en Tres colores: azul, de Kieslowski, y varios títulos que resultan, en sentido figurado, premonitorios, como Retratos de amantes, El arte de seducir, Enamorada, Familia descompuesta, Caos y deseo… También sale en algunos videoclips del cantante Benjamin Biolay, entre ellos el tema Deja que ladren los perros.

Fue precisamente “para hablar de cine” el motivo por el que, según la revista Elle, uno de los hijos de Hollande, Thomas (pareja de una amiga de Gayet, Joyce Jonathan), propició un encuentro entre Hollande y la actriz, que ya se conocían. La publicación femenina lleva a la actriz en la portada de su último número, y encabeza su perfil —amable— con un retrato suyo tomado en el Festival de Cine de San Sebastián el verano pasado. El artículo es una loa a su sensibilidad artística y su bonhomía.

Nada que ver con la línea visceral de la revista Closer, donde se publicaron las fotos de Sébastien Valiela que evidenciaban la relación entre Hollande y Gayet. Dicha revista asestó ayer la segunda puñalada a Valérie Trierweiler, que ha pasado de ser una primera dama cuestionada a segunda dama de la República.

Según la revista, la relación entre la pareja tiene dos años de antigüedad. Fue Ségolène Royal, la despechada madre de los cuatro hijos de Hollande y frustrada candidata socialista a la presidencia, la que presentó a los dos personajes de esta historia en 2011. Gayet ya figuraba entonces en los círculos cercanos al poder socialista por su participación en actos de apoyo a los candidatos del partido. De hecho, la actriz no dudó en aparecer en un vídeo de apoyo a Hollande, un político que eligió como lema electoral “el cambio es ahora” y al que tildaba de “hombre formidable”.

Pertenece al género de la ficción-couché establecer hasta qué punto el famoso beso que propinó Trierweiler a Hollande en el acto de la plaza de la Bastilla la noche triunfal del 6 de mayo de 2012 fue una forma de lanzar un mensaje a terceros, un intento desesperado de una mujer por reafirmar la posesión afectiva de su amado, no ya ante su antigua pareja, Ségolène Royal, sino ante cualquier candidata a ocupar su lugar.

Closer sí afirma que Gayet, que tenía una sede de su productora cinematográfica en la calle del Faubourg Saint-Honoré, habría recibido al presidente en su piso-oficina de 265 metros cuadrados en diciembre de 2012. Ambos habrían decidido buscarse un sitio más discreto al advertir que el portero del inmueble intentó fotografiarlos. Hay que recordar que en esa época la supuesta pareja oficial tenía que lidiar al mismo tiempo con su nuevo papel de compañera del presidente; con el desafecto de la opinión pública; con su condición de periodista relegada (por conflicto de intereses) de Paris Match; con la amargura de Ségolène Royal y con la distancia afectiva respecto a los cuatro hijos de su pareja.

Buscando más intimidad, los amantes pasaron a verse, según Closer, en el loft del este de París —una de las zonas más bohemias y próximas a la izquierda política de la ciudad— donde Gayet vive con los dos hijos, Tadeo y Ezequiel, fruto de su matrimonio con el escritor y cineasta franco-argentino Santiago Amigorena, de quien se separó en 2006 tras ocho años de relación. Allí, explica la revista, Gayet recibía habitualmente a artistas, intelectuales y políticos, a quienes no les pasó desapercibida la relación entre la anfitriona y el presidente.

En junio de 2013, y cuando Trierweiler, supuestamente, ya estaba al corriente de la infidelidad de Hollande, Gayet ofreció como solución el apartamento, aportado por su amiga la actriz Emmanuelle Hauck, en el número 20 de la Rue du Cirque. Entonces no podía imaginar que, al descubrirse el affaire, la prensa haría notar los lazos entre el pisito y la mafia corsa (la titular del contrato de alquiler estuvo emparejada con un ciudadano corso que fue asesinado en un aparente ajuste de cuentas).

Santiago Amigorena, padre de los hijos (bilingües en francés y español) de Julie Gayet, ha señalado a la prensa que para él no hubo engaño alguno por parte de su exesposa (se refería al triángulo Hollande-Trierweiler-Gayet, no a su matrimonio marchitado). Ello equivale a decir, parafraseando al personaje de Woody Allen en Annie Hall, que la relación entre François Hollande y Valérie Trierweiler era ya un tiburón muerto, un asunto terminado.

El escritor argentino acaba de publicar un libro triste y bello titulado Des jours que je n’ai pas oubliés (Días que no he olvidado), y en el que su autor presenta la obra al lector con esta frase: “¿Se puede amar a dos personas a la vez? (…) Los días en los que transcurre este viaje a Italia dan cuenta de lo que ha vivido un hombre que ha sido amado a medias”. La obra arranca con los pensamientos suicidas de un hombre destrozado por el desamor: “Él piensa en todos estos años en los que ese amor, por ser más débil, más triste —como dice ella—, la lanzó en los brazos de otro hombre”.

En la línea de los mensajes cifrados, la más reciente columna literaria de Valérie Trierweiler (cuya relación con Hollande la prensa francesa da por muerta) para Paris Match comienza diciendo que “no hay peor veneno mortal que la indiferencia”.

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