Jesé confirma al Madrid en semifinales de la Copa del Rey
A los seis minutos, Jesé nos recordó lo más novedoso de la alineación del Madrid: jugaba él. Lo hizo con un gol espléndido, tan brillante como el pase largo de Xabi Alonso. Sin detenerse, Jesé controló la pelota con el pecho y la convirtió en la liebre de su carrera. Después, plantado ante Casilla, le cacheó con la mirada y remató de un modo extraño, pero mortal. Jesé es un jugador especial y golpea el balón como si en las botas tuviera un taco de billar. Debería jugar más, pero, por desgracia, los entrenadores son adultos que se empeñan en dosificarnos los placeres, no vaya a ser que la felicidad empache.
El gol no era el único problema del Espanyol. El equipo estaba desparramado, descubierto y entregado a la mínima ocurrencia del Madrid. Sin embargo, de algún modo, superó los minutos críticos, los que le hubieran condenado a la goleada. Progresivamente, el sopor se instaló en el campo como una nube de niebla. Se escuchó al tipo del megáfono, clásico torturador, y hasta se oyó el crujir de las cáscaras de las pipas.
Nada era sorprendente; todo había sido visto en los episodios anteriores. Cristiano tropezaba con Casilla y Sergio García predicaba en el desierto. Hasta que un hecho apagó el megáfono. Sucedió en la banda derecha del Madrid. Nacho derribó a Sergio García después de tocar el balón (inmerecida amarilla) y Xabi culpó a Arbeloa de no cubrir su banda. Ambos se enzarzaron en una discusión muy poco edificante y demasiado larga.
El efecto de ese barullo fue inmediato: el Espanyol se asomó por primera vez y Pizzi encadenó un par de ocasiones, tampoco muy claras, pero señales de vida. El partido no volvió a tener control, ni ritmo, ni armonía. No hay nada más contagioso que el caos. Y el caos tiene especialistas, maestros del Big-Bang. Coentrao chocó contra un rival y salió del lance como si le hubiera atropellado una carreta; fue sustituido y hasta hubo quien le aplaudió. A continuación, Teixeira expulsó a Víctor Sánchez por nada, por tener brazos, si acaso, por estornudar dos veces.
El tiempo corría a favor del Madrid y, en algún sentido, también en favor del Espanyol, que se encontraba a un gol del susto y a dos del milagro. Cristiano volvió a tropezar con Casilla y la repetición hizo sonreír a ambos: quizá esto sea el principio de una gran amistad. Fueron minutos en los que Sidnei engrandeció su figura, ya de por sí enorme. Los del récord de Casillas (682' sin goles).
Pero, en realidad, no pasó nada. Menos que eso. El partido calcó el resultado de los dos anteriores, idéntica sensación, pronóstico inalterable: el Madrid jugará las semifinales de la Copa. Tal vez entonces se le acelere el corazón.