El Madrid abusó de un Betis en ruinas


Sevilla, As
El Madrid sigue ganando mientras se debate sobre la brillantez de su juego. Y no sólo acumula victorias; la impresión es que se divierte. Además, en cada partido, rescata a un compañero rezagado. Bale, el último. También Di María, recuperado a tenor de lo visto en el Villamarín. Incluso Morata, que volvió a marcar. El Betis ejerció de espectador y desde esa perspectiva no le fue tan mal porque lo mejor del Betis fueron los espectadores.


El partido nacía condicionado por la mala situación que atraviesan los verdiblancos y los presagios se cumplieron. A la media hora, la afición del Villamarín alternaba sus ánimos al Betis con increpaciones al portero propio, el danés Andersen. Aquella no era la única variación musical en la partitura de la grada. Los gritos contra Garrido daban paso a los cánticos en recuerdo de Pepe Mel. Lo más asombroso es que en ese peculiar ambiente el equipo local concentró sus mejor momentos, los únicos destacables, lo más parecido a una reacción que pueda imaginarse, aunque tampoco conviene imaginar mucho. Fueron, concretamente, dos ocasiones claras y consecutivas: Molina no pudo cabecear un gran pase de Chica y Rubén Castro no alcanzó un goloso envío de Baptistao.

Antes de proseguir, resulta de justicia señalar a Leo Baptistao como el único futbolista del Betis que todavía no está afligido, ni maleado, ni desesperado. Su ilusión destaca sobre el resto tanto como su talento. Lástima que en esta empresa su accionariado sea minoritario.

Sobre los gritos a Garrido hay convenir que su fichaje ha sido un desatino deportivo y emocional. Resultados al margen, el nuevo entrenador lo tiene todo para caer mal, incluida cierta arrogancia sin fundamento. La impresión es que el Betis no necesitaba tensión, sino confianza. Felicidad y líneas más juntas.

De Andersen, qué decir. Esta tarde estuvo más tierno que Hans Christian. No se movió en los dos primeros goles, ni siquiera disimuló con la típica estirada protocolaria. Digamos que optó por el Don Tancredo, antiguo lance taurino que consiste en estar loco, pero hacerse pasar por estatua; en ocasiones el toro pica y en otras clava.

La reincidencia fue lo que condenó al Tancredo danés. El derechazo de Cristiano, lanzado y en carrera, fue impepinable, de los que hacen invisible el balón hasta que algo infla las redes. Nada que oponer. El zurdazo de Bale, en tiro de falta, admite más reproches. El galés golpeó con el interior y colocado, junto al palo, pero no demasiado fuerte. Andersen siguió tan inmóvil como la efigie de Belmonte en el Altozano.

Nunca sabremos qué hubiera ocurrido de haber marcado el Betis antes del descanso. Quizá lo mismo. La ensoñación tiene poco recorrido porque quien marcó fue el Madrid. A punto de cumplirse el minuto añadido, Modric sacudió a la defensa bética hasta que cayeron manzanas; su último recorte taló varias cinturas. Después, despejado el panorama, se la cedió amablemente a Benzema: 0-3.

Cuesta analizar al Madrid porque apenas tuvo necesidad de jugar al fútbol y se dedicó a contragolpear, su pasatiempo favorito. En ese campo no tiene rival. No hay equipo que ejecute con más agilidad el contraataque, ni tampoco con tanta efectividad. Si sólo marcó cinco goles es porque Andersen quiso hacerse perdonar con cuatro intervenciones notables (hubiera necesitado ocho para obtener el indulto).

Di María, no obstante, consiguió el cuarto gol al enganchar un balón perdido tras un córner. Jugó bien el argentino, conste en acta; no han caído en saco roto los mimos del entrenador desde que amenazó con fugarse.

Morata culminó la faena y lo hizo de la peor forma posible para el Betis, en una acción confusa que la defensa desatendió por creer que el chico estaba en fuera de juego. El remate, pese a todo, fue de delantero experto y con un ojo morado.

Así terminó la historia, con el Madrid colíder, con el abucheo del público y con el Betis plantado en el mediocampo por exigencia de su entrenador, única aportación reseñable desde que llegó a Sevilla.

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