Cristiano y Jesé ponenl Real Madrid en cuartos de final de la Copa del Rey


Madrid, As
En el minuto 21, Cristiano ya había provocado dos tarjetas amarillas (Oier y Loe) y dibujado un pase de tacón. No era poco. Concretamente era todo lo que había hecho el Madrid. Fue en ese momento cuando se dispuso a lanzar una falta cometida sobre él mismo.La preparación la conocen: carrerilla, pose de pistolero y la misma expectación que en los lanzamientos de Cabo Cañaveral. La novedad es que, en esta ocasión, tiró a dar.


Cristiano chutó con eso que los brasileños llaman “trivela” para referirse a los tres dedos exteriores del pie, tercero, cuarto y meñique. La invención del golpeo (o su patente) se atribuye al brasileño Didí, al que Eduardo Galeano definió como “una estatua erguida de sí mismo”. La denominación es la más poética de un lance futbolero: folha seca. Así debe volar y caer la pelota, como una hoja en otoño. Para ello es necesario chutar de “raspao” y ser un experto en turbulencias. También es imprescindible disponer de un pedicuro de primera categoría.

Cualquiera con pies puede intentar una folha seca, pero debe asumir los riesgos: es fácil que rompa un cristal, que mate a una anciana o que caiga de espaldas y se fracture algún hueso. Con todo, la dificultad no radica en el impacto, sino en el control. El milagro es hacer diana con un avión de papel, teledirigir un globo que pedorrea al tiempo que se deshincha.

Hasta Andrés Fernández llegó ese balón lleno de tics. Su error fue poner los puños. Ahora es fácil decirlo, pero debió inflar los carrillos y colocar los brazos en jarra para ocupar el mayor espacio posible. El disparo le hubiera derribado como un bolo; a cambio, su dignidad estaría a salvo. Lo que ocurrió fue lo más terrible para un portero. El balón rozó sus puños y se le coló entre las piernas como consecuencia de algún efecto físico que no somos capaces de describir.

Los compañeros de Cristiano le abrazaron simulando con las palmas de sus manos el vuelo imposible del balón. Quienes lo vieron de lejos, o quienes no presten atención a la repetición televisiva, pensarán que el portero cantó. No acertarán, o no totalmente. La responsabilidad del concierto corresponde a los tres dedos exteriores del pie derecho de Cristiano, tercero, cuarto y meñique.

El partido terminó en ese instante. Y lo hizo abruptamente, porque Osasuna había jugado bien hasta entonces, tocando con sentido, fiel al estilo que ha impuesto Javi Gracia. El problema, ya comentado en otros partidos, es que sus académicos movimientos tienen lugar demasiado lejos de la portería contraria; amor sin sexo, para entendernos. Tampoco ayudó a Osasuna la suplencia de Oriol Riera, sustituido por el debutante Acuña, o del Gato Silva. Las rotaciones son cosas de ricos, como la suerte.

En los últimos minutos de la primera parte, De las Cuevas forzó la estirada de Casillas y Cejudo disparó al palo, después de un giro brillante. El esfuerzo no tuvo recompensa, y la merecía. Así se evaporaba el partido, sin más sorpresa que los nervios de Mateu Lahoz, extrañamente gesticulante y tarjetero (hasta Ghandi tenía malas noches). El recuento de amonestaciones es concluyente: siete amarillas, incluida una roja al indescifrable Coentrao.

Morata se lesionó luego y el Madrid se quedó con nueve. Nada más se hubiera podido destacar de no existir Jesé. El chico no abandona un partido sin dejar una flor. Esta vez propició el segundo gol con una carrera que le llevó del mediocampo a la línea de fondo sin descomponer el gesto, como una estatua erguida de sí mismo. Di María hizo honores al pase de la muerte y mató la noche. El Madrid está en cuartos sin despeinarse. Veremos ahora si el Espanyol le mueve el flequillo.

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