Para cortarse las venas

Inglaterra ha respondido al sorteo mundialista con resignación, por no decir depresión suicida

John Carlin, El País
Hay equipos que deben estar felices por el simple hecho de haber llegado a la fase final del Mundial de Brasil. No vivirán el torneo como unas vacaciones, pero disfrutarán de más relaxing cafezinhos con leite en las praçascariocas que los demás. Las expectativas de selecciones como las de Honduras, Costa Rica, Irán, Argelia y Australia no van más allá de clasificarse segundos en sus respectivos grupos y pasar a la siguiente fase.


Por otro lado, las hay que sentirán una enorme presión por ganar el campeonato, empezando por Brasil, el favorito en todas las casa de apuestas —en parte porque juega en casa, en parte por la paliza que le dio a España en la final de la Copa de Confederaciones el verano pasado—, paliza quizá engañosa, por cierto, porque aquel partido tuvo una importancia para los brasileños enorme mientras que para los españoles no fue mucho más que un amistoso de pretemporada.

En cualquier caso, si uno apuesta un euro hoy a que gana Brasil y acaba ganando recibirá tres euros. El ratio español es 7 por uno, por debajo de Argentina y Alemania. En cambio, si Honduras se proclamase campeón del mundo un euro se convertiría en 6.000.

Veremos cómo Neymar y compañía responden a las expectativas pero hay otro equipo que posiblemente sienta igual o incluso más el peso de la esperanza nacional. Se trata de Colombia. El viernes el presidente de aquel país, Juan Manuel Santos, dijo en una entrevista de radio que cuanto más lejos llegue su selección en el Mundial, mayores las posibilidades de que se consolide el delicado proceso de paz en el que Colombia se ha embarcado para acabar con una guerra civil que ha durado 50 años. Muy impactado por la potencia unificadora que tuvo el deporte en Sudáfrica en tiempos de Nelson Mandela, Santos sueña con que una serie de victorias en el Mundial de Brasil permita a su país la posibilidad de superar las barreras que bloquean el camino a la paz.

Pobres jugadores colombianos. En anteriores mundiales vivían bajo el temor de que si les iba mal los narcos los matarían; ahora tiene que soportar la carga de pensar que si caen a la primera la guerra colombiana seguirá cobrando más muertes entre sus compatriotas. Esperemos que les vaya muy bien y que, aunque no ganen el Mundial, las botas del tigre Falcao les ayuden a llegar lejos.

Pobres, también, los ingleses. Lo único que tienen a favor es que con cada Mundial que pasa las expectativas de sus paisanos, hasta hace no mucho siempre absurdamente altas, se han reducido casi a cero. La respuesta general en Inglaterra al sorteo mundialista del viernes fue de resignación, por no decir de depresión suicida. Cuando se anunció que la selección inglesa estaría en el mismo grupo que Italia, Uruguay y Costa Rica la reacción inmediata de Greg Dyke, el presidente de la Football Association, fue elocuente: hizo un gesto con el dedo, simulando degollarse. Triste el nivel al que ha caído el fútbol nacional inglés. Si ese grupo le hubiera tocado a España o a Alemania los ciudadanos de los respectivos países hubieran respondido con un encogimiento general de hombros, pero nadie hubiera pensando en cortarse las venas. Los ingleses ya se han convencido, en cambio, que les va costar mucho superar la fase de grupos, que lo más probable es que regresarán a casa en el primer avión de salida, quizá encontrándose en el aeropuerto de Río de Janeiro con los hondureños y los iraníes.

Les aterra, en particular, tener que enfrentarse a Luis Suárez, el delantero uruguayo. Suárez marcó cuatro golazos para el Liverpool en un partido el miércoles, recordando a los ingleses que su Liga, en la que menos de la tercera parte de los jugadores nacieron en las islas británicas, será maravillosamente competitiva pero su selección, que acaba de perder en casa contra Chile y Alemania, es un desastre.

Hasta hace apenas cinco o seis años España estaba en la misma situación. Liga fuerte, selección pobre. España e Inglaterra sufrían, a nivel de fútbol internacional, la misma humillación. Ya no. Desde que la Liga española se convirtió en un aburrimiento, en un desfile triunfal del Barcelona seguido de cerca por el Real Madrid, la selección se ha convertido en la mejor del mundo. Ironías de la vida y muestra, una vez, de que todo no se puede tener en este mundo. Salvo, claro, si uno es alemán.

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