Inesperado empate de Real Madrid ante el Xàtiva por la Copa del Rey
Hubiera sido vibrante si la Copa se jugara a un solo encuentro en campo del equipo más modesto. En ese caso el mundo se habría quedado colgado del partido de Xàtiva, de su inesperada prórroga, de la hazaña de los locales y de la impotencia del Madrid. Nada de eso sucederá porque en España se programan eliminatorias a doble partido para favorecer a los grandes. La proeza es indudable, pero el milagro improbable. Queda la vuelta en el Bernabéu.
En su disposición inicial, el partido lo tenía todo: buen ambiente en las gradas, sombras para darse besos y chavalería contenta; sólo le faltaba hierba. Hierba natural, quiero decir, de la que amarillea y sufre alopecia. La hierba artificial es una aberración de la modernidad similar a los tomatitos cherry; un material más parecido a la moqueta de un hotel que al césped de las praderas británicas. Lo que para ciertos equipos, castigados por climas extremos, empezó siendo una solución, para otros se ha convertido en una vaguería ecológica, un ahorro en jardineros. La evidencia es que los equipos con talento, y el Xàtiva lo tiene (Marenyà, Denis, Belda…), jugarían mejor sobre un césped clorofílico.
La superficie quedará como una de las mínimas justificaciones del Madrid. Aunque es cierto que al equipo le costó adaptarse a la dureza del suelo y a los vivísimos botes de la pelota, también lo es que tampoco le interesó en exceso el partido, ni la exigencia que proponía.
El Xàtiva no dio una facilidad. Desde el primer minuto, lo hizo todo como indica el manual del superviviente. Ni se achicó ni se volvió loco. Atacó con ánimo, pero con prudencia, y en todo momento llevó a cabo un esfuerzo formidable por mantener el orden. Si progresivamente perdió fuelle, y en consecuencia metros, es porque resulta imposible mantener la atención en tantos frentes y durante tanto tiempo. Por esa rendija se coló, poco a poco, el genio del Madrid.
En la primera mitad, el Real Madrid sólo remató una vez entre palos; cabezazo sin peligro de Casemiro. Sumen un disparo desviado de Di María y paren de contar. El argentino, por cierto, parecía empeñado en convencer al club de la bondad de su traspaso al Mónaco. Estuvo precipitado y fallón, ajeno a cuanto sucedía. Sólo dejó un buen pase el minuto antes de ser sustituido por Benzema; Isco no culminó.
Se entiende que el Xàtiva encadene ocho partidos sin recibir un gol. Mendoza y Alcázar son centrales a la vieja usanza, machos alfa, futbolistas con pecho de superhéroe. También se comprende que el equipo acumule ocho empates a cero. Su relación con el gol es distante, y bien que lo agradeció Casillas, porque la hierba artificial es altamente abrasiva.
En la segunda parte Ancelotti aceptó el fracaso y dio entrada a Marcelo por Arbeloa. El Madrid ganó en profundidad y en interés. O tal vez sólo se interesó Isco. Fue bastante. El malagueño destrozaba el orden del Xàtiva con cada avance o caracoleo, regate o pase al hueco; suyo fue el mejor tiro, salvado por un paradón de Francis. El estadio entero resopló cuando fue sustituido por Modric, en una indescifrable decisión de Carletto.
Benzema, Morata y Jesé tuvieron ocasiones de marcar, pero el Madrid no tenía ni puntería ni balas, tampoco deseos de mancharse con sudor propio o sangre ajena.
Lástima de Copa. En Inglaterra el Xàtiva habría sido aclamado por su proeza. Aquí en España todavía tendrá que subir el Everest con ropa de verano.