Diego Costa siembra el pánico
"Uno más”, gritó Simeone a sus jugadores nada más marcar el 3-0. Quedaban diez minutos, los puntos estaban en la caja y en esa ambición se quitó el disfraz el cholismo. Un gol más, el cuarto, le habría dado al Atleti el liderato en solitario, mejorando el goal average del Barça, con el que marcha empatado a puntos y diferencia de tantos, pero que ha marcado uno más. No llegó, pero el ansia de Simeone fulminó el discurso del partido a partido, de la Liga es muy aburrida, de nuestras aspiraciones son otras. El Atleti está inmerso de pleno en la madre de todas las batallas. Cree que puede pelear la Liga hasta el final, que puede ganarla. Y no hay razón para pensar que está loco.
Diego Costa fue el protagonista absoluto de la victoria sobre un Valencia que salió resignado, como si supiera que podría esquivar al tren durante media hora, quizás una entera, pero que acabaría por atropellarle. Fue exactamente lo que sucedió: aguantó la primera parte y luego le pasaron por encima.
Hasta el descanso, el Atleti dominó con ritmo plomizo. Djukic metió a su equipo atrás sin disimulo, pese a no tener defensas para aguantar un asedio ni de osos amorosos. Víctor Ruiz pasó una noche especialmente dura. Diego Costa abusó de él de tal forma que en otros tiempos le habrían puesto dos rombos a la retransmisión. El pánico ante cada arrancada del delantero atlético acabaría por pasarle factura en la segunda mitad. Antes, a Costa y Arda les faltaron socios y el Atleti mostró un leve brote de tiquitaquismo agudo, como si disparar desde fuera del área fuera delito.
El Valencia asomaba sólo por su banda izquierda, donde Guardado y Bernat se entendían con fluidez mientras sus compañeros miraban. Parejo, Canales y Jonas no tuvieron peso alguno en el partido y, sin ellos, el equipo che es poco; casi nada. Se sintió tan satisfecho de llegar 0-0 al vestuario, que decidió quedarse dentro y no salir a jugar la segunda parte. O al menos eso pareció.
El Atleti, por contra, se dio una ducha fría y volvió como una moto. Alves detuvo un primer tiro de Costa, Arda disparó fuera por poco, Villa culminó con un remate flojo otra gran jugada de la pizarra eterna del Cholo y el balón se paseó dos veces por el área pequeña sin que nadie lo empujase en cuestión de un minuto. No había transcurrido ni un cuarto de hora y al Valencia le había parecido una eternidad o, como poco, un par de cenas de Nochebuena con toda la familia, propia y ajena.
Y entonces Godín salió de la cueva y lanzó a Diego Costa desde mediocampo. Víctor Ruiz lo vio venir en estampida y se redujo al tamaño de un hobbit. Aterrorizado, ni le entró, ni le tapó, ni le molestó en su viaje hasta el portero. Se limitó a acompañar su carrera a una distancia prudencial, como un turista viendo un león en un safari. El gol fue estupendo. De inmediato, Raúl García entró por un Villa al que devora terreno por momentos. El navarro tardó tres minutos en marcar su gol de cada día, el décimo del curso, con un buen zurdazo tras un rechace.
Fue el preludio del último y mejor acto del show de Diego Costa, convertido para entonces en Mazinger Z. Primero provocó un penalti de Víctor Ruiz que Diego Alves le detuvo. Como si nada. Seis minutos después, una genialidad en el área obligó a Barragán a derribarle de nuevo. Ni se planteó que tirase otro. A la escuadra. Era su 17º gol de la Liga y empata a Cristiano como pichichi. Fue entonces cuando Simeone empezó a gritar. Y el Manzanares entendió su mensaje: “Creemos en la Liga”. Con motivo.