Wilstermann se ahogó en sus errores y su propia impotencia
De no ser porque Wilstermann necesitaba, imperiosamente, de la victoria (para mantenerse en la lucha) y porque para Néstor Clausen, su verborrágico adiestrador, la eventualidad de un triunfo tenía connotaciones triunfalistas en su distractivo contencioso con la prensa; habría sido difícil no asumir que el controvertido técnico argentino hizo todo lo posible (y hasta lo imposible) para que su equipo perdiese, como finalmente sucedió (0-1 ante Blooming).
Wilstermann anduvo descarrilado desde el inicio. La alineación (que suele ser una declaración de intenciones) no ofrecía un semblante esperanzador. Al contrario, el discurrir de los minutos fue develando un fútbol improductivo, corroído por la impotencia y plagado de imperfecciones, muchas asociadas al diseño (un desequilibrado 3-4-1-2) y a la inadecuada elección de los intérpretes (aquellos encargados de plasmar en el campo la idea del adiestrador). Cuesta discernir por qué Clausen optó por un dibujo táctico para el que no dispone de elemento idóneo. Por qué insiste en improvisar laterales (que no tienen el perfil para esa fundamental demarcación), al elevado costo de acentuar la vulnerabilidad de una defensa renga y sin disfrutar del beneficio (¿proyectado?) de conseguir amplitud por las bandas. Por qué insiste con un módulo que minimiza la gravitación de Berodia (dispone de escasa provisión, le restan acompañamiento y carece de pase) y alienta la diáspora, fracturando la estructura y desmontando los circuitos de juego. Si bien el equipo ejerció la iniciativa durante todo el partido, nunca tuvo profundidad. Llevó el control del trámite, la potestad de la pelota y el poco fútbol que pudo verse en el terreno de juego, pero nunca tuvo llegada. ¿Cómo esperaba Clausen que Wilstermann tuviese elaboración si el balón apenas alcanzaba la órbita de Berodia (Romero y Machado insistieron en jugar para atrás)? ¿Cómo pretendían, los jugadores, que el panorama se le clarificase al enganche español si nadie le marcaba el pase? ¿Cómo pensaban, todos (jugadores y técnico), sorprender al rival desplazándose a un bajo régimen de revoluciones, sin mínima aceleración más allá de la divisoria?
Enfrente, Blooming salió decidido a jugar un encuentro guerrillero. Atrincherado en su línea media y sabedor de que sus carencias le impedirían buscar un pulso con la línea de construcción roja, Díaz armó un doble pivote (Gómez y Ortíz) en su centro del campo para batirse en la destrucción del juego rival (cercar a Berodia y negarle la descarga), sin importarle mucho salir en jugada. Dejó a Contreras fuera de la convocatoria, puso a Dustin Maldonado para secar a Quero -misión cumplida-, y perdió la llegada de Miguel Loayza por el carril derecho a costa de que hiciera más kilómetros para obstaculizar por el centro. El juego celeste se limitó a buscar una contra que minara la fortaleza del rival.
Hacía tiempo que Blooming no ofrecía una imagen tan conservadora. Clausen y Díaz dispusieron sistemas disímiles en la distribución de sus fichas -el local situó un 3-4-1-2 en el césped en oposición al 4-2-3-1 de la visita- y proporcionalmente distantes en el nivel de sus ejecuciones. A Wilstermann se le veía sosegado (quizá en exceso), con ganas de construir, de llegar. El asunto era que, por la disposición de sus piezas, no edificaba nada y, como consecuencia, carecía de llegadas. A Blooming se lo veía temeroso y preocupado por frenar a su enemigo. El balón pasaba minutos enteros en poder de los locales, eso sí, muy alejados del área rival. Blooming esperaba sin descomponerse.
ERRORES
La apuesta de Clausen no cuajaba. El argentino instaló a Romero como volante de equilibrio para introducir, en su eventual conexión con Berodia, mayor poder ofensivo. El resultado fue un Romero desorientado, errático, buscando su demarcación natural, y un Berodia desasistido. Sólo algún disparo de distancia fue capaz de inquietar a Vaca. Nulo el ataque local, sólo las correrías de Aparicio inquietaron a la zaga celeste. El problema residía en que, a falta de juego interior, Wilstermann se apoyaba en las bandas, vertiendo la tenencia sobre la posición de Quero (derecha) y Aparicio (izquierda), pero sin brindarles opciones de descarga, dejándolos perecer ante la presión de dos y hasta tres hombres que, con voracidad, les caían encima cuando entraban en contacto con la pelota. El estatismo colectivo tenía estrecha relación con la ausencia de solidaridad, derivada de la precaria dinámica comunitaria y de la minúscula conjugación de respuestas individuales. Amputadas las alas, todo recayó en lo que podía inventar un Berodia maniatado por Gómez y Ortíz, de cuya persecución intentó huir desplazándose hacia las orillas, allá donde su influencia fue diluyéndose en la medida que la pérdida de perspectiva (agravada por el estatismo del panorama) le condujo a una nociva imprecisión.
El partido fue perdiendo enteros conforme avanzaban los minutos. A Wilstermann le faltaba conexión en su juego para lograr que Ramallo, Aparicio o Andaveris (que aparecía de punta, aunque sin sorprender) optaran a jugar el balón de cara a la meta. Y Blooming no parecía tener apetitos mayores.
El plan perpetrado por Díaz dejó el partido para los individuos y no para los grupos. Había una decena de guerras particulares, de libre interpretación por cada uno de los afectados. Wilstermann pasó graves dificultades para estabilizarse. Sólo lo consiguió en algunos momentos de la segunda parte, cuando apuró el juego por la izquierda y Aparicio logró sacarse la doble marca de encima. Fuera de ciertas ráfagas ambulatorias, continuó metido en un encuentro pastoso, con problemas de orientación en el juego, expuesto a las soluciones que encontraban Aparicio y Berodia frente a sus cancerberos. Cierto es que Wilstermann dispuso de oportunidades para anotar (Quero dilapidó una internada de Berodia, Machado disparó por alto de favorable posición), pero escasas en proporción a la posesión y demasiado espaciadas entre sí.
NAUFRAGIO
Ante el naufragio de su plan, Clausen echó mano de soluciones ortopédicas: cambió el contenido del ataque, sustituyendo a Ramallo por Mainz (más velocidad y menos regate), sin resolver lo central (la elaboración de juego, reducida a los espasmos creativos de un Berodia impreciso). Mayor velocidad en un contexto caótico no ayudó, mínimamente, a clarificar el rumbo de los rojos, mucho menos a dotarle de opciones si la variante elegida incidía en el mismo contenido de juego (turbulento y predecible). El ingreso de Rivero fue aún más absurdo. Cuando Wilstermann necesitaba reforzar (o mejorar) las soluciones con la pelota, un "iluminado" Clausen insertó a un volante de corte defensivo. El efecto, bastante lógico, fue erosivo. Al extirpársele un órgano vital (Romero) para el manejo (más en un sentido estructural que efectista), la circulación de pelota se redujo a mínimos. Tampoco había personal para ejecutar esa "engorrosa" tarea burocrática ya que Andaveris había cambiado de residencia (reforzando el contingente de atacantes) y Berodia (huyendo a la marca rival) deambulaba por distintos cuadrantes, alterando así el eje gravitacional y pervirtiendo la naturaleza del juego. Entonces, un desesperado Wilstermann se desparramaba en el campo dibujando un anómalo 3-2-5, pletórico de asimetrías y desequilibrios funcionales que acentuaban sus inconsistencias. Sin gente que tomase el balón en la zona de construcción (metros arriba del círculo central), los defensas se dedicaron a colgar una ingente cantidad de inocuos pelotazos frontales en el área rival. Obviamente, sin éxito. No hubo nadie con la jerarquía suficiente para racionalizar el choque y el equipo se perdió de forma lamentable. Blooming inutilizó el pase interior de los rojos tirando una línea de fuera de juego a pocos metros del balcón del área y se abrió por los laterales ante la falta de carrileros en el bando local. Por esa vía, a falta de escasos minutos, floreció un contragolpe que terminó en el arco de Cartagena (que había sustituido a Suárez en la reanudación). Cuéllar su autor.
Desconectado de medio cuerpo para arriba, Wilstermann acabó con sus jugadores apelotonados, dándose calor unos a otros, neutralizados por la solvencia defensiva rival. Blooming barría en su cancha e intimidaba en la contraria. Wilstermann lucía desquiciado, sin dibujo, descompuesto en todas las líneas y sin mando. Su pútrido fútbol empieza, por estos días, a ser más consonante con los resultados. Su sombra utilitaria ya no alcanza para esconder las miserias engrendradas por los desatinos de Clausen.
El (inesperado) triunfo favoreció, indudablemente, los minimizados intereses de Blooming. Salió ileso de un partido nervioso, con tendencia al desgobierno, y dejó al wilstermanismo metido en graves preocupaciones (por no hablar de capitulación). El encuentro fue desmedido, un duelo escaso de ocasiones, plagado desajustes y conflictos. El juego fue otra cosa: casi todo lo que ocurrió fue precisamente producto de la tendencia caótica del partido, que tuvo la exasperación que no desean los aficionados y el desbarajuste que odian los entrenadores. El andrajoso ropaje de la noche -el inexistente desembarco en las áreas, el precario preanuncio del gol y un ritmo cansino- exaltó la ausencia de jefatura sobre uno de los contendores. En el balance, Blooming tuvo un poco más de peso. Es decir, el partido se acercó más a lo quería su entrenador, Díaz, que a lo que había concebido Clausen.
WILSTERMANN _______________________________BLOOMING
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