Mike Tyson boxeó drogado muchas veces
Juanma Leiva, As
Pocos aspectos de la vida pública dan más morbo que la caída de un mito. En el caso de la turbulenta vida de Mike Tyson, los detalles que revela en la autobiografía publicada esta semana, Undisputed Truth, siguen destapando escabrosos detalles del que fuera dominador de los pesos pesados en los noventa. “Mi vida ha sido un chiste”, reflexiona.
En esa línea va uno de los episodios de esta confesión literaria, narrada en primera persona pero escrita por Larry Sloman. No tanto por sus problemas con las drogas (“era un adicto a la cocaína en toda regla”) sino por su forma de compaginarlo con el boxeo profesional. Usó un pene falso con un depósito de orina de otra persona para burlar los controles antidopaje. Y el truco funcionó casi siempre, salvo en el 2000, cuando no le dio tiempo a preparar el engaño y dio positivo por marihuana antes de su pelea con Golota en Detroit.
Desenfreno. Una adicción consecuencia de las desenfrenadas fiestas que le acompañaron durante toda su carrera. Tanto en su ocaso (afirma estar bajo los efectos de las drogas en su derrota ante Williams en 2002) como en sus instantes de mayor gloria: “La gente dijo que ante Bruno (1989) me tambaleaba por sus golpes, pero no era así”. Ganó por KO.
El sexo, con todo lujo de detalles, y la cárcel también son protagonistas. “En prisión tenía tanto sexo que acababa agotado”, afirma. Y niega rotundamente la violación por la que fue condenado. Otros capítulos, como cuando no sabía dónde había puesto un millón de dólares (acabó en bancarrota) o la mujer que le demandó por recibir un mordisco de su tigre mascota, rozan el chiste. Un chiste tan real como su vida: “Ahora espero que todo cicatrice”.
Pocos aspectos de la vida pública dan más morbo que la caída de un mito. En el caso de la turbulenta vida de Mike Tyson, los detalles que revela en la autobiografía publicada esta semana, Undisputed Truth, siguen destapando escabrosos detalles del que fuera dominador de los pesos pesados en los noventa. “Mi vida ha sido un chiste”, reflexiona.
En esa línea va uno de los episodios de esta confesión literaria, narrada en primera persona pero escrita por Larry Sloman. No tanto por sus problemas con las drogas (“era un adicto a la cocaína en toda regla”) sino por su forma de compaginarlo con el boxeo profesional. Usó un pene falso con un depósito de orina de otra persona para burlar los controles antidopaje. Y el truco funcionó casi siempre, salvo en el 2000, cuando no le dio tiempo a preparar el engaño y dio positivo por marihuana antes de su pelea con Golota en Detroit.
Desenfreno. Una adicción consecuencia de las desenfrenadas fiestas que le acompañaron durante toda su carrera. Tanto en su ocaso (afirma estar bajo los efectos de las drogas en su derrota ante Williams en 2002) como en sus instantes de mayor gloria: “La gente dijo que ante Bruno (1989) me tambaleaba por sus golpes, pero no era así”. Ganó por KO.
El sexo, con todo lujo de detalles, y la cárcel también son protagonistas. “En prisión tenía tanto sexo que acababa agotado”, afirma. Y niega rotundamente la violación por la que fue condenado. Otros capítulos, como cuando no sabía dónde había puesto un millón de dólares (acabó en bancarrota) o la mujer que le demandó por recibir un mordisco de su tigre mascota, rozan el chiste. Un chiste tan real como su vida: “Ahora espero que todo cicatrice”.