La jugada maestra de Cristina Fernández

La reforma del Gobierno efectuada por la presidenta de Argentina tras su convalecencia ha descolocado hasta a los más críticos

Francisco Peregil
Buenos Aires, El País
La presidenta de Argentina, Cristina Fernández, volvió el lunes 18 de noviembre tras pasar 45 días alejada de las cámaras y los micrófonos y dejó descolocados a propios y extraños. A los propios, porque acometió reformas -como la salida del secretario de Estado, Guillermo Moreno, o el permiso para conceder conferencias de prensas regulares en la Casa Rosada- que ahora saludan con alborozo pero que nadie reclamó jamás. Y a los más críticos, porque volvió con un ramillete de medidas aperturistas que apenas dejó espacio para responder una especie de “ya veremos en qué se sustancia todo esto”. Ahora es ella, incluso condicionada por una salud que le privará de viajar en avión en las próximas semanas, la que marca con más fuerza que nunca el ritmo de la agenda. Parece que han pasado años en lugar de semanas desde que le diagnosticaron una arritmia en el corazón, le drenaron un hematoma craneal, tuvo que cumplir cinco semanas de reposo y el vicepresidente, Amado Boudou, quedó al frente del Gobierno.


Fernández compareció el lunes pasado con un vídeo grabado por su hija Florencia en el que rompía con una camisa blanca el luto de tres años que guardó por su marido. Pero no habló del luto. Ni siquiera de política. Sólo de los regalos que había recibido y del mucho cariño que le demostró todo el mundo. Mostró el perrito Simón que le había regalado Adán, hermano de Hugo Chávez. Y sin embargo, no dejó de hacer política en los seis minutos que duró el vídeo. Los espectadores no sabían que la misma mano que acariciaba al perrito acababa de firmar el cese de varios altos cargos. Y el nombramiento de Axel Kicillof al mando del ministerio de Economía y de Jorge Capitanich como Jefe de Gabinete.

Kicillof es un antiguo profesor de historia económica, doctorado con las calificaciones más altas en la Universidad de Buenos Aires. Y Capitanich, gobernador peronista de la provincia del Chaco, leal a Cristina Fernández, pragmático y trabajador. Kicillof es de izquierdas y Capitanich de lo que haga falta. Ahora hace falta controlar la inflación y las pérdidas de reservas del Banco Central. Había 47.959 millones de dólares en febrero de 2010 y cayeron hasta 33.232 en octubre 2013. Se han perdido 14.727 millones en tres años. Ambos se han puesto manos a la obra desde el primer día, trabajando incluso el sábado, el domingo y el lunes 25 de noviembre que es festivo en Argentina. Capitanich tiene imagen de político sólido y pragmático. Y llega con más poderes de los que tuvo nunca un Jefe de Gabinete en un gobierno kirchnerista.

Pero la prensa crítica advirtió enseguida que en realidad, Axel Kicillof ya era desde hace casi dos años el verdadero hombre fuerte del ministerio de Economía y que su nombramiento no era más que la constancia oficial de un hecho. Y además, el poderoso secretario de Estado de Comercio, Guillermo Moreno, seguía en su puesto. Con lo cual, los cambios en realidad parecían un lavado de cara superficial.

Moreno era el hombre que usaba su avasallante sentido del humor para recibir a un grupo de empresarios diciéndoles: “La próxima vez, vengan con sus mujeres. Ya estoy cansado de cogérmelos a ustedes”; era el que organizó una expedición surrealista de intercambio comercial con Angola a la que acudió la propia presidenta Fernández. Y sobre todo, era el que manipuló las estadísticas de la inflación y el crecimiento. Y durante ocho años Fernández le reía las gracias y le concedió patente de corso para negociar con los empresarios.

Pero al martes siguiente, Moreno presentó su dimisión y Fernández se la aceptó. O sea, lo echó del Gobierno. Y se quedó solo Kicillof en Economía como hombre fuerte; acompañado bien de cerca, eso sí, por el Jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, quien tiene formación económica y conoce desde hace unos 15 años a Kicillof. Kicillof fue el gran impulsor de la expropiación del 51% de las acciones de YPF a Repsol. Pero no se siente nada cómodo con el apodo de “El Soviético” que le puso Guillermo Moreno. Nunca ha dicho que sea marxista, aunque ha estudiado muy a fondo el marxismo. Para despejar cualquier temor, en su primera comparecencia ante la prensa como ministro advirtió: “Este Gobierno no va a hacer nada que perjudique a los trabajadores ni a los empresarios”.

Un día después del vídeo y de que se conocieran los cambios en el Gobierno, Cristina Fernández compareció ante cientos de jóvenes militantes de La Cámpora en La Casa Rosada. Dijo que iba a “profundizar el modelo”, que es la manera más rotunda de no decir nada. Alabó la gestión de la nacionalizada YPF, que ha elevado por quinto mes consecutivo su producción de petróleo y de gas. Y se cuidó mucho de no mencionar los resultados de las elecciones del 27 de octubre, donde el oficialismo perdió en los cinco mayores distritos electorales. Dijo lo que quiso decir y calló muchas cosas. Pero lo que sus hechos están diciendo desde entonces es que ha entendido el mensaje, el mensaje de la derrota electoral. Y que actúa en consecuencia.

Aún es muy pronto para analizar si los cambios suponen sólo un maquillaje superficial o servirán para sacar al país de una inflación que se eleva hasta el 25% y para fomentar el consenso entre rivales políticos. No hay que olvidar que la misma persona que el lunes apeló en la Casa Rosada al diálogo es la misma que intentó imponer una reforma de la Justicia que sólo pudo impedir el Tribunal Supremo, la misma que atacó en sus discursos televisados a periodistas críticos y empresarios, y la misma que se ha negado a conceder entrevistas durante más de tres años a ofrecer conferencias de prensa. Pero, de momento, la jugada es maestra. Parte de la oposición y de la prensa más crítica le ha otorgado el beneficio de la duda. Si el equipo económico consiguiera frenar la pérdida de reservas del Banco Central y controlar la inflación, Fernández podría soñar con volver dentro de cuatro años como lo está haciendo Michelle Bachelet en Chile.

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