Iker, Cristiano, Bale y en octavos


Turín, As
El Madrid no ganó en Turín porque no necesitaba ganar. La Juventus no venció porque es infrecuente que se impongan los equipos inferiores. Los entrañables abrazos del final tienen una doble explicación: los grandes se respetan y los italianos necesitan que el Galatasaray pierda en el Bernabéu en la próxima jornada. Después, si antes no hay resbalón ante el Copenhague, les quedará puntuar en Estambul para pasar a la siguiente ronda. Amici, quién sabe si volveremos a vernos.


La superioridad del Madrid no entra en contradicción con la soberbia actuación de Casillas. Iker volvió a ser el portero de los imposibles. Sus intervenciones dejaron en anécdota las distracciones de su equipo y agrandan su leyenda extramuros. Su suplencia, asumida en España, debe resultar injustificable para el observador extranjero, especialmente para Webb, árbitro ayer y de la final de la Copa del Mundo. Luego volveremos a Casillas.

Gran parte del meollo del partido se coció en los primeros minutos. La Juventus se pasó el primer cuarto de hora escoltando al balón, pero sin tocarlo. Al estilo de lo que hace la Guardia Suiza con otro cuerpo sagrado. El Madrid jugó ese tramo silbando. Circuló la pelota con agilidad y disfrutó de un par de buenas ocasiones.

La consecuencia es que el visitante anaranjado se confió. El grito del estadio no le estallaba los tímpanos y el fútbol de la Juve no le encerraba en su área. No había que temer, ni razones para no ser galante. De manera que el primer remate entre palos de la Juve lo hizo Pepe. Cientos de veces los centrales tocan esos balones por puro instinto (asesino) y casi las mismas veces terminan en gol. Casillas, sin embargo, se lo sacó de encima, como si en Halloween se hubiera entrenado contra los sustos de amigos y familiares.

No había pasado mucho tiempo cuando el portero volvió a salvar al Madrid. Desviar el cabezazo de Marchisio se hacía complicado hasta en cámara lenta. Iker lo despejó con la pierna derecha.

El Madrid no se dio por aludido hasta que la Juventus marcó de penalti. La jugada fue extraña porque Varane, santo varón, derribó por inercia a Pogba cuando el atacante ya había perdido la pelota. Vidal marcó y el público se pegó un chapuzón dentro del oasis de su espejismo.

El equipo de Ancelotti, consciente de su poder, volvió del vestuario decidido a hacer los deberes. Y los hizo. Cristiano empató al aprovechar un fallo de Martín Cáceres, la pieza que más chirría de la Juve. Poco después, Bale puso al Madrid por delante. El galés armó el gol con la misma rapidez que algunos ochenteros ordenan el cubo de Rubik.

Después de esa reacción, a los madridistas no les importó mucho que Llorente igualara el marcador. El fallo de Varane fue impropio, cierto, pero el cabezazo del riojano excelente. En el fondo, marcaba un madridista estético y espiritual.

Hubo más fuego, pero de artificio. Al Madrid le basta un punto para clasificarse como primero de grupo y la Juve, después de tanta nube negra, divisa un horizonte con mejor color. Entre rosa y anaranjado.

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