Cristiano hace trizas a la Real Sociedad
Madrid, As
De Cristiano ya está casi todo dicho. Juega con el hambre enfurecida de los poco dotados y tiene el inmenso talento de los que pecan de fríos. Marca goles como si no tuviera otra habilidad. Su prodigio es hacer coincidir en la misma persona todas las fortalezas de un futbolista, las físicas y las psíquicas. Hambre, talento y gol. Incluso a Di Stéfano le faltaba algo: pelo. A falta de mejor definición, Cristiano es un avance del futuro.
Valga la comparación herética para señalar que Cristiano marcó tres goles más, lo que le deja con 225 en 216 partidos con el Real Madrid. Contra la Real intervino en todos los goles menos en el cuarto, y es posible que se lo esté reprochando en estos momentos. Son extraños los androides de última generación.
La Real, depositaria de la manita, sólo tiene un consuelo: pudo ser peor. Salió al campo como quien acaba de ingerir un menú de sidrería: tortilla de bacalao, bacalao frito con pimientos verdes, txuleta de buey y queso con membrillo (incluyan sidra a discreción y no olviden las nueces). Un estado embarazoso, para entendernos. Es seguro que le pasó factura el partido contra el Manchester y también es probable que todas sus culpas se redujeran a una sola: estar en el lugar menos oportuno a la hora más inconveniente.
Para agravar la situación, el Madrid saltó al campo con unos deseos irrefrenables de jugar el fútbol. Al genético entusiasmo de Cristiano se sumó el interés de Benzema, la inspiración de Modric y la mejor versión de Xabi Alonso. Es decir, pase corto, largo, vuelo y mucho gol.
A los siete minutos Cristiano estrelló un chutazo lejano en el larguero y a los once minutos ya perdía la Real. El gol madridista fue una joya: Benzema buscó a Cristiano con un pellizco y el portugués resolvió con una facilidad insultante, casi glotona. Ni el control era sencillo, ni el ángulo propicio ni la vida huele a rosas.
El segundo gol fue una amigable continuación del primero: Benzema marcó después de que Cristiano le pusiera un balón con un guiño. En ese momento tuvimos la sensación de que podían pasarse la tarde haciéndose carantoñas.
Cristiano anotó el tercero de penalti y el cuarto lo consiguió Khedira para demostrarnos que hay días en los que todo es posible (sexto gol en Liga al inicio de su cuarta temporada). Bale, asistente del alemán, se apuntó su principal mérito de la tarde.
En la Real, entretanto, sólo se registraban los latidos de Griezmann y Carlos Vela. Fueron ellos los impulsores del equipo al regreso del descanso. La conversación en el vestuario donostiarra es fácil de imaginar: o nos ponemos las pilas o nos meten ocho (añadan gritos, exabruptos y alusiones anatómicas).
Picados los de negro y relajados los de blanco, la segunda mitad permitió que la Real se pareciera por primera vez a ella misma. Griezmann marcó un gol excelente que pudieron ser cuatro (penalti dudoso incluido), casi siempre en colaboración de Vela. Entre el francés y el mexicano se bastaron para retorcer el brazo a la defensa del Madrid. Esa pareja es un cheque al portador.
Por entonces, el anfitrión ya estaba más pendiente del té con pastas. Con una excepción, la de siempre. Cristiano redondeó su actuación con un gol de falta y un pase a Morata que sólo tenía un inconveniente, era demasiado fácil. En esos balones los delanteros corren el riesgo de pensar y el canterano pensó en la celebración, en su brillante futuro y en el trofeo pichichi del Mundial de Qatar. Resumen: chutó fuera. Más doloroso que el error debió ser la mirada de Cristiano.