La desesperación supera al horror
La oleada de barcazas continúa pese a los naufragios de los últimos días
Pablo Ordaz
Lampedusa, El País
Tiene que quemar mucho la tierra, la propia tierra, para lanzarse al mar sin saber nadar, con un hijo a punto de nacer de las entrañas, en la bodega de un viejo pesquero donde cientos de desesperados, apretujados unos contra otros, se tienen que hacer sus miedos encima, no tanto porque solo hay un retrete a bordo, sino porque, si se mueven, el barco puede irse a pique. El juez instructor Alberto Davico escucha con atención los testimonios de algunos de los 155 supervivientes del naufragio del pasado día 3 frente a la isla de Lampedusa, en el que perdieron la vida 359 personas (entre ellas 16 niños). A continuación, frente al ordenador, escribe la acusación contra Khaled Bensalam, el tunecino de 34 años que, según le acaban de contar los inmigrantes, pilotaba la embarcación por encargo de una organización mafiosa: “No es una metáfora recordar que parecidos métodos de transporte se utilizaron para llevar a los judíos hacia los campos de concentración”.
Los testimonios que recoge el magistrado de Agrigento (Sicilia) en su acusación contra el último eslabón de las mafias se parecen mucho a los que —en el terrible éxodo del fin del verano— empiezan a contar los últimos inmigrantes en llegar a Lampedusa o a Malta. Historias de redes criminales muy bien organizadas que, al precio de 1.200 euros por persona, organizan desde un centro de reclutamiento situado en Trípoli (Libia) los viajes de los inmigrantes hacia Lampedusa.
Uno de los supervivientes —un eritreo de 27 años— cuenta al juez Davico su calvario: “Nos amontonaron a todos, sin posibilidad de movernos. Había un baño en la embarcación, pero era imposible utilizarlo porque no conseguíamos llegar. Quien no tenía más remedio que hacer sus necesidades, o se las hacía encima o, en el caso de la orina, usaba una botella. El viaje duró más de 24 horas. Habíamos elegido cuatro representantes para mantener el orden, porque si nos hubiésemos movido todos durante el trayecto la nave hubiese volcado…”.
Es lo que finalmente pasó. El día 3 frente a Lampedusa —al intentar hacer señales, el barco se incendió, los inmigrantes se amontonaron sobre un lado y volcó— y también la tarde del pasado viernes entre Malta y Sicilia, cuando los 250 ocupantes de una barcaza intentaban hacerse ver por un helicóptero de salvamento maltés. El resultado, 206 inmigrantes rescatados, 34 muertos —entre ellos 10 niños— y un número aún no aclarado de desaparecidos. Según algunos testimonios, en la barca había 400… Desgraciadamente, no serán las últimas víctimas. Otras tres embarcaciones repletas de inmigrantes tuvieron que ser auxiliadas ayer por los barcos de la Marina italiana y por una patrullera de Malta.
Mientras, en Lampedusa, continua el naufragio. Una vez que se han ido los altos mandatarios con sus coches de lujo y sus promesas improbables, Sicilia hace de la necesidad virtud para ofrecer un lugar de acogida a los supervivientes y un trozo de tierra a los muertos. Un barco de guerra se lleva de Lampedusa 359 ataúdes sin nombre. Dieciséis de ellos blancos. Otros 10 de mujeres embarazadas que no se despertaron del sueño de una vida mejor para sus hijos.
Pablo Ordaz
Lampedusa, El País
Tiene que quemar mucho la tierra, la propia tierra, para lanzarse al mar sin saber nadar, con un hijo a punto de nacer de las entrañas, en la bodega de un viejo pesquero donde cientos de desesperados, apretujados unos contra otros, se tienen que hacer sus miedos encima, no tanto porque solo hay un retrete a bordo, sino porque, si se mueven, el barco puede irse a pique. El juez instructor Alberto Davico escucha con atención los testimonios de algunos de los 155 supervivientes del naufragio del pasado día 3 frente a la isla de Lampedusa, en el que perdieron la vida 359 personas (entre ellas 16 niños). A continuación, frente al ordenador, escribe la acusación contra Khaled Bensalam, el tunecino de 34 años que, según le acaban de contar los inmigrantes, pilotaba la embarcación por encargo de una organización mafiosa: “No es una metáfora recordar que parecidos métodos de transporte se utilizaron para llevar a los judíos hacia los campos de concentración”.
Los testimonios que recoge el magistrado de Agrigento (Sicilia) en su acusación contra el último eslabón de las mafias se parecen mucho a los que —en el terrible éxodo del fin del verano— empiezan a contar los últimos inmigrantes en llegar a Lampedusa o a Malta. Historias de redes criminales muy bien organizadas que, al precio de 1.200 euros por persona, organizan desde un centro de reclutamiento situado en Trípoli (Libia) los viajes de los inmigrantes hacia Lampedusa.
Uno de los supervivientes —un eritreo de 27 años— cuenta al juez Davico su calvario: “Nos amontonaron a todos, sin posibilidad de movernos. Había un baño en la embarcación, pero era imposible utilizarlo porque no conseguíamos llegar. Quien no tenía más remedio que hacer sus necesidades, o se las hacía encima o, en el caso de la orina, usaba una botella. El viaje duró más de 24 horas. Habíamos elegido cuatro representantes para mantener el orden, porque si nos hubiésemos movido todos durante el trayecto la nave hubiese volcado…”.
Es lo que finalmente pasó. El día 3 frente a Lampedusa —al intentar hacer señales, el barco se incendió, los inmigrantes se amontonaron sobre un lado y volcó— y también la tarde del pasado viernes entre Malta y Sicilia, cuando los 250 ocupantes de una barcaza intentaban hacerse ver por un helicóptero de salvamento maltés. El resultado, 206 inmigrantes rescatados, 34 muertos —entre ellos 10 niños— y un número aún no aclarado de desaparecidos. Según algunos testimonios, en la barca había 400… Desgraciadamente, no serán las últimas víctimas. Otras tres embarcaciones repletas de inmigrantes tuvieron que ser auxiliadas ayer por los barcos de la Marina italiana y por una patrullera de Malta.
Mientras, en Lampedusa, continua el naufragio. Una vez que se han ido los altos mandatarios con sus coches de lujo y sus promesas improbables, Sicilia hace de la necesidad virtud para ofrecer un lugar de acogida a los supervivientes y un trozo de tierra a los muertos. Un barco de guerra se lleva de Lampedusa 359 ataúdes sin nombre. Dieciséis de ellos blancos. Otros 10 de mujeres embarazadas que no se despertaron del sueño de una vida mejor para sus hijos.