España, muy cerca del Mundial y muy lejos de la excelencia


Mallorca, As
España está a un punto del Mundial. Quizá a ninguno si Francia no golea a Finlandia. Pero su porte de campeón volvió a quedar desfigurado en el aburrido asedio a Bielorrusia. Fue una victoria sin encanto y sin Casillas, en partido en que el portero estaba de oyente. Abundan los debates (el portero, el nueve corto o el nueve largo, Diego Costa...) y decrece la excelencia. Quizá lo segundo acaba en lo primero.


Mientras existan Bielorrusias o Georgias, y pinta que serán eternas en clasificación porque a FIFA y UEFA les gusta evangelizar llevando selecciones de alta gama a territorios en expansión, se servirán partidos así: el pequeño se amuralla y el poderoso se aburre. Pero da la impresión de que el narcótico le hace cada vez más efecto a España, que se está acostumbrando a ganar mucho con casi nada. Sucedió ante Finlandia, sucedió anoche.

Hay técnicos que defienden que para encuentros así conviene tirar del aspirante, anteponer el más ilusionado al mejor. Del Bosque se quedó a medias. Jugaron los de siempre, menos Iniesta, que es quitarle sal al guiso, más Michu. Hace una semana no estaba. Ayer adelantó a Negredo. Y su envergadura confundió. Tiene cuerpo de ariete clásico pero su juego necesita que corra el aire. Vive más de la zancada que del olfato y tuvo un sufrido estreno en aquel puré de defensas bielorrusos poniendo ladrillos aquí y allá. Fue el último damnificado de un partido donde la suma de pelota y paciencia no ofreció demasiados dividendos.

Sólo Pedro fue dinamita en el arranque, pero no encontró acompañamiento. No corrió la pelota porque Xavi, que conoció mejores días, no le dio velocidad al rondo, porque Cesc no es el mejor para eso, porque Alba esta lesionado y Monreal traduce peor las diagonales, porque Arbeloa muere en su medio campo. Un tiempo entero sin meter en apuros al meta bielorruso. Y pudo ser aún peor si el croata Bilek se hubiese atrevido a pitar un penalti por mano de Piqué que le hubiera costado la segunda amarilla.

Hubo, como tantas veces, que acudir a la mudanza en el descanso. Entró Iniesta y sonó otra música, con defensa de tres (Ramos a un lado y Arbeloa al otro), Pedro en la derecha con sus cascabeles, Cesc doblando la posición de nueve para distraer, Silva en la creación y Negredo con el dedo en el gatillo. La reforma general probó, fundamentalmente, que Pedro es tan bueno a babor como a estribor y que en España, sin Messi, Neymar ni Alexis, luce como actor principal. También que no podemos ahorrarnos a Iniesta ni en encuentros como este. Y, finalmente, que cuando no aparecen el pase filtrado, ni la diagonal indefendible, suertes naturales para matar partidos cerrados, vale con estar listo en el rechace. A Xavi le llegó el primero con posibilidades y despachó el apuro con un remate de bote pronto que le resultó invisible a Gutor. En Mallorca debutó con el Barça y le gusta volver al lugar del crimen. Luego Negredo, que merece mejor trato, remató la faena antes de que un despiste final nos llevase a pedir la hora ante un adversario del montón. A eso nos cuesta acostumbrarnos.

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