De delfín a verdugo político
En 20 años a la sombra de Berlusconi, Angelino Alfano ha pasado de proteger a Il Cavaliere de la justicia a dejarlo caer para salvar a la coalición
P. O.
Roma, El País
A medio camino del triunfo de Enrico Letta y de la derrota de Silvio Berlusconi, en esa zona incierta que unos llaman sentido de Estado y otros sucia traición, se encuentra Angelino Alfano. De sus 42 años, este abogado de Agrigento (Sicilia) lleva 20 a la sombra de Silvio Berlusconi, quien en 2008 lo nombró ministro de Justicia y luego su delfín, su sucesor, el hombre que guiaría el PDL (Pueblo de la Libertad) y tal vez Italia el día que Il Cavaliere decidiera retirarse tranquilamente junto a su novia Francesca y su perrito Dudù.
El hombre que, el pasado domingo, empezó a tejer el doloroso final político de Il Cavaliere —abandonado por los suyos con la televisión en directo— fue también durante estos últimos años su sirviente más fiel.
Nombrado ministro de Justicia en 2008, fue el autor del llamado "laudo Alfano", una de las leyes hechas a la medida de Berlusconi —tal vez la más escándalosa— que determinaba la suspensión de todos los procesos penales en que hubieran incurrido las más altas autoridades del Estado —el presidente, el primer ministro y los presidentes de Cámara y Senado— durante el ejercicio de sus mandatos. Solo estuvo en vigor un año —desde agosto de 2008 a octubre de 2009— porque el Tribunal Constitucional la tumbó, pero su nombre quedó en el recuerdo de las malas artes de Berlusconi y de la fidelidad perruna que exigía a los suyos. Una fidelidad que Alfano volvió a demostrar a finales de 2012, cuando Berlusconi decidió dejar caer a Mario Monti y envió a Angelino Alfano —un tipo de buen carácter y facilidad para tender puentes— a poner verde al profesor, con quien había tenido una relación impecable durante el año de Gobierno técnico.
Pero Alfano, claro, obedeció. Como obedeció también cuando Berlusconi, que ya le había entregado oficialmente el carné de candidato del PDL, decidió que no, que volvía él a la primera línea de la política, o cuando —ya en los últimos meses— lo envió a la puerta del tribunal de Milán para que, junto a otros exponentes del PDL, protestaran contra los jueces y fiscales que tenían a su jefe entre la espada y la pared. Todo eso lo hizo Alfano, le pareciera mal o bien, para eso era el hombre de confianza, el sucesor, casi el hijo.
El domingo, en cambio, Alfano se rebeló. Dicen que, durante algunas horas de aquel día que Berlusconi no olvidará jamás, incluso dejó de atender las llamadas de Il Cavaliere mientras organizaba junto a los ministros dimisionarios —Nunzia De Girolamo (Agricultura), Beatrice Lorenzin (Salud), Maurizio Lupi (Infraestructura y Transporte) y Gaetano Quagliariello (Reformas Constitucionales)— una rebelión que la semana pasada nadie hubiese imaginado.
Lo volvió a hacer este miércoles. Mientras Berlusconi contaba agónicamente cuántos apoyos le quedaban entre sus senadores y diputados, Alfano estaba a ratos desaparecido y a ratos sentado junto al primer ministro Enrico Letta, con quien durante estos cinco meses de Gobierno ha alcanzado un entendimiento que, ahora se ve, era incompatible con su fidelidad al viejo político, cada vez más solo, cada vez más cerca de la expulsión del Senado y del arresto domiciliario o los servicios sociales.
Su drama político —la pérdida de la hegemonía de un partido creado por él, financiado por él y mantenido a flote gracias a su tirón electoral— se une al personal. Hasta ahora, Berlusconi había utilizado el poder de su representación parlamentaria para intentar exigir, condicionar, chantajear a las primeras autoridades del Estado para que le otorgaran un salvoconducto contra la Justicia. Ahora, ¿con qué va a negociar? El PDL unido y unánime ya no existe más. Ayer mismo, un buen grupo de diputados disidentes —entre los que se encontraban algunos representantes de la peor política italiana como el exgobernador de Lombardia, Roberto Formigoni— intentaban formar un nuevo grupo.
Nadie espera que el líder destronado, que tanto sabe y al que tanto deben, aguarde sentado y mudo su sacrificio final.
P. O.
Roma, El País
A medio camino del triunfo de Enrico Letta y de la derrota de Silvio Berlusconi, en esa zona incierta que unos llaman sentido de Estado y otros sucia traición, se encuentra Angelino Alfano. De sus 42 años, este abogado de Agrigento (Sicilia) lleva 20 a la sombra de Silvio Berlusconi, quien en 2008 lo nombró ministro de Justicia y luego su delfín, su sucesor, el hombre que guiaría el PDL (Pueblo de la Libertad) y tal vez Italia el día que Il Cavaliere decidiera retirarse tranquilamente junto a su novia Francesca y su perrito Dudù.
El hombre que, el pasado domingo, empezó a tejer el doloroso final político de Il Cavaliere —abandonado por los suyos con la televisión en directo— fue también durante estos últimos años su sirviente más fiel.
Nombrado ministro de Justicia en 2008, fue el autor del llamado "laudo Alfano", una de las leyes hechas a la medida de Berlusconi —tal vez la más escándalosa— que determinaba la suspensión de todos los procesos penales en que hubieran incurrido las más altas autoridades del Estado —el presidente, el primer ministro y los presidentes de Cámara y Senado— durante el ejercicio de sus mandatos. Solo estuvo en vigor un año —desde agosto de 2008 a octubre de 2009— porque el Tribunal Constitucional la tumbó, pero su nombre quedó en el recuerdo de las malas artes de Berlusconi y de la fidelidad perruna que exigía a los suyos. Una fidelidad que Alfano volvió a demostrar a finales de 2012, cuando Berlusconi decidió dejar caer a Mario Monti y envió a Angelino Alfano —un tipo de buen carácter y facilidad para tender puentes— a poner verde al profesor, con quien había tenido una relación impecable durante el año de Gobierno técnico.
Pero Alfano, claro, obedeció. Como obedeció también cuando Berlusconi, que ya le había entregado oficialmente el carné de candidato del PDL, decidió que no, que volvía él a la primera línea de la política, o cuando —ya en los últimos meses— lo envió a la puerta del tribunal de Milán para que, junto a otros exponentes del PDL, protestaran contra los jueces y fiscales que tenían a su jefe entre la espada y la pared. Todo eso lo hizo Alfano, le pareciera mal o bien, para eso era el hombre de confianza, el sucesor, casi el hijo.
El domingo, en cambio, Alfano se rebeló. Dicen que, durante algunas horas de aquel día que Berlusconi no olvidará jamás, incluso dejó de atender las llamadas de Il Cavaliere mientras organizaba junto a los ministros dimisionarios —Nunzia De Girolamo (Agricultura), Beatrice Lorenzin (Salud), Maurizio Lupi (Infraestructura y Transporte) y Gaetano Quagliariello (Reformas Constitucionales)— una rebelión que la semana pasada nadie hubiese imaginado.
Lo volvió a hacer este miércoles. Mientras Berlusconi contaba agónicamente cuántos apoyos le quedaban entre sus senadores y diputados, Alfano estaba a ratos desaparecido y a ratos sentado junto al primer ministro Enrico Letta, con quien durante estos cinco meses de Gobierno ha alcanzado un entendimiento que, ahora se ve, era incompatible con su fidelidad al viejo político, cada vez más solo, cada vez más cerca de la expulsión del Senado y del arresto domiciliario o los servicios sociales.
Su drama político —la pérdida de la hegemonía de un partido creado por él, financiado por él y mantenido a flote gracias a su tirón electoral— se une al personal. Hasta ahora, Berlusconi había utilizado el poder de su representación parlamentaria para intentar exigir, condicionar, chantajear a las primeras autoridades del Estado para que le otorgaran un salvoconducto contra la Justicia. Ahora, ¿con qué va a negociar? El PDL unido y unánime ya no existe más. Ayer mismo, un buen grupo de diputados disidentes —entre los que se encontraban algunos representantes de la peor política italiana como el exgobernador de Lombardia, Roberto Formigoni— intentaban formar un nuevo grupo.
Nadie espera que el líder destronado, que tanto sabe y al que tanto deben, aguarde sentado y mudo su sacrificio final.