Cristiano quiere esta Champions
Intenso es poco. Durante la primera mitad el encuentro fue frenético, extenuante, un diálogo a sartenazos. Había mucha belleza en esa brutalidad de partido y el Madrid lo ganó en buena lid. Después se cruzó Chiellini para disparar al pie de la Juve y el duelo se transformó en otra cosa, probablemente más vulgar o necesariamente más reposada. Nada que desluzca el resultado, o la clasificación del Madrid. Nada que empañe lo vivido, ni el recuerdo de un Bernabéu tan espléndido con los suyos como con los rivales. Algo ha cambiado y está en el aire.
El choque no se guardó nada. Salió desbocado. A los dos minutos, Casillas evitó el gol de Marchisio con una palomita de póster. La contestación fue inmediata: Di María recortó de fuera a dentro, fingió tirar, arrastró a la defensa y asistió a Cristiano como tantas veces hizo con Higuaín. La ejecución del caníbal tampoco tuvo desperdicio. En esa última frontera a la que otros llegan exhaustos y desmadejados, Cristiano se presentó con tiempo de pensar y amagar, con aliento para ver caer a Buffon y marcar después, como si fuera fácil.
En ese prefacio, Di María y Cristiano se repartieron los honores. Presionaban, robaban, insistían y corrían como fugitivos. Para empezar a respirar, la Juve se tuvo que liberar de ellos como quien se arranca un chicle de la suela del zapato. De inmediato se comprobó que la Juventus sabe jugar, que es campeón de Italia por algo (los dos últimos años), que le sobra el talento. Por momentos, sus avances parecían sólo hermosos. Luego se vio que también eran asesinos. Tévez tomó entonces el protagonismo. Desde la mediapunta lo controló todo: repartió, indagó y probó tiros por ambas escuadras. Se le fueron por poco.
Cada acción le arrancaba un jirón a una espinillera. Cada contacto daba para encender un cigarrillo. No existía la menor contemplación. En los dos equipos había un modo casi robótico de volver a empezar, de correr y de atacar. Los avisos de la Juve fueron el anuncio del gol italiano. Cáceres centró pasado (como siempre), Pogba cabeceó en el segundo palo y el rechace de Casillas lo rebañó Llorente. El golpe fue duro, pero ofrecía un consuelo: ningún puñal duele menos que los que clava Llorente, ese amor platónico del madridismo.
La alegría de la Signora duró apenas cinco minutos. Transcurrido ese intervalo, Chiellini fue víctima de su naturaleza patibularia. A los defensas tan agresivos, cuando les falla el físico, sólo les queda la agresividad. Sin velocidad, se quedan en matones. Así se explica el absurdo agarrón a Sergio Ramos en una falta sin peligro aparente. Todavía no sabemos qué fue mayor: si la torpeza o el descaro. Cristiano marcó el penalti y devolvió al Madrid a una situación de superioridad futbolística y psicológica.
De vuelta del descanso, a los dos minutos, descubrimos que Chiellini no había expulsado todos sus demonios; todavía le quedaban media docena. Enfrentado a Cristiano, no tuvo otra ocurrencia que lanzar un brazo contra su cara. No sólo vio la roja directa; resquebrajó el esquema de su equipo y provocó la sustitución de Llorente, despedido entre aplausos y cartas de amor.
La Juventus estuvo groggy en varios tramos. Sin embargo, el Madrid no terminó de derribarla. La ocasión más clara la desperdició Benzema bajo palos, al recibir un magnífico pase de Arbeloa, estupendo toda la noche. El error fue inaudito y culminó penosamente una actuación más que discreta.
El contraste se hizo más evidente cuando entró Morata al campo. Al instante, salió el sol. El primer balón que tocó fue un remate entre palos. Sus otros movimientos fueron verticales y entusiastas, pero no atolondrados, porque el chico sabe manejarse. Hasta diría que tiene clase y otras virtudes por relevar.
Si la Juventus no se afligió es porque entendió el marcador como un éxito. Encontrarse a un gol del empate, en tan mala noche, fue su estímulo hasta el último segundo. Incluso en eso fue generoso el partido. Tuvo para todos. Pirlo fue despedido entre aplausos (el Bernabéu es esto), Vidal exhibió pulmones (tres o cuatro) y Bale recibió el cariño del público en su única internada.
El Madrid está virtualmente clasificado para los octavos, pero no resulta aventurado decir que la Juventus volverá, aunque ya por otra carretera. La victoria no sólo importa por los puntos. Sirve por la energía que se arrebata al contrario, por la fuerza heredada del enemigo. No sólo eran los indios. Los vikingos también creían en estas cosas.