Los refugiados sirios anhelan el ataque de EE UU a Siria

Las 130.000 personas que han huido de la guerra y se hacinan en un campo jordano desean que la intervención de EE UU suponga la caída del dictador El Asad


David Alandete
Campo de Zaatari (Jordania), El País
En el asfixiante calor de este desierto se va evaporando todo, hasta las esperanzas. La última en esfumarse es la de que un ataque norteamericano acabe de una vez por todas con Bachar el Asad, tras dos años y medio de guerra. Los 130.000 refugiados sirios que han huido a Jordania y ahora viven en el vasto campo de Zaatari anhelan la caída del régimen, pero están convencidos de que una intervención de Estados Unidos no va a cambiar inmediatamente sus destinos.


¿Por qué ahora?, se preguntan. Creen a El Asad muy capaz de emplear las armas químicas que el 21 de agosto mataron, según la Casa Blanca, a 1.429 personas. Pero antes ya se habían contado 100.000 muertos y más de dos millones de personas obligadas, como ellos, a escapar de la violencia al extranjero. En este campo todo se construye para ser estrictamente temporal, pero nadie ve una vía de salida en un cercano horizonte.

“Le ruego a Obama es que actúe tan rápido como pueda para que podamos quitar de en medio al tirano”, dice en el contenedor de metal que le sirve de casa Abu Rifat, de 47 años. El habitáculo está pulcramente ordenado, con dos metralletas y el escudo del Ejército Libre Sirio pintados en una pared. “Ese ataque puede ser nuestra esperanza para volver pronto a nuestro hogar, si es que está en pie. Contamos en que el ejército rebelde pueda ganar el control del país al menos un mes después de ese ataque. América tiene la capacidad de atacar a Bachar con suficiente fuerza como para dejar al régimen tocado de muerte, ya que no quiere acabar con él directamente”, añade.

Las matanzas eran demasiado frecuentes en Sanamein, de donde viene Rifat. Se trata de una localidad de 26.000 habitantes en la provincia de Deraa, cuna de la revolución. En abril, en una sola operación murieron 48 civiles. Entonces Rifat decidió que ya había tenido suficiente. Empacó lo que pudo, dejó atrás a dos hijos de 21 y 23 años luchando con el rebelde Ejército Libre Sirio y se llevó a su mujer y cuatro niños pequeños a vivir a Zaatari. Antes regentaba un restaurante, hoy no tiene nada.

Zaatari es ya el segundo mayor campo de refugiados del mundo, después del de Dadaab, en Kenia. Ha llegado a ser, además, la cuarta ciudad más poblada de Jordania. Sus calles las forman tiendas de campaña, contenedores y chabolas construidas con chapa metálica. En ellas hay más de 3.000 tiendas, donde se puede comprar desde teléfonos a vestidos de novia. Hay casas de cambio, restaurantes y peluquerías. A la avenida principal los sirios la han bautizado, con sorna, Campos Elíseos, porque en ella, junto a la puerta de entrada, se halla el hospital francés.

Hay toda una economía en Zaatari, con tráfico de bienes dentro y fuera del campo, a pesar de que sus residentes necesitan un permiso del Gobierno para abandonarlo. Ahmad Ali Halil, de 27 años y originario de Deraa, ha recibido de forma gratuita decenas de cajas con bienes básicos, como arroz y azúcar, que deberían alimentar a su familia 15 días. Dice que los va a vender a los jordanos. “La mayoría ha caducado. No lo podemos comer. Mejor venderlo”, dice. No tiene esperanza de volver a Siria pronto. “Si América ataca, no matará a Bachar. Él se vengará, y lo hará contra Deraa, donde comenzó la revolución. Usará armas químicas. Volveremos a ser los que más sufran”.

Lo que más se ve en Zaatari son niños, sus vidas interrumpidas. El 55% de la población tiene menos de 18 años. El 21%, menos de cinco. De los 30.000 que están en edad de acudir a la escuela, solo pasan por las aulas de los ocho colegios de este campo unos 6.000. El resto merodea por las tiendas, juega con lo que encuentra, pasa sus días sin comprender muy bien lo que sucede en su país.

“¡Muerte a Bachar! ¡Que América ataque ya!”, grita un pequeño que dice tener nueve años y al que sus amigos se refieren como Ahmad. Vive su paso por el campo como una aventura. Uno de los mayores que camina con él asegura que a Ahmad le dejaron en la frontera solo. El Ejército de Jordania lo recogió y lo llevó a Zaatari, donde vive con una familia. En total, según el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, 3.500 niños como él han huido por las fronteras de Siria por sí mismos, sin ir acompañados por un adulto.

“Lo que estos niños han visto en su país no es normal, y aquí muestran un comportamiento agresivo”, explica Salim al Ayam, de 61 años, director de una de las escuelas. “En muchos de los mayores detecto, a medida que pasan los meses, la voluntad de volver a su país, porque aquí las condiciones son muy duras”, añade.

Muchos varones, cuando cumplen los 18, piden los permisos para regresar a luchar con las milicias rebeldes. Yafar Shakud, de 16 años, no puede esperar a unirse al Ejército Libre. Antes de venir a Zaatari aprendió con algunos milicianos cómo manejar un fusil. “Mis padres me obligaron a venir. Pero lo que yo quiero es volver para luchar contra Bachar. Debemos luchar hasta que caiga por nuestra mano”, dice. “No dependeremos de los ataques de Obama ni de nadie”.

Otros vienen a Zaatari, heridos, para recuperarse. Es el caso de Yassin al Mubarak, de 21 años. En febrero recibió una bala en el muslo. Hoy necesita muletas para caminar. Está en Zaatari solo y tiene mucho tiempo para planear el futuro. Ha jurado lealtad al frente Al Nusra, un grupo yihadista afiliado a Al Qaeda, responsable de ejecuciones sumarias de personas leales al régimen, cristianos y algunos opositores moderados.

“Todo esto ha pasado porque la gente ha perdido la fe en dios. Los americanos también”, dice. “Y no deberíamos depender de ellos para librarnos del tirano. Puede ser que un ataque americano ayude a la gente de Siria, pero todos sabemos que esos no son sus intereses. El ayudar a los sirios, para ellos, es solo circunstancial”. Precisamente por milicianos islamistas como Al Mubarak, Estados Unidos ha dudado sobre si debería intervenir en Siria. Y por la radicalización de estos, evitará derrocar directamente a El Asad. En ese sentido, los rebeldes, divididos, han creado sospechas en Occidente, y saben que si quieren acabar con el régimen, deberán hacerlo ellos mismos.

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