Israel se resiste a los encantos de Rohaní
Netanyahu rechaza los gestos conciliatorios de Irán hasta que no vengan acompañados de hechos
Obama recibirá al primer ministro israelí el 30 de septiembre en Estados Unidos
David Alandete
Jerusalén, El País
De forma inesperada, Benjamín Netanyahu ha quedado momentáneamente descolocado. Las voces de alerta del primer ministro sobre la amenaza nuclear de Irán surtían el efecto deseado cuando a Teherán se le oía negar el Holocausto o predecir la destrucción del Estado de Israel, o cuando el anterior presidente Mahmud Ahmadineyad se jactaba desafiante de que Irán podía ser una potencia nuclear si quería y que además no tenía nada que negociar con nadie. Pero, ¿qué hacer ahora ante a quien en Jerusalén ya se conoce como el ayatolá sonriente, que felicita el año nuevo judío y dice que no quiere la bomba atómica, sino la paz? Netanyahu, inmune a sus encantos, se ha apresurado en los pasados días a preparar planes de contingencia para evitar que la próxima Asamblea General de Naciones Unidas se convierta en una validación de los esfuerzos de Irán por salir de su aislamiento internacional.
Netanyahu ha pospuesto un día su discurso ante la Asamblea General, para poder reunirse con Barack Obama. Con la crisis siria y las aperturas del presidente iraní, Hasán Rohaní, Israel teme quedar en un segundo plano, y que no se le preste atención cuando exige a sus aliados internacionales que ayuden a evitar que Teherán acabe disponiendo de armamento nuclear. En el apartado de llamar la atención, el primer ministro israelí se puso además el listón muy alto el año pasado, cuando se dirigió a ese foro de la ONU con un rudimentario dibujo de una bomba de tebeo, con la mecha prendida, para explicarle al mundo que Irán ya había completado un 70% del proceso necesario para tener armas nucleares.
Con Rohaní han llegado a Israel algunos pequeños gestos que no han conmovido a muchos. El clérigo felicitó el 4 de septiembre el nuevo año judío a través de la red social de Twitter. Su ministro de Exteriores, Yavad Zarif hizo lo propio y añadió que “Irán nunca negó” el Holocausto y que “el hombre a quien se le interpretó que lo negaba se ha marchado”, en referencia a Ahmadineyad. Para el gobierno de Israel, sin embargo, esas son solo palabras. “No me conmueven las felicitaciones que vienen de un régimen que hasta la semana pasada amenazaba con destruir Israel”, dijo Netanyahu el 7 de septiembre. “El régimen iraní será juzgado solo por sus acciones, no por unas felicitaciones cuyo único propósito es distraer la atención del hecho de que tras las elecciones sigue enriqueciendo uranio”.
Netanyahu ha mantenido un escrupuloso silencio sobre la reciente crisis siria. A Israel le hubiera reforzado que Estados Unidos hubiera atacado a Bachar el Asad por su uso de armas químicas en agosto, por los límites que le hubiera delimitado esa operación a Irán, principal aliado de Damasco en la región. Pero Obama aceptó finalmente la mediación de Rusia y pospuso el ataque bajo la condición de que El Asad entregue sus arsenales químicos. Buscando también el lado bueno a esa decisión, el ministro de Defensa israelí, Moshe Yaalon, dijo que prueba “que una amenaza militar significativa y creíble, aplicada al principio de la crisis, detiene a los regímenes díscolos y es capaz de avanzar una solución diplomática para quitarles armas de destrucción masiva”. El mensaje es claro, y se oirá en la Asamblea General: a Irán hay que aplicarle tanta presión como a Siria, y para eso la amenaza de uso de la fuerza debe ser real.
El problema para Israel es si con Rohaní en el gobierno EE UU reaccionará a esas peticiones como antes. “No hay duda de que el trabajo de Netanyahu respecto a Irán es ahora más difícil”, opina Raz Zimmt, analista en el centro de estudios iraníes de la universidad de Tel Aviv. “La música es diferente, el tono es distinto. Pero ahora hace falta ver si en el gobierno Rohaní consigue el poder necesario para que ese cambio del que habla se traduzca en hechos”. Netanyahu tiene sus reservas, y a tenor de sus declaraciones no está dispuesto a esperar de brazos cruzados a que Teherán demuestre su buena voluntad.
Obama recibirá al primer ministro israelí el 30 de septiembre en Estados Unidos
David Alandete
Jerusalén, El País
De forma inesperada, Benjamín Netanyahu ha quedado momentáneamente descolocado. Las voces de alerta del primer ministro sobre la amenaza nuclear de Irán surtían el efecto deseado cuando a Teherán se le oía negar el Holocausto o predecir la destrucción del Estado de Israel, o cuando el anterior presidente Mahmud Ahmadineyad se jactaba desafiante de que Irán podía ser una potencia nuclear si quería y que además no tenía nada que negociar con nadie. Pero, ¿qué hacer ahora ante a quien en Jerusalén ya se conoce como el ayatolá sonriente, que felicita el año nuevo judío y dice que no quiere la bomba atómica, sino la paz? Netanyahu, inmune a sus encantos, se ha apresurado en los pasados días a preparar planes de contingencia para evitar que la próxima Asamblea General de Naciones Unidas se convierta en una validación de los esfuerzos de Irán por salir de su aislamiento internacional.
Netanyahu ha pospuesto un día su discurso ante la Asamblea General, para poder reunirse con Barack Obama. Con la crisis siria y las aperturas del presidente iraní, Hasán Rohaní, Israel teme quedar en un segundo plano, y que no se le preste atención cuando exige a sus aliados internacionales que ayuden a evitar que Teherán acabe disponiendo de armamento nuclear. En el apartado de llamar la atención, el primer ministro israelí se puso además el listón muy alto el año pasado, cuando se dirigió a ese foro de la ONU con un rudimentario dibujo de una bomba de tebeo, con la mecha prendida, para explicarle al mundo que Irán ya había completado un 70% del proceso necesario para tener armas nucleares.
Con Rohaní han llegado a Israel algunos pequeños gestos que no han conmovido a muchos. El clérigo felicitó el 4 de septiembre el nuevo año judío a través de la red social de Twitter. Su ministro de Exteriores, Yavad Zarif hizo lo propio y añadió que “Irán nunca negó” el Holocausto y que “el hombre a quien se le interpretó que lo negaba se ha marchado”, en referencia a Ahmadineyad. Para el gobierno de Israel, sin embargo, esas son solo palabras. “No me conmueven las felicitaciones que vienen de un régimen que hasta la semana pasada amenazaba con destruir Israel”, dijo Netanyahu el 7 de septiembre. “El régimen iraní será juzgado solo por sus acciones, no por unas felicitaciones cuyo único propósito es distraer la atención del hecho de que tras las elecciones sigue enriqueciendo uranio”.
Netanyahu ha mantenido un escrupuloso silencio sobre la reciente crisis siria. A Israel le hubiera reforzado que Estados Unidos hubiera atacado a Bachar el Asad por su uso de armas químicas en agosto, por los límites que le hubiera delimitado esa operación a Irán, principal aliado de Damasco en la región. Pero Obama aceptó finalmente la mediación de Rusia y pospuso el ataque bajo la condición de que El Asad entregue sus arsenales químicos. Buscando también el lado bueno a esa decisión, el ministro de Defensa israelí, Moshe Yaalon, dijo que prueba “que una amenaza militar significativa y creíble, aplicada al principio de la crisis, detiene a los regímenes díscolos y es capaz de avanzar una solución diplomática para quitarles armas de destrucción masiva”. El mensaje es claro, y se oirá en la Asamblea General: a Irán hay que aplicarle tanta presión como a Siria, y para eso la amenaza de uso de la fuerza debe ser real.
El problema para Israel es si con Rohaní en el gobierno EE UU reaccionará a esas peticiones como antes. “No hay duda de que el trabajo de Netanyahu respecto a Irán es ahora más difícil”, opina Raz Zimmt, analista en el centro de estudios iraníes de la universidad de Tel Aviv. “La música es diferente, el tono es distinto. Pero ahora hace falta ver si en el gobierno Rohaní consigue el poder necesario para que ese cambio del que habla se traduzca en hechos”. Netanyahu tiene sus reservas, y a tenor de sus declaraciones no está dispuesto a esperar de brazos cruzados a que Teherán demuestre su buena voluntad.