Cristiano y Muñiz sacan de un lío al Madrid ante un gran Elche
Empezaremos por el final, que será el principio de una larga polémica. Cumplidos casi cuatro minutos de la prolongación (el árbitro había añadido tres), y dos minutos después del empate del Elche, Muñiz Fernández señaló penalti contra el equipo local. En la repetición televisada no se advierte más falta que una de Pepe sobre Carlos Sánchez, de modo que quedamos a la espera de las tomas del Voyager 1, porque la imaginación de Muñiz vuela alto. Las personas que se aplican diez botes de gomina no quieren despeinarse, pero este árbitro es una excepción. Cristiano es otra. Después de transformar la pena, se desmelenó.
El final devorará todo lo ocurrido en el Martínez Valero, un partido peleadísimo que pareció encontrar justicia con el empate de Boakye en el minuto 91. Sin embargo, la indignación de unos y el alivio de otros se comprende mejor al repasar lo sucedido, al recordar lo que costó avanzar cada metro, hasta que Muñiz ganó todos los metros de golpe.
De inicio, el visitante no hubiera imaginado un partido más incómodo. El Elche le dio el campo y el balón. La iniciativa. Y no sólo eso. Se reservó el derecho del contragolpe. El Madrid quedó aturdido ante tanta usurpación. Lo que más le tortura de asaltar una posición fortificada es el aburrimiento. Esperar un hueco. Moverse en horizontal hasta la aparición de un pasillo. Mantenerse despierto durante el proceso.
A los jugadores del Madrid no les quedó otro remedio que jugar en ese tablero. Y ese fue el primer éxito de su adversario. Para el equipo de Fran Escribá el campo estaba repleto de rayas invisibles y anotaciones con jugo de limón. No arriesgar jamás un pase. Apoyarse en el portero propio sin rubor. No perder de vista a Carlos Sánchez (gran pivote). No enloquecer. Morder. Morir.
El Elche lo leyó bien. El mediocampo, lanzado por Rubén Pérez, salió en estampida en cuanto vio una oportunidad y el equipo tiró el fuera de juego como si sus zagueros estuvieran atravesados por la barra de un futbolín. Así se explica que el Madrid no rascara ni una vez la espalda de los centrales. De ahí la monotonía del fútbol madridista, asfixiado sin espacios, sin más sorpresa que alguna ocurrencia de Isco.
Durante la primera mitad el equipo de Ancelotti sólo chutó una vez dentro del área. Lo hizo Di María en el 38’. Antes, disparos de Cristiano, demasiado lejanos, aunque quizá le valieron para ajustar el punto de mira. Entretanto, el Elche dispuso de dos ocasiones claras desbaratadas por Diego López: palomita ante un balón peinado por Lombán y rechace a un duro disparo de Javi Márquez. Es un hecho: Don Diego ha vencido a la fuerza del sino.
El Elche tuvo una oportunidad más para desequilibrar el partido. Fue cuando el árbitro no mostró la segunda amarilla a Ramos por una acción muy similar a la que le había valido la primera tarjeta. También Muñiz estaba ajustando el punto de mira.
Recién comenzada la segunda parte, Cristiano marcó de falta. No fue su mejor lanzamiento, pero nunca tuvo tantas ayudas. La barrera se abrió, el balón botó delante de Manu Herrera y el portero no pudo con tanto infortunio. Escribá reclamó la falta que había provocado el desastre, pero aquello era remontarse al Big-Bang.
El panorama cambió por completo. El partido se revolvió y lo que antes era orden se convirtió en pasión. Ya saben: emoción descontrolada y corazones asomando por la boca. El Elche también supo jugar a eso, pero el Madrid lo hace mejor. Por cada aproximación leve de los locales, el Madrid acumulaba dos acercamientos asesinos, de los que pasan la cuchilla por el cuello del portero.
El gran error del Madrid fue dar por terminado el encuentro antes de tiempo. Cuando todo parecía decidido, Boakye, en el 91’, consiguió el empate con un cabezazo casi a quemarropa. El público también se precipitó al celebrarlo. Muñiz había salido poco en la televisión y arregló el asunto en el 94. Desde hoy, sus cinco minutos de gloria serán horas y días.