Cristiano Ronaldo es una fiera


Madrid, As
Tarde extraña, calurosa, como de un septiembre de otra latitud. Bale se lesionó en el calentamiento y el Getafe marcó a los cuatro minutos. El espejismo fue así: Lafita aprovechó el desconcierto de una falta (leve) reclamada por Cristiano y al unísono por toda la defensa (a sus órdenes, comandante). Su disparo no era malo, pero tocó en Pepe para hacerse mortal. Algún madridista observó entonces los posos del café por si había algún presagio maléfico.


No lo había. El Madrid salió de aquel comienzo como se sale de las duchas frías, hiperactivo y tonificado. De pronto, comenzó a jugar. A mover el balón, a buscar desmarques y a recuperar el terreno perdido. Lo hizo sin caer en ninguna tentación: ni en la retórica del tiqui-taca ni en el populismo del contragolpe desesperado. Al buscar razones encontramos varias. La primera, Di María. Su aleteo de colibrí es un abanico para el mediocampo y un ventilador para la delantera. Con él todo es más fácil porque con él todos se mueven, por puro contagio o por miedo a chocarse con ese fideo electrificado.

Junto a Di María emergió la figura de Illarramendi, en este caso reposada. Se temía que el chico compartiera el gélido talento de las cabelleras muy rubias. Pero no teman. Además de clase, tiene criterio, sentido natural del orden y un punto de descaro que, aunque todavía contenido, le será fundamental para sobrevivir en esta jungla.

El Getafe, concentrado en evitar los errores gruesos, se condenó a partir de los fallos menores. Un derribo a Benzema, muy lejos del área, propició la falta que valió el empate. Para evitar el cabezazo madridista, la defensa visitante se alejó tanto de la portería propia que inauguró un salón de bodas a sus espaldas. Por allí se metió Cristiano, con tiempo para controlar y chutar. Pepe, sobre la línea de gol, convirtió en inútil el esfuerzo de Moyá.

El siguiente tanto llegó tras un exceso de Alexis, que, al contacto con Pepe, optó por el ataque preventivo. Míchel completó el desastre al estirar el brazo cuando debía ser una barrera sin extremidades. El penalti lo transformó Cristiano sin alterar sus pulsaciones de cocodrilo.

El duelo perdió en intriga pero ganó en espectáculo. Digamos que el Getafe pasó de rival a colaborador necesario. Fue el tiempo de Isco, que en cada partido tiene una habitación reservada. Cristiano sacó una falta de pillo y el chaval le correspondió con un gol de estrella. Añadan cuatro exquisiteces con sabor malagueño e imaginen al Bernabéu rendido.

También fueron los minutos de Benzema, que en varias ocasiones confirmó su obstrucción goleadora. Arbeloa le salvó del abucheo al pedir al público un aplauso tras su enésimo error. La gente, que ya tenía los dedos en la boca para iniciar la pitada, se acordó de Calimero y de otros demonios de su infancia y se puso a batir palmas.

Cristiano superó los 207 goles de Hugo como merecía el bólido adelantado: con un taconazo en el tiempo añadido, nada sencillo no crean. Khedira había chutado tan fuerte que el movimiento exigía rapidez, precisión y elasticidad, todo eso que le sobra a Cristiano. Así terminó la fiesta, con explosión de confeti. Ni rastro del gol del Getafe, ni rastro del pinchazo de Bale.

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