Caen 20, sobrevive Merkel
La canciller es la primera jefa de Gobierno europea capaz de resistir la crisis
Claudi Pérez
Bruselas, El País
La crisis como excusa, como lugar común. La crisis como explicación para cualquier fenómeno, desde el descenso del índice de divorcios o de accidentes en carretera al aumento de la mortalidad entre Gobiernos democráticos. La crisis global, una enfermedad casi crónica gestada tras aquel huracán financiero del mundo posLehman Brothers, se ha llevado por delante a una veintena de Ejecutivos en Europa en el último lustro. Notables (Berlusconi en Italia, Zapatero en España), megalómanos que iban a refundar el capitalismo (el francés Sarkozy) y políticos más modestos en la escena continental han caído sin remisión desde que en abril de 2009 el checo Mirek Topolanek se convirtiera en el primer líder barrido por la poderosa y a la vez gastadísima crisis. Conservadores, liberales, independientes y sobre todo progresistas: nadie parecía capaz de resistir los embates provocados por la peor crisis desde la II Guerra Mundial. Hasta Angela Merkel. Las elecciones alemanas del primer día de otoño han acabado este domingo con ese fenómeno político.
La crisis europea sigue siendo dura en el norte (Holanda acaba de aprobar duros recortes) y sobre todo en el castigado sur, pero Alemania está viviendo una crisis muy benigna. No está en recesión. Su paro está en mínimos de las dos últimas décadas. Apenas ha hecho reformas desde la época del socialdemócrata Schröder. Y a pesar de la crisis de deuda europea, o precisamente por ella, Berlín se ha ahorrado miles de millones en intereses. Mientras toda Europa aplica a rajatabla recortes y reformas, Merkel se ha presentado a la reelección con un programa de 30.000 millones para gasto social y apoyo a las familias, apropiándose propuestas de los Verdes (el cierre de centrales nucleares) y socialdemócratas (salario mínimo, freno a los alquileres en grandes ciudades), ha suprimido el copago y se ha resistido —hasta ahora— a cualquier fórmula que obligue al contribuyente alemán a rascarse el bolsillo para pagar la crisis del euro. El debate electoral se ha centrado en las revelaciones sobre el espionaje de EE UU, la subida de los precios energéticos y los servicios a la infancia. Apenas nada más. Ni rastro de políticas de recorte, ni rastro del camino de espinas que provocó que otros Gobiernos cayeran, uno tras otro, desde aquella moción de censura a Topolanek en primavera de 2009.
Alemania llegó a la crisis con los deberes hechos. Hizo todo eso hace 10 años, aunque en condiciones muy diferentes: con todos los demás países subidos a una ola de crecimiento y deuda. Con Merkel convertida en la primera jefa de Gobierno continental capaz de resistir el vendaval de la crisis, su liderazgo es incontestable en Europa: “Espero continuar cooperando estrechamente con Merkel”, ha dicho este domingo Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, recogiendo la sensación general en Bruselas y en todas las capitales, a la espera de una Merkel más constructiva que en el pasado.
Claudi Pérez
Bruselas, El País
La crisis como excusa, como lugar común. La crisis como explicación para cualquier fenómeno, desde el descenso del índice de divorcios o de accidentes en carretera al aumento de la mortalidad entre Gobiernos democráticos. La crisis global, una enfermedad casi crónica gestada tras aquel huracán financiero del mundo posLehman Brothers, se ha llevado por delante a una veintena de Ejecutivos en Europa en el último lustro. Notables (Berlusconi en Italia, Zapatero en España), megalómanos que iban a refundar el capitalismo (el francés Sarkozy) y políticos más modestos en la escena continental han caído sin remisión desde que en abril de 2009 el checo Mirek Topolanek se convirtiera en el primer líder barrido por la poderosa y a la vez gastadísima crisis. Conservadores, liberales, independientes y sobre todo progresistas: nadie parecía capaz de resistir los embates provocados por la peor crisis desde la II Guerra Mundial. Hasta Angela Merkel. Las elecciones alemanas del primer día de otoño han acabado este domingo con ese fenómeno político.
La crisis europea sigue siendo dura en el norte (Holanda acaba de aprobar duros recortes) y sobre todo en el castigado sur, pero Alemania está viviendo una crisis muy benigna. No está en recesión. Su paro está en mínimos de las dos últimas décadas. Apenas ha hecho reformas desde la época del socialdemócrata Schröder. Y a pesar de la crisis de deuda europea, o precisamente por ella, Berlín se ha ahorrado miles de millones en intereses. Mientras toda Europa aplica a rajatabla recortes y reformas, Merkel se ha presentado a la reelección con un programa de 30.000 millones para gasto social y apoyo a las familias, apropiándose propuestas de los Verdes (el cierre de centrales nucleares) y socialdemócratas (salario mínimo, freno a los alquileres en grandes ciudades), ha suprimido el copago y se ha resistido —hasta ahora— a cualquier fórmula que obligue al contribuyente alemán a rascarse el bolsillo para pagar la crisis del euro. El debate electoral se ha centrado en las revelaciones sobre el espionaje de EE UU, la subida de los precios energéticos y los servicios a la infancia. Apenas nada más. Ni rastro de políticas de recorte, ni rastro del camino de espinas que provocó que otros Gobiernos cayeran, uno tras otro, desde aquella moción de censura a Topolanek en primavera de 2009.
Alemania llegó a la crisis con los deberes hechos. Hizo todo eso hace 10 años, aunque en condiciones muy diferentes: con todos los demás países subidos a una ola de crecimiento y deuda. Con Merkel convertida en la primera jefa de Gobierno continental capaz de resistir el vendaval de la crisis, su liderazgo es incontestable en Europa: “Espero continuar cooperando estrechamente con Merkel”, ha dicho este domingo Herman Van Rompuy, presidente del Consejo Europeo, recogiendo la sensación general en Bruselas y en todas las capitales, a la espera de una Merkel más constructiva que en el pasado.