ANÁLISIS / Política, dinero y bolsas de sangre
José Sámano. El País
Por mucho que se trate del mayor acontecimiento deportivo del planeta, en las decisiones del COI pinta poco la púrpura de los deportistas. La decisión no obedece a los éxitos de un tenista o un baloncestista. El COI es un crisol de variopintas voluntades en el que el mayor peso lo tienen la política y las finanzas. Por algo a quienes examinan es a los políticos, en España muy por debajo de los deportistas e incluso de algunos de sus dirigentes deportivos. Estos, por mucho que pongan todo su empeño, que los hay con voluntad encomiable, son víctimas de las interferencias del poder.
Es la política la que ha demorado la ley antidopaje y la que ha remoloneado con la mal cerrada Operación Puerto, lo que provocó el mayor interés en el interrogatorio posterior a la presentación de ayer en Buenos Aires. Como en tantas otras cosas, en temas de dopaje la política también ha llegado tarde y mal. Esta vez, el dedo en el ojo no fue cosa de un príncipe monegasco repentinamente preocupado por la seguridad; tampoco hubo un griego que se equivocara al apretar el botón. Nadie puede reprochar que algunos miembros del COI sufran desvelos con lo sucedido con el dopaje en España, por mucho que los deberes finalmente se hayan hecho de forma apresurada. Sea injusto o no, fuera así ven al deporte español, que tardará en aliviar su mala imagen.
Es la política la que ha restado credibilidad a este país, la que hoy, por más que se esfuerce, no tiene sostén financiero y credibilidad para acometer un acontecimiento de esta magnitud. Al menos ante la opulencia del COI, que ve en la austeridad vendida desde Madrid 2020 una señal de debilidad e incertidumbre. En cuestiones económicas, el COI va a lo seguro. Antes un riesgo de fuga nuclear o una revuelta social que un catarrazo económico, por mucho que Rajoy llegue a última hora con algunas migas simbólicas que apunten a una presunta recuperación, caso, por ejemplo, de los 31 parados menos. En el COI prevalecieron el dinero japonés y la geopolítica de Estambul. El tesoro convalidó a Pekín 2008 y la geoestrategia internacional a Río 2016, que se dio sentido a sí misma con un simple mapamundi que revelaba el vacío olímpico de un continente. Quizá Madrid solo tenía sentido para sus ilusionadas gentes y sus meritorios deportistas.
Es la política la que no ha sabido articular más de un discurso en inglés, a lo Pau Gasol o Rafa Nadal, lo cual ha provocado todo tipo de chanzas. La marca España son sus deportistas, no sus políticos. Son ellos los que, euforias propagadas al margen, no han podido ganarse los votos reales en los pasillos, como hicieran Tony Blair en Singapur en 2005 o Lula en Copenhague en 2009.
En la política española no encontró consuelo la multitud que ayer esperaba un pulmón olímpico que reforzara la autoestima de un país en penumbras. La de un país que, una vez más, tendrá que conformarse con las alegrías de sus deportistas.
Sin Madrid 2020 en el horizonte, el deporte no tendrá el abrigo político. Y las cifras son de lo más inquietantes: en un país con 3,5 millones de licencias deportivas, 25 de las 63 federaciones están en quiebra técnica, según las auditorías que maneja el Consejo Superior de Deportes, cuyas subvenciones, como es lógico ante tanta penuria, han caído este curso un 34%. Ya no vale con llorar por 2020; ahora se trata de que los españoles lleguen en condiciones decentes a Río 2016. Es la política, la de los electos y los interinos, algunos de los cuales se sometieron ayer a la primera votación de su vida. A ninguno le creyeron en Buenos Aires.
¿La culpa? Es la política, el dinero, las bolsas de sangre. Factores que hoy excluyen a España del tablero del COI y no hay Príncipe, por mucho que brille, que lo pueda evitar.
Por mucho que se trate del mayor acontecimiento deportivo del planeta, en las decisiones del COI pinta poco la púrpura de los deportistas. La decisión no obedece a los éxitos de un tenista o un baloncestista. El COI es un crisol de variopintas voluntades en el que el mayor peso lo tienen la política y las finanzas. Por algo a quienes examinan es a los políticos, en España muy por debajo de los deportistas e incluso de algunos de sus dirigentes deportivos. Estos, por mucho que pongan todo su empeño, que los hay con voluntad encomiable, son víctimas de las interferencias del poder.
Es la política la que ha demorado la ley antidopaje y la que ha remoloneado con la mal cerrada Operación Puerto, lo que provocó el mayor interés en el interrogatorio posterior a la presentación de ayer en Buenos Aires. Como en tantas otras cosas, en temas de dopaje la política también ha llegado tarde y mal. Esta vez, el dedo en el ojo no fue cosa de un príncipe monegasco repentinamente preocupado por la seguridad; tampoco hubo un griego que se equivocara al apretar el botón. Nadie puede reprochar que algunos miembros del COI sufran desvelos con lo sucedido con el dopaje en España, por mucho que los deberes finalmente se hayan hecho de forma apresurada. Sea injusto o no, fuera así ven al deporte español, que tardará en aliviar su mala imagen.
Es la política la que ha restado credibilidad a este país, la que hoy, por más que se esfuerce, no tiene sostén financiero y credibilidad para acometer un acontecimiento de esta magnitud. Al menos ante la opulencia del COI, que ve en la austeridad vendida desde Madrid 2020 una señal de debilidad e incertidumbre. En cuestiones económicas, el COI va a lo seguro. Antes un riesgo de fuga nuclear o una revuelta social que un catarrazo económico, por mucho que Rajoy llegue a última hora con algunas migas simbólicas que apunten a una presunta recuperación, caso, por ejemplo, de los 31 parados menos. En el COI prevalecieron el dinero japonés y la geopolítica de Estambul. El tesoro convalidó a Pekín 2008 y la geoestrategia internacional a Río 2016, que se dio sentido a sí misma con un simple mapamundi que revelaba el vacío olímpico de un continente. Quizá Madrid solo tenía sentido para sus ilusionadas gentes y sus meritorios deportistas.
Es la política la que no ha sabido articular más de un discurso en inglés, a lo Pau Gasol o Rafa Nadal, lo cual ha provocado todo tipo de chanzas. La marca España son sus deportistas, no sus políticos. Son ellos los que, euforias propagadas al margen, no han podido ganarse los votos reales en los pasillos, como hicieran Tony Blair en Singapur en 2005 o Lula en Copenhague en 2009.
En la política española no encontró consuelo la multitud que ayer esperaba un pulmón olímpico que reforzara la autoestima de un país en penumbras. La de un país que, una vez más, tendrá que conformarse con las alegrías de sus deportistas.
Sin Madrid 2020 en el horizonte, el deporte no tendrá el abrigo político. Y las cifras son de lo más inquietantes: en un país con 3,5 millones de licencias deportivas, 25 de las 63 federaciones están en quiebra técnica, según las auditorías que maneja el Consejo Superior de Deportes, cuyas subvenciones, como es lógico ante tanta penuria, han caído este curso un 34%. Ya no vale con llorar por 2020; ahora se trata de que los españoles lleguen en condiciones decentes a Río 2016. Es la política, la de los electos y los interinos, algunos de los cuales se sometieron ayer a la primera votación de su vida. A ninguno le creyeron en Buenos Aires.
¿La culpa? Es la política, el dinero, las bolsas de sangre. Factores que hoy excluyen a España del tablero del COI y no hay Príncipe, por mucho que brille, que lo pueda evitar.