Yemen, el nuevo bastión de Al Qaeda

Las circunstancias del país y la estrategia de líderes jóvenes de la organización terrorista han permitido el afianzamiento de la rama en la península Arábiga

Eva Saiz
Washington, El País
El 23 de enero de 2009, cuatro hombres armados, tocados con turbantes, y sentados en el suelo frente una cortina blanca y una bandera, se presentaban en un vídeo como los fundadores de Al Qaeda en la península Arábiga (AQPA), la nueva filial que aglutinaba a los militantes de la organización en Yemen y de su agonizante rama en Arabia Saudí. Eran Naser al Wuhayshi, el antiguo secretario de Osama bin Laden y jefe de la nueva sucursal, su compañero de fatigas y jefe militar, Qasin al Raymi y los lugartenientes y exprisioneros de Guantánamo, Said al Shihri y Mohamed al Oufi. Los cuatro proclamaron su ambición: servir de base de ataques en toda la región y sustituir a los Gobiernos infieles de Yemen y Arabia Saudí.


Doce meses después, probaron su capacidad y determinación con su intento frustrado de hacer volar un Airbus de la compañía Northwest a su paso por Detroit el día de Navidad. A lo largo de estos años, esta filial ha dado pruebas de su capacidad de intimidación con otros atentados, algunos abortados como el de la colocación de varios explosivos en aviones comerciales de EE UU, en 2010, o el que, el año pasado acabó con la vida de 185 soldados yemeníes, su último gran golpe hasta la fecha. Esa peligrosidad ha erigido a AQPA a en la rama de la organización más peligrosa. Las inusitadas medidas de seguridad que ha adoptado EE UU tras la interceptación de una conversación entre el líder de Al Qaeda, Ayman al Zawahiri y Wuhayshi, han puesto en evidencia el relieve de esa filial y el ascendente de su líder, elevado recientemente a número dos del movimiento.

Un Gobierno débil, un país seccionado en tribus locales y enfrentadas entre sí y una nueva generación de líderes criada bajo la vieja guardia talibán pero con la suficiente capacidad como para aprender de los errores y adaptar el yihadismo a las condiciones de Yemen son las claves que explican por qué AQPA se ha convertido en la célula más resistente y mejor organizada del movimiento. “AQPA es la más exitosa porque en lugar de globalizar la yihad, la han focalizado, volviéndola local”, señala Christopher Swift, profesor adjunto de Estudios de Seguridad Nacional en la Universidad de Georgetown y que ha pasado varios años en Yemen estudiando la idiosincrasia de su sistema tribal.

A imagen y semejanza de lo que hicieron los talibanes en Afganistán, la red en Yemen ha ido penetrando de manera gradual en las tribus locales, tejiendo una red de alianzas y dependencias entre sus habitantes y labrándose la fidelidad al líder. “Esta dependencia les hace más fácil reclutar militantes y recabar apoyos y le hace más complicado al Gobierno yemení disociar a Al Qaeda de las comunidades”, señala Swift.

Tras su evasión de una cárcel yemení en 2006, Wuhayshi, tuvo tiempo de observar cómo se iba desintegrando la cúpula de Al Qaeda en Pakistán y Afganistán, lastrada por los ataques con drones, y el fracaso de otras células como la iraquí. El antiguo secretario de Obama, que antaño había hecho llamamientos para luchar de manera global contra los infieles en los escenarios de Irak o Afganistán, se dio cuenta de la importancia de regionalizar la yihad en lugar de extenderla al extranjero.

“Nosotros, los soldados del Islam llamamos a todo aquel que se encuentre a un cruzado en la Península a que lo mate como pueda. Es una vergüenza ir a Bagdag o Kabul cuando los infieles profanan nuestra tierra a la que no se le ha permitido entrar”, dijo Wuhayshi en 2009. Bajo esta consigna, AQPA ha decidido centrar sus esfuerzos y recursos en objetivos extranjeros en Yemen y la región. “Wuhayshi, ha aprendido de los errores pasados. Al Qaeda tiende a alienar a las comunidades de los territorios que ocupa, pero en Yemen se ha dado cuenta que lo que debe de hacer no es coaccionar, sino tender puentes de colaboración”, señala Ken Gude, experto en Seguridad Nacional del Center for American Progress.

A lo largo de estos años, los líderes de AQPA han atraído a la filial a algunos de los mejores expertos en explosivos de la organización, como Ibrahim Hasan al-Asiri. Sin embargo, pese a su peligro, la capacidad letal de la filial está muy lejos de equiparar el grado de peligro de la Al Qaeda de los años 90. “En gran medida porque ni EE UU ni el Gobierno de Yemen y sus aliados se lo han permitido y están determinados a este país no se convierta en un nuevo Afganistán”, asegura Gude.

Los recelos y la desconfianza que protagonizaron la relación entre Washington y el depuesto presidente Ali Abdalá Saleh, han sido sustituidos por una mayor compenetración con el nuevo Gobierno de Abd Mansur Hadi. Desde que llegó al poder hace un año, Hadi ha tratado de estrechar los lazos económicos y militares con EE UU. A los programas de drones dirigidos por la CIA pero, en principio, coordinados con Yemen y Arabia Saudí, se suma una inversión de 150 millones de dólares en entrenamiento al Ejército yemení. “Las Fuerzas Armadas de Yemen son las únicas que tienen autorización para desplegar operaciones sobre el terreno, EE UU únicamente les provee de asistencia”, señala Swift. Se trata de una estrategia deliberada adoptada por la Administración Obama y que pasa por involucrar de manera directa en la lucha contra Al Qaeda a los Gobiernos regionales.

Gracias a este sistema, el Ejército de Yemen, apoyado por una ofensiva aérea con aviones no tripulados estadounidenses, consiguió el año pasado expulsar de las provincias de Shabwa y Abyan a los militantes de AQPA que se habían hecho fuertes en la región aprovechando el desconcierto suscitado por la revueltas contra Saleh de la Primavera Árabe. Ahora la organización trata de hacer suyo el bastión de Hadramout, según fuentes de la inteligencia yemení. “Será interesante ver cómo funcionan las alianzas de Al Qaeda con las tribus de esa región”, señala Gude que recuerda cómo, en ocasiones, las tribus yemeníes se han opuesto a asociarse con la organización terrorista por considerarla una competidora política y económica.

“Para ganar esta guerra es necesario que el Ejército yemení se reforme, que el Gobierno encuentre la manera de que los líderes tribales, que ahora se han trasladado a Saná, haciéndolas más vulnerables a la influencia de AQ, se involucren de nuevo con sus comunidades, y que se les permita enfrentarse a la organización terrorista de manera local”, propone Swift

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