Un nuevo despiste de Wilstermann costó otros dos puntos


José Vladimir Nogales
Por segunda ocasión consecutiva, Wilstermann dejó que se le escapara parte del botín. Una situación casi endémica y que se repite (desde torneos precedentes) con una frecuencia que parece excluir a la casualidad. Además, San José se encontró con un jugador más por la expulsión de Zenteno con más de medio partido por delante. No lo aprovechó.
En los primeros compases del encuentro, la defensa de Wilstermann tuvo la firmeza de un flan. Se la jugó Clausen, disponiendo un arriesgado dispositivo táctico y una alineación con las fichas cambiadas, aunque sin mayor justificativo. Así, un extremo —Quero— actuó como lateral, un atacante –Andaveris- jugó en la banda izquierda y un lateral —García– hizo las veces de central. Un fiasco defensivo total, como lo atestigua el gol tempranero de San José. Un pase en profundidad desarboló la línea de contención. Zenteno rechazó hacia atrás y a Saucedo le bastó con devolver sobre el centro del área para que Neuman rematase a sus anchas.


De algunos grandes centrales se dice que lían una por partido. Se espera de ellos una fiabilidad fuera de dudas, pero noventa minutos siempre dan para alguna frivolidad. El problema de Zenteno es que, no muy recientemente, se le ha dado por arriesgar en demasía y sin sentido. Es cierto que suele destaparse con un gran partido, de esos en los que se adueña de todo lo que vuele sobre el área o se dirija hacia ella. Cada vez menos. En este y el anterior curso, el capitán de los rojos está empeñado en contaminar su buena fama, que no volverá a ser la misma después del partido de este domingo. Indeciso cuando toca salir, impreciso en el desplazamiento del balón y con errores de bulto, Zenteno ayudó a San José en su comparecencia por el Capriles, que se inició con un desliz fundamental (el error para el gol de Neuman) y terminó con su expulsión, condicionando a un equipo desnutrido, con una estructura endeble y terriblemente desajustada.

Para la afición de Wilstermann, que se acercó al Capriles entre propósitos de enmienda con Néstor Clausen, su discutido entrenador, la jugada que desequilibró el encuentro dejó en evidencia el planteamiento. Los parches y remiendos introducidos no mejoraron el funcionamiento. Acentuaron las deficiencias defensivas, pero sin resolver los problemas ofensivos. Antes y después del gol, San José gozó de una generosa libertad de movimientos para volver a anotar. La defensa local, dramáticamente descompensada, ofrecía ventajas inverosímiles, increíblemente desaprovechadas por el contendiente.

DESARTICULADO

Con el 0-1 a favor, los cerca de quince mil wilstermanistas presentes en el Capriles temieron lo peor. Durante los torneos pasados, su equipo había dejado escapar muchos puntos, los que tenía en el bolsillo y los que no supo (o no pudo) conseguir. En la última jornada, rescató un empate con Aurora, pero este lastre viene de lejos: también sucedió bajo el mando de Andrada y Mauricio Soria.

Y, frente a San José, aparentemente con todo el andamiaje ajustado bajo un formato de tres zagueros, le volvió a pesar su inocencia defensiva. En los últimos partidos, los de Clausen han encajado goles por desacomodo posicional o errores de ejecución. Si con una línea de cuatro era vulnerable, ¿podía mejorar la seguridad reduciendo el personal? El problema residía en las bandas. Sin laterales de oficio (y Quero vacacionando en terreno enemigo), los flancos quedaron desnudos, evidenciando el desamparo de una última línea que tiende a agrietarse cuando tira el escalonamiento. Curiosamente, no era ése el mayor de los problemas, sino cuando Wilstermann intentaba sacar el balón desde atrás. Bajo presión y como efecto de las imperfecciones propias de una estructura lánguida, sostenida con alfileres, jugar el balón tenía connotaciones suicidas. Entre pérdidas infantiles y escatológicos yerros, Wilstermann fraguó su desgracia. El compasivo indulto de San José, como dádiva humanitaria, le extendió la vida.

Pese al rediseño táctico (un banal maquillaje posicional por parte de Clausen), Wilstermann cometió varios pecados capitales. Improvisó en exceso. No fijó las marcas. Perdió la posición defensiva, tiró mal el escalonamiento y concedió demasiados espacios, especialmente por los flancos donde Andaveris (lateral improvisado) y Tordoya (en los relevos) sufrieron un calvario. San José abasteció de forma insistente a Gómes y combinó con una facilidad pasmosa, especialmente por su banda izquierda, por la que se gestaron las cargas más fértiles.

Nadie le echaba el lazo a Gómes, que maniobraba con una facilidad alarmante. Sobre el brasileño caían dos y tres defensas rojos, pero una vez que ya había recibido, casi siempre de Ovando. En esa situación no había quien pudiera neutralizarlo, a no ser a base de tarascadas. La autoridad de Gómes causaba estragos en Wilstermann. Tordoya, que no tuvo un buen primer tiempo, que se enredó cuando tenía el balón y que no atinó a marcar la primera línea de contención, escenificó su rendición al no tener otro remedio que apelar a las infracciones. Sobre la otra banda, análoga era la suerte de García con la marca de Neuman.

Wilstermann, con un doble pivote formado por Romero y Machado, intentó darle contenido a la posesión de pelota, pero, sin precisión ni conjunción, su fútbol resultó marchito y fragmentario. Abusó de los balones en largo y dejó en evidencia la escasa gravitación (y excesiva fragilidad) de los españoles Mainz y Quero. Más allá de su habilidad con la pelota, carecen de músculo para el combate. A la menor brisa se desploman. La fricción no es lo suyo. En Europa el fútbol es menos físico. En consecuencia, al mínimo roce su fútbol se diluye y el equipo queda rengo, obligado a prescindir de sus prestaciones. Aquí, empero, existe responsabilidad del técnico. Clausen debe potenciar sus cualidades -que las tienen- en lugar de minimizarlas o restringirlas. Si la fricción los cohíbe, o degrada sus prestaciones, lo ideal es evitarla. ¿Cómo? Con un fútbol más coordinado y al espacio, evitándoles el engorro de jugarse las habichuelas contra el marcador de turno y el contingente de relevos.

San José se mantuvo a la expectativa, intentó a toda costa no cometer errores defensivos y, pese a jugar atrás con bastante parsimonia, montó varios contrataques vertiginosos, especialmente cuando conseguía girar al dictado de Gómes. Pero, en cada ataque confirmaba que la defensa de Wilstermann era una coladera.

Al local le pesaban las piernas y le faltaban ideas. El ejemplo más evidente era Berodia, perdido en el campo, siempre sobrepasado por el empuje visitante, y errático en las entregas, en el juego de profundidad. El enganche era el emblema de un Wilstermann apagado, en el que sólo aparecía Andaveris, pero exhibiendo más coraje y entrega que fútbol. De Ramallo no había noticias.

Hasta que Wilstermann se quedó en inferioridad (por la expulsión de Zenteno), el sistema empleado por ambos equipos fue parecido: un 3-4-1-2 en el local y 3-4-2-1, con doble enganche y dos medios centro en la visita. Pero existió una diferencia sustancial. Mientras que los medios de San José, Cejas y Ovando, eran de talante defensivo, los de Wilstermann, Romero y Machado, tenían más corte ofensivo. Pero Wilstermann, con el balón en los pies, se perdió en la horizontalidad al buscar sin éxito un enlace entre la delantera y la media. No existía. Berodia seguía desacertado.

Con uno menos, Wilstermann se encogió. Machado ocupó el sector derecho de la defensa y Romero asumió mayor responsabilidad en la contención. Quero retrocedió un poco, pero no lo suficiente. No era de utilidad para recuperar el balón, tampoco para llevarlo. Los contragolpes por su andarivel eran escuálidos. Mucho galope vertical y poco golpe. Sin asistencia, la asfixia era su destino.

Al debilitarse el rival por la amputación de un órgano, San José asumió el mando. Tomó el balón y ganó posiciones sobre la parcela enemiga, pero lo hizo con exceso de timidez. Su tenencia fue fría, cauta e insípida. No aceleró ni invirtió en audacia para, con el viento a favor, liquidar el pleito.

El Capriles despidió en el descanso a sus jugadores con reproches y silbidos y Clausen dio paso en la reanudación a Erick Aparicio en lugar del inexpresivo Mainz, ante los aplausos de la grada. Wilstermann embotelló a su rival en el segundo periodo. Aunque fuera a fuerza de sumar galopadas. Y también porque San José se abrigó mucho más tras el descanso.

IGUALDAD

Una pelota colgada por Quero le huyó al brazo captor de Lampe, pegó en la cabeza de Andaveris y aterrizó en la órbita de Berodia, quien empalmó como venía. Igualdad y redención. Fluía renovada sangre.

Por fin se vio algo de fútbol en el Capriles cuando Berodia, crecido por el gol, entró en acción, con los beneficios estéticos que eso supone. Se puso a jugar por la izquierda y ahí comenzó a generar el juego que, durante toda la brega, se había echado en falta. Aún intermitente y con deficiencias en las conexiones, el fútbol de Wilstermann se hizo más elaborado. La pelota comenzó a fluir con la extraviada sensatez de días menos angustiosos y más fértiles. Berodia le daba sustancia al juego, aunque éste se desvanecía metros más arriba. La interacción de volantes y puntas es aún frágil. Coordinan poco y tienen en mínimo el sentido asociativo. Por ello la tenencia de pelota insinúa ser intrascendente y dispersa, individualista al extremo, lo que se traduce en un poder de fuego minúsculo o estéril. Es decir, hay poco volumen de juego (escasa capacidad para propiciar esos espacios tan necesarios para la arremetida de los volantes), precaria propensión a asociar las respuestas individuales bajo un concepto colectivo y pobre capacidad resolutiva (muchas situaciones y poco gol).

Todo el mundo sabe cómo juega el San José de Ferrufino, pero a todos les cuesta ganarle. Algún mérito ha debido atesorar en todo este tiempo. Al Wilstermann de Clausen le ocurre todo lo contrario. No se sabe bien a qué juega y transmite la sensación de ser un equipo en construcción. Se ha caído lo que había (el dispositivo 4-1-3-2) y no se sabe lo que se va a construir en su lugar. Por eso Wilstermann dudaba y dudaba sobre a qué jugar y San José fue a lo suyo, a lo práctico, a lo obvio: presión y contragolpe.

Con tres intempestivas expulsiones (Fernández y Centurión en San José, García en Wilstermann), el encuentro se rompió. Las libretas y las indicaciones de la pizarra dieron paso al caos. El juego fue, entonces, propio de la Liga inglesa: vertical, de transiciones rápidas, de jugadas rocambolescas. El ritmo se hizo vertiginoso y el fútbol trepidante. Creció el dramatismo, atizado por la intensidad de una batalla que no vislumbraba a un ganador, que visualizaba a combatientes enérgicos, pero ciegos, que intercambiaban golpes sin descanso. El centro del campo era una zona de tránsito. El balón corría con rapidez de un arco al otro. Cada avance entrañaba peligro. La factibilidad de concreción dependía, en grado sumo, del margen de acierto de los ejecutores frente a defensas vacilantes y desamparadas, que defendían en bulto, ajenas ya a las directrices de sistemas rectores.

Bastante tarde, San José había asumido riesgos. Montó un contingente de signo muy ofensivo cuando Wilstermann perdió a Ignacio García, echando mano de Sampieri y Bravo, hombres de reconocidas facultades ofensivas. El precio lo pagó la defensa, de donde extrajo recursos para invertir en la audacia del proyecto atacante. Mas, en días de turbulencia bursátil, un accidente o cualquier intempestivo incidente puede derrumbar las cotizaciones y esterilizar las inversiones, acarreando inestimables pérdidas. El incidente, para el tímido programa inversor de Ferrufino, constituyó la expulsión de Centurión.

En paridad de condiciones (nueve contra nueve), las dos defensas quedaron a la intemperie. Su debilidad se percibía en el aire frío de la tarde. Ambas necesitaban edificar un fortín para blindarse y defenderse de las oleadas de ataques bárbaros. Aún tambaleantes, las dos sobrevivieron. Pero no sin angustia. Dos veces, Ramallo cruzó en exceso con Lampe vencido. Lo propio hizo Tordoya, genialmente habilitado por Berodia. Y Aparicio, sobre el filo, realizó el mayor despilfarro en días de hambruna: disparó alto con Lampe a mitad de camino. Al otro lado, Saucedo cruzó en demasía un cabezazo limpio. Neuman erró otro tras ganarle la posición a su marca. Bravo, de flojo ingreso, desvió mucho un tiro de fácil apariencia.

Pese al frenetismo de la pulseada, a las galopadas incisivas, al incesante oleaje, el marcador se perpetuó en el contexto de una batalla cuya intensidad ocultó la vulgaridad de su contenido.

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