Tragedia en España: La familia que cita el interventor en su llamada dice que no quieren saber nada

Santiago de Compostela, EFE
Rafael Recio, Lidia Martín, Daniela y Yago. Cuatro nombres, los de la familia que motivó la llamada del interventor del Alvia siniestrado el pasado 24 de julio al maquinista, Francisco José Garzón.


Ellas, Lidia y Daniela, perdieron su vida en la curva de Angrois, ellos, Rafael y Yago, consiguieron sobrevivir, al ser sus heridas de escasa consideración.

"No queremos saber nada, no quiero saber nada", cuenta a Efe este padre de familia destrozado, militar de profesión destinado en un buque de la Armada.

Su naturaleza amable se percibe en la breve conversación, pero no encuentra palabras que le sirvan para describir el enorme dolor que en este momento siente, y tampoco quiere compartirlo. Ni detallar por qué se hablaba de ellos en los minutos previos a la tragedia. Ya no importa.

Su mujer estaba en la treintena, la pequeña tenía solo dos años y su diminuto cuerpo fue uno de los últimos en ser identificado por los forenses, una farragosa labor que requirió de pruebas de ADN.

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Al entierro, el pasado 29, acudieron decenas de personas conmocionadas por el drama de estos vecinos de la parroquia de Barallobre, y preocupados tanto por Rafael como por Yago, el hermano mayor de 'Dani'.

El desprecintado y volcado de las dos cajas negras del convoy accidentado descubrió un diálogo entre el interventor, Antonio Martín Marugán, y el maquinista, Francisco José Garzón Amo, a quien se le imputan 79 homicidios y una pluralidad de delitos de lesiones, en ambos casos por imprudencia profesional.

La consulta de Marugán, que hoy ha comparecido ante el juez instructor Luis Aláez, era por esta familia. Quería, ha dicho este miércoles a Efe, facilitar su bajada a la llega de Pontedeume, localidad situada a unos 15 kilómetros de Ferrol, el destino final de ese tren.

Esa conversación se interrumpió abruptamente once segundos antes de un descarrilamiento con consecuencias fatídicas.

El Alvia impactó contra un muro de hormigón tras pasar la curva de A Grandeira, a 179 kilómetros por hora en un lugar en el que el libro de ruta indica que no se puede ir a más de 80.

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