Snowden tensa el clima político en Estados Unidos
El Congreso presiona a la Casa Blanca para que adopte medidas más drásticas contra el Kremlin por haber concedido al exanalista de la CIA asilo temporal
Eva Saiz
Washington, El País
La concesión de asilo temporal al exanalista de la CIA Edward Snowden por parte de Rusia ha causado una profunda frustración en la Casa Blanca y ha encolerizado a muchos congresistas de Estados Unidos, que han demandado de su Gobierno una reacción contundente a una decisión que muchos en Washington consideran un desplante del Kremlin. Pese a las exigencias del Capitolio, la Administración del presidente Barack Obama ha preferido mantener la cautela y, de momento, únicamente sopesa la posibilidad de suspender la cumbre bilateral prevista para septiembre en Moscú, antes de la reunión del G-20 en San Petersburgo.
El hecho de que la Casa Blanca ni siquiera haya adoptado una decisión definitiva sobre esa reunión —cuya celebración se empezó a poner en entredicho cuando Snowden recaló en el aeropuerto moscovita de Sheremétievo el 23 de junio— da una idea de la importancia que EE UU concede a los intereses que rodean la relación bilateral entre ambas potencias. El conflicto diplomático abierto por el informático de 30 años horada la maltrecha relación bilateral pero, si las desavenencias sobre el conflicto sirio, el programa nuclear de Irán, el escudo antimisiles europeo o la violación de derechos humanos en Rusia no han quebrado la confianza mutua, se antoja difícil que el caso Snowden vaya a acabar definitivamente con ella.
“Ahora mismo la irritación en el Congreso es máxima, pero creo que hay otros asuntos más importantes que podrían dar lugar a la ruptura de las relaciones”, señala en conversación telefónica Cory Welt, director del Instituto de Estudios Europeos, Rusos y Euroasiáticos de la Universidad George Washington. Welt hace alusión a las declaraciones de varios prominentes senadores tras conocerse la concesión del asilo a Snowden. “No creo que la cumbre del G-20 deba celebrarse en Rusia y, si se hace allí, nosotros no deberíamos participar”, señaló el número tres del Partido Demócrata en el Senado, Chuck Shumer. El republicano John McCain considera que decisión es “un intento deliberado por parte de Rusia de avergonzar a EE UU”. Su compañero de partido, Lindsey Graham, reiteró su propuesta de boicotear los Juegos de Invierno de Sochi.
La única respuesta a corto plazo que baraja la Casa Blanca —ni siquiera ha cancelado la reunión prevista para estos días entre los secretarios de Estado y de Defensa y sus homólogos rusos— es la suspensión de la cumbre en Moscú entre el presidente estadounidense y el ruso, Vladímir Putin. “Quien menos tiene que ganar acudiendo a esa cita ahora mismo es Obama, sobre todo si no se alcanza ningún acuerdo en las materias esenciales que están encima de la mesa”, sostiene Matthew Rojansky, director del Kennan Institute en el Woodrow Wilson Center. El Gobierno estadounidense aspiraba a acercar posturas con Rusia en asuntos de política exterior, pero siempre se ha mostrado receloso de este tipo de reuniones en las que pocas veces se han logrado pactos concretos.
Washington ahora mismo depende de la cooperación de Moscú en muchos ámbitos. “Rusia es vital de cara a la retirada definitiva de tropas en Afganistán, debe facilitarnos la salida y permitirnos el acceso a través de territorio ruso. Aunque un acuerdo sobre Siria parece prácticamente inviable, la colaboración del Kremlin en otros asuntos en Oriente Próximo también es importante, incluida la reanudación de las negociaciones de paz entre Israel y Palestina, donde una implicación rusa sería positiva”, señala Rojansky. La posición de Rusia hacia Siria es el principal foco de fricción en las relaciones entre ambos países, pero aunque EE UU ha tratado de soslayar la oposición rusa a la salida de Bachar El Asad del poder a través de iniciativas diplomáticas, sabe que cualquier avance hacia el fin de la violencia será imposible sin la colaboración de Moscú. A la Administración Obama tampoco le conviene distanciarse de Rusia ahora que se avecina un cambio en la presidencia de Irán, con un nuevo mandatario, Hasan Rohaní, más proclive a retomar el diálogo sobre su programa nuclear.
La última apuesta en el terreno internacional de Obama, el desarme nuclear, tampoco parece viable sin la complicidad rusa. La experiencia demuestra, además, que Putin suele contraatacar en respuesta a las represalias contra Rusia. Durante la guerra contra Georgia, en 2008 —quizás el momento más bajo de la relación bilateral entre ambas potencias hasta este momento, excluyendo la Guerra Fría—, el presidente ruso reaccionó a las sanciones impuestas por EE UU contra oficiales rusos por violación de derechos humanos suprimiendo programas del Gobierno y organizaciones civiles relacionadas con Washington.
En los últimos meses, Rusia ha aprobado una ley que prohíbe las adopciones de menores rusos por estadounidenses en respuesta a la Ley Magnitsky, que veta la entrada en EE UU de rusos acusados de violación de los derechos humanos. “Con Snowden, Rusia ha encontrado la vía perfecta para demostrarle a EE UU que él tiene su propia versión de la defensa de los derechos humanos”, sostiene Rojansky.
Más allá del impacto real que el asilo a Snowden vaya a tener para la relación bilateral entre EE UU y Rusia, la decisión de Moscú de desoír las peticiones del Gobierno estadounidense ha puesto en entredicho la incapacidad de la diplomacia de la primera potencia mundial, que ya fracasó al tratar de que Hong Kong extraditara a Snowden. “Quizás nuestro error haya sido ser demasiado insistentes en la extradición, cuando, nos guste o no, muchos otros Gobierno hubieran hecho lo mismo”, señala Welt.
Eva Saiz
Washington, El País
La concesión de asilo temporal al exanalista de la CIA Edward Snowden por parte de Rusia ha causado una profunda frustración en la Casa Blanca y ha encolerizado a muchos congresistas de Estados Unidos, que han demandado de su Gobierno una reacción contundente a una decisión que muchos en Washington consideran un desplante del Kremlin. Pese a las exigencias del Capitolio, la Administración del presidente Barack Obama ha preferido mantener la cautela y, de momento, únicamente sopesa la posibilidad de suspender la cumbre bilateral prevista para septiembre en Moscú, antes de la reunión del G-20 en San Petersburgo.
El hecho de que la Casa Blanca ni siquiera haya adoptado una decisión definitiva sobre esa reunión —cuya celebración se empezó a poner en entredicho cuando Snowden recaló en el aeropuerto moscovita de Sheremétievo el 23 de junio— da una idea de la importancia que EE UU concede a los intereses que rodean la relación bilateral entre ambas potencias. El conflicto diplomático abierto por el informático de 30 años horada la maltrecha relación bilateral pero, si las desavenencias sobre el conflicto sirio, el programa nuclear de Irán, el escudo antimisiles europeo o la violación de derechos humanos en Rusia no han quebrado la confianza mutua, se antoja difícil que el caso Snowden vaya a acabar definitivamente con ella.
“Ahora mismo la irritación en el Congreso es máxima, pero creo que hay otros asuntos más importantes que podrían dar lugar a la ruptura de las relaciones”, señala en conversación telefónica Cory Welt, director del Instituto de Estudios Europeos, Rusos y Euroasiáticos de la Universidad George Washington. Welt hace alusión a las declaraciones de varios prominentes senadores tras conocerse la concesión del asilo a Snowden. “No creo que la cumbre del G-20 deba celebrarse en Rusia y, si se hace allí, nosotros no deberíamos participar”, señaló el número tres del Partido Demócrata en el Senado, Chuck Shumer. El republicano John McCain considera que decisión es “un intento deliberado por parte de Rusia de avergonzar a EE UU”. Su compañero de partido, Lindsey Graham, reiteró su propuesta de boicotear los Juegos de Invierno de Sochi.
La única respuesta a corto plazo que baraja la Casa Blanca —ni siquiera ha cancelado la reunión prevista para estos días entre los secretarios de Estado y de Defensa y sus homólogos rusos— es la suspensión de la cumbre en Moscú entre el presidente estadounidense y el ruso, Vladímir Putin. “Quien menos tiene que ganar acudiendo a esa cita ahora mismo es Obama, sobre todo si no se alcanza ningún acuerdo en las materias esenciales que están encima de la mesa”, sostiene Matthew Rojansky, director del Kennan Institute en el Woodrow Wilson Center. El Gobierno estadounidense aspiraba a acercar posturas con Rusia en asuntos de política exterior, pero siempre se ha mostrado receloso de este tipo de reuniones en las que pocas veces se han logrado pactos concretos.
Washington ahora mismo depende de la cooperación de Moscú en muchos ámbitos. “Rusia es vital de cara a la retirada definitiva de tropas en Afganistán, debe facilitarnos la salida y permitirnos el acceso a través de territorio ruso. Aunque un acuerdo sobre Siria parece prácticamente inviable, la colaboración del Kremlin en otros asuntos en Oriente Próximo también es importante, incluida la reanudación de las negociaciones de paz entre Israel y Palestina, donde una implicación rusa sería positiva”, señala Rojansky. La posición de Rusia hacia Siria es el principal foco de fricción en las relaciones entre ambos países, pero aunque EE UU ha tratado de soslayar la oposición rusa a la salida de Bachar El Asad del poder a través de iniciativas diplomáticas, sabe que cualquier avance hacia el fin de la violencia será imposible sin la colaboración de Moscú. A la Administración Obama tampoco le conviene distanciarse de Rusia ahora que se avecina un cambio en la presidencia de Irán, con un nuevo mandatario, Hasan Rohaní, más proclive a retomar el diálogo sobre su programa nuclear.
La última apuesta en el terreno internacional de Obama, el desarme nuclear, tampoco parece viable sin la complicidad rusa. La experiencia demuestra, además, que Putin suele contraatacar en respuesta a las represalias contra Rusia. Durante la guerra contra Georgia, en 2008 —quizás el momento más bajo de la relación bilateral entre ambas potencias hasta este momento, excluyendo la Guerra Fría—, el presidente ruso reaccionó a las sanciones impuestas por EE UU contra oficiales rusos por violación de derechos humanos suprimiendo programas del Gobierno y organizaciones civiles relacionadas con Washington.
En los últimos meses, Rusia ha aprobado una ley que prohíbe las adopciones de menores rusos por estadounidenses en respuesta a la Ley Magnitsky, que veta la entrada en EE UU de rusos acusados de violación de los derechos humanos. “Con Snowden, Rusia ha encontrado la vía perfecta para demostrarle a EE UU que él tiene su propia versión de la defensa de los derechos humanos”, sostiene Rojansky.
Más allá del impacto real que el asilo a Snowden vaya a tener para la relación bilateral entre EE UU y Rusia, la decisión de Moscú de desoír las peticiones del Gobierno estadounidense ha puesto en entredicho la incapacidad de la diplomacia de la primera potencia mundial, que ya fracasó al tratar de que Hong Kong extraditara a Snowden. “Quizás nuestro error haya sido ser demasiado insistentes en la extradición, cuando, nos guste o no, muchos otros Gobierno hubieran hecho lo mismo”, señala Welt.