Obama sopesa una respuesta militar en Siria tras el supuesto ataque químico

El presidente de EE UU mantiene las dudas sobre el alcance y la eficacia de la actuación en un conflicto que se escapa al control de Washington

Antonio Caño
Washington, El País
Después de admitir que el reciente ataque contra los rebeldes sirios, en el que estos denuncian el uso de armas químicas, “requiere la atención de Estados Unidos”, Barack Obama sopesa distintas opciones militares para encabezar la respuesta de una comunidad internacional cada día más inclinada a intervenir decisivamente en ese país. Se mantienen, no obstante, las dudas sobre el alcance y la eficacia de esa actuación en un conflicto que se escapa al control de Washington.


Obama aceptó el viernes en una entrevista a la CNN que la presión para que EE UU actúe ha crecido considerablemente tras el último ataque y que se aproxima el momento en que será necesario tomar decisiones importantes. Pero, al mismo tiempo, el presidente no avanza en aclarar cuáles podrían ser esas decisiones ni si está finalmente convencido de la necesidad de hacer algo más que el entrenamiento de los rebeldes y la modesta entrega de armas ligeras que permite actualmente.

“Lo que hemos visto es claramente un gran suceso que produce gran preocupación. Es algo que va a requerir la atención de EE UU”, declaró el presidente, quien esta semana discutió con sus principales asesores en materia de seguridad una posible represalia contra Siria en una reunión en la que, según el diario The New York Times, no se llegó a ninguna decisión.

Oficialmente, la Administración norteamericana está esperando a que Naciones Unidas, que tiene un equipo de inspectores sobre el terreno en Siria, sea capaz de determinar si, efectivamente, se usaron armas químicas en el ataque en las afueras de Damasco. Pero, ante las dificultades para que ese equipo pueda trabajar y la creciente evidencia de que el régimen de Bachar al Asad está dispuesto al exterminio de los rebeldes, Washington está desarrollando una diplomacia paralela para comprobar el respaldo internacional a una eventual intervención militar.

El secretario de Estado, John Kerry, ha estado en contacto con distintos colegas, entre ellos los ministros de Francia y Turquía, los países que parecen más partidarios de una respuesta contundente contra Asad, con vista a explorar las posibilidades de una coalición lo suficientemente amplia como para actuar sin la aprobación de Naciones Unidas.

Oficialmente, la Administración norteamericana está esperando a que Naciones Unidas determine si se usaron armas químicas en el ataque en las afueras de Damasco

Cuando la situación de Siria fue abordada esta misma semana por el Consejo de Seguridad de la ONU, volvió a comprobarse que Rusia, el mayor aliado internacional de Asad, no está dispuesto a permitir que ese organismo autorice ningún tipo de actuación militar en Siria similar a lo que ocurrió en Libia.

Eso deja a Obama ante la alternativa de encabezar un ataque sin permiso de la ONU o aceptar el coste de quedarse de brazos cruzados, que ya empieza a resultar muy alto. El senador John McCain ha declarado que, cuando Obama habla de un línea roja –en alusión a la advertencia hecha por el presidente en el caso de que el régimen sirio usase armas químicas- “en realidad quiere decir luz verde”. La oposición acusa al presidente de poner en juego el prestigio y la autoridad de EE UU con su indecisión en Siria.

Las dudas de Obama se corresponden, en todo caso, con una situación en la que ninguna opción militar parece sencilla o suficiente. Un bombardeo con misiles desde los barcos norteamericanos que navegan en el Mediterráneo, la alternativa menos arriesgada, serviría para que Asad pudiera presentarse como víctima de una agresión extranjera, pero difícilmente cambiaría el estado actual del conflicto.

La utilización de aviones de combate tendría quizá un efecto más apreciable, pero para ello sería necesaria una campaña sostenida de bombardeos en la que se podrían causar daños a la población civil y en la que podrían ocurrir bajas causadas por la artillería antiaérea siria, que los expertos consideran que no es despreciable.

Dada que la opción de una invasión terrestre ha sido expresamente descartada por el Gobierno norteamericano, la última alternativa sería la de suministrar a los rebeldes armas lo suficientemente poderosas como para permitirles retomar la iniciativa y ganar la guerra. Pero eso choca con las dudas sobre la verdadera naturaleza de los grupos que luchan contra Asad y el pavor de Obama a poner armamento en manos de extremistas que un día puedan utilizarlas para matar norteamericanos.

Obama, que hizo campaña contra la guerra de Irak y que se ha manifestado en contra de la permanente implicación militar de su país en Oriente Próximo, no quiere acabar su presidencia dejando a su sucesor otro conflicto abierto en esa región. Pero ese propósito –unido a una reacción similar en el caso de la crisis de Egipto- le está produciendo el perjuicio, quizá mayor, de hacerle parecer débil e indeciso.

El rumbo de los acontecimientos en Siria parece inclinar, sin embargo, a la Casa Blanca a reconocer la evidencia de que es necesario hacer algo. Tantos meses de cálculo sobre cuál es la mejor reacción no pueden concluir en la decisión de que lo mejor es no hacer nada. Los próximos días y la acumulación de pruebas sobre lo ocurrido en las afueras de Damasco pueden ser decisivos.

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