La coalición progolpe se resquebraja

El Baradei, otros políticos y el imán de Al Azhar se alejan de los militares

David Alandete
El Cairo, El País
Cuando anunció la consumación del golpe de Estado, con gran solemnidad y prometiendo una regeneración democrática de Egipto, al general y comandante de las Fuerzas Armadas Abdel Fatah al Sisi le acompañó lo más granado de la sociedad civil, todo un plantel de grandes líderes políticos, religiosos y juveniles que querían darle legitimidad a la maniobra militar que acababa de poner fin a un año de gobierno de los Hermanos Musulmanes, ganadores de las primeras elecciones legítimas del país. Seis semanas después, con el país sumido en el caos, esa gran coalición se ha quebrado, con numerosas defecciones y la incapacidad o la negativa de muchos de aquellos dirigentes de justificar las matanzas del Ejército. Queda pues patente su fracaso a la hora de devolverle la anhelada estabilidad a un país sumido en el conflicto civil.


El primero en abandonar la gran coalición fue el reputado líder y premio Nobel de la Paz Mohamed el Baradei, que aceptó ser vicepresidente interino para asuntos internacionales. Dimitió horas después de la mayor masacre en la historia reciente del país. Fueron 600 los muertos en aquella carga militar contra los campamentos islamistas. “Los únicos que se benefician de los hechos de hoy son los terroristas, anarquistas y extremistas, y pronto recordarán muy bien lo que he dicho”, dijo entonces en un comunicado. Cierto. Muchos recordaron ayer mismo esas palabras, con El Cairo sumido en el caos, las calles tomadas por grupos armados y tanques, con el sonido de las ráfagas de los fusiles bien claro en todo el centro de la ciudad.

Era complicado para El Baradei seguir en el Gobierno y mantener su fama de prohombre de reputación intachable e incansable defensor de la paz y la democracia. “Con todo el respeto, ha renunciado a sus responsabilidades en los tiempos más duros”, decía ayer Mona Selim, portavoz del movimiento juvenil Tamarod (Rebelión), que dijo haber recabado 22 millones de firmas pidiendo la dimisión de Mohamed Morsi y que convocó las grandes manifestaciones que precedieron al golpe. “Es en cierto modo vergonzoso que El Baradei haya decidido renunciar a sus obligaciones justo cuando las cosas han comenzado a ponerse difíciles, sobre todo cuando se comprometió a representar a este Gobierno ante el resto del mundo"”, añadió.

Ayer eran los jóvenes de Tamarod los últimos que quedaban para defender públicamente al Gobierno interino y a sus custodios, los generales. Dimitió también Khaled Dawoud, secretario de comunicación del Frente de Salvación Nacional, uno de los políticos que, tras la deposición de Morsi, más repitió en los medios de Egipto y el resto del mundo la célebre frase de “no es un golpe, es la voluntad del pueblo”. Antes muy dado a conceder entrevistas, ayer respondió con un lacónico “no”, por mensaje de texto, petición de que explicara los motivos de su abandono. Poco quedaba por explicar, ante un país en llamas, consumido por unas diferencias cada vez más irreconciliables.

A la derecha del general Al Sisi, el día del anuncio del golpe, se hallaba también Mahmud Badr, uno de los fundadores de Tamarod. En las redes sociales se ha dedicado a criticar a los islamistas por incitar a la violencia, tildándolos de terroristas, justificando, de forma más o menos directa, las cargas policiales. “Nuestro país se enfrenta a grandes amenazas", dijo en un comunicado televisado el jueves con gran pompa, en el que pidió a sus simpatizantes que crearan grupos para defender a los vecindarios y a las minorías de la embestida islamista. “Aquellos que intentan generar violencia deberían saber que en Egipto no hay minorías, somos todos ciudadanos egipcios, cristianos y musulmanes”, añadió.

Quien más se ha esforzado por tenderle una mano a los islamistas ha sido el imán de la mezquita de Al Azhar, la más prestigiosa institución del islam suní. Ahmed el Tayeb anunció antes de la matanza una ronda de contactos para facilitar la reconciliación nacional. Los Hermanos Musulmanes rechazaron su mediación. Lo tildan de dictador religioso, lo acusan de creer que es un papa musulmán y recuerdan que lo eligió Hosni Mubarak. Es lógico, dado que compareció también junto al general Al Sisi para darle credibilidad religiosa al golpe. Tras la masacre del miércoles pidió “moderación y diálogo” en un comunicado, pero con más de 600 muertos, los islamistas creyeron que ya era tarde para ello.

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