Isco rescata al Real Madrid
Isco tiene gol y tiene ángel. Se intuía y quedó claro a cinco minutos del final del partido, cuando marcó un gol que no le correspondía, pues hubiera pertenecido más propiamente a un nueve goleador, a un tipo que tuviera las rodillas donde Isco tiene las pestañas. Ese cabezazo insospechado condenó a un Betis dignísimo, espléndido hasta que le duró el aire. De Mel se sabe lo que de otros se imagina: es un gran entrenador.
Si lo más apasionante sucedió al final, lo sorprendente ocurrió al principio, cuando se conoció la suplencia de Casillas. Cualquier amante sabe (aunque suele olvidarlo) lo importante que es sentar las bases de una relación al principio de la misma. Y en esta relación, por lo que se aprecia, no hay privilegios para los galones de Casillas. Sorprende la decisión de Ancelotti por cuanto genera una polémica en mitad de lo que estaba siendo un ambiente plácido y feliz. La maniobra es cuestionable porque la tormenta que vendrá parece más grande que la ganancia deportiva que, de existir, es mínima. Para confirmarlo, Diego López incidió ayer en las virtudes y debilidades de Casillas: impecable en los reflejos y algo titubeante por alto. En general, y al igual que Iker, se vio perjudicado por la pasividad del equipo para defender jugadas a balón parado.
Cuando Morata sustituyó a Benzema, a falta de diez minutos para la conclusión y con el partido por empatar, pensamos que lo de Ancelotti tal vez no sea un orzuelo, sino un ojo inyectado en sangre. No obstante, seguiremos con atención la evolución oftalmológica.
El primer tiempo terminó empatado, pero claramente inclinado hacia el Betis. Valga un dato: 0-7 en saques de esquina para los verdiblancos. Mientras al visitante le asomaba el plan por el bolsillo, el Madrid era poco más que una reunión de buenos jugadores, sin jefatura en el centro del campo. La pareja Modric-Khedira resultaría más interesante en caso de que jugaran uno sobre el otro, alternándose en defensa y ataque. Separados son la mitad y no el doble.
El Betis disfrutó de la primera ocasión a los tres minutos, un cabezazo de Jorge Molina que repelió Diego López. Y repitió cinco después, otra vez Molina frente a López. Hasta que la tercera patada derribó la puerta. Cedrick tomó el balón en el mediocampo, encaró a Sergio Ramos y le fulminó al sprint. Después, el pequeño congoleño se la regaló a Jorge Molina. No había sido un fogonazo. Sin tiempo para que el Madrid se recuperara del golpe, Cedrick hizo con Carvajal lo que había perpetrado con Ramos. La diferencia es que Verdú, cosa extraña, no supo marcar; quizá le pareció demasiado fácil, los genios, ya saben.
La reacción del Madrid fue algo desordenada, pero efectiva. En ese arreón destacaron dos cortes de pelo. El de Cristiano responde a esa necesidad que tienen los muy guapos de afearse, quizá para no abusar, o para que no los quieran sólo por su cuerpo. El peinado de Benzema tiene otro origen que se nos hace indescifrable. Al final, después de algunos fallos y varias ausencias, empató el francés.
El siguiente mérito del Betis (enorme) fue pasar de la supervivencia al dominio. Entonces llegó el cabezazo de Nosa al larguero y el penalti de Carvajal, sofocadísimo en defensa, sobre el atómico Cedrick.
Al inicio de la segunda parte advertimos que el Betis hubiera precisado una hora de descanso. O dos. A los 30 segundos, Cristiano remató al larguero y a partir de ese estruendo asistimos a un partido nuevo, más lógico, con el forastero corriendo mucho y sufriendo más. La superioridad técnica del Madrid se hizo más evidente a partir de su superioridad física. Los músculos no son de adorno.
La entrada de Casemiro en lugar de Khedira dio más solidez al anfitrión. Después ganó filo con Di María (por Özil). Sin embargo, ni en los peores momentos se dio por vencido el Betis. En cuanto tuvo aire, atacó. Nosa volvió a cabecear en posición de ventaja. Visitar el Bernabéu y llegar empatado al minuto 85 es como escalar una montaña de 8.000 metros sin oxígeno. Volver entero al campamento base es otra cuestión.
A cinco del final, Isco despertó al Betis de su sueño. Marcelo avanzó y el malagueño se la pidió con el brazo en alto, como en el colegio. Y hacia allí se dirigió el balón. Lo siguiente fue lo nunca visto, porque el chico cabeceó como si fuera Santillana, ágil y decidido. El estadio lo celebró por todo lo alto, por los puntos en juego y por lo que gusta de los yernos perfectos. Asistencia y gol no es mal balance para un jugador que lo tiene todo para ser el favorito de la grada. Sin embargo, Isco, como el Madrid, todavía es mucho más. Debe serlo.