El terrorismo yihadista inaugura un nuevo frente de combate en Túnez
El Ejército intenta reconquistar la sierra de Chaambi, tomada por terroristas
Ignacio Cembrero
Madrid, El País
Al Qaeda ha abierto un nuevo frente: Túnez. El asesinato, el lunes por la noche, de ocho soldados de élite degollados en las faldas de la sierra de Chaambi es la demostración palpable de que ha puesto pie por primera vez en el más pequeño de los países del Magreb.
A la grave crisis política —agravada por el asesinato del diputado de izquierdas Mohamed Brahmi— que padece el primer país que apostó por la llamada primavera árabe, se añade ahora el mayor golpe terrorista desde que inició su andadura democrática en enero de 2011. La combinación de ambos factores incrementa el riesgo de hacer descarrilar la transición.
El Ejército tunecino intenta, desde anteayer, reconquistar la sierra de Chaambi, tomada por los yihadistas. Es su enésima ofensiva desde que, a principios de año, surgió allí el brote terrorista, pero en esta ocasión cuenta con más medios y está coordinada con Argelia, que ha sellado su frontera para que los terroristas no huyan.
“Una gran operación militar empezó al alba del viernes con la participación de la fuerza aérea y de unidades terrestres”, anunció ese mismo día Tawfik Rahmouni, un portavoz militar. Ha destinado a la batalla a 6.500 hombres, la mitad de sus unidades en activo. El Ejército tunecino es pequeño, no está muy bien equipado y, sobre todo, carece de experiencia en la lucha antiterrorista. Enfrente tiene a yihadistas aguerridos llegados de Argelia y del norte de Malí, de donde les expulsó en enero la intervención militar de Francia.
Según el profesor Mathieu Guidère, autor de Al Qaeda a la conquista del Magreb, el núcleo duro lo constituyen los restos de la brigada del terrorista Abu Zeid, que cayó durante la ofensiva francesa. Son una treintena de hombres que estuvieron a las órdenes de un jefe al que se le atribuye el asesinato de dos rehenes en Malí, un británico y un francés.
Al foco de la sierra de Chaambi se añade un rosario de pequeños incidentes aparentemente sin gravedad como la explosión, en un mercado de La Goulette, en la periferia de Túnez capital, de un artefacto casero; el envío, al domicilio de un coronel, de un falso paquete bomba o la muerte, el viernes, de un extremista mientras manipulaba explosivos.
Nada más conocerse el brutal asesinato de los ocho soldados, el presidente tunecino, Moncef Marzouki, viajó a la zona para mostrar su apoyo al Ejército. Las Fuerzas Armadas tunecinas están faltas de moral. A finales de junio, justo antes de jubilarse, el general Rachid Ammar, jefe de Estado Mayor de la Defensa, dibujó un panorama sombrío. Ammar, parco en palabras, concedió al despedirse del cargo una larga entrevista en la televisión en la que advirtió del riesgo de “somalización” del país. “Temo [la existencia de] campamentos de entrenamiento de yihadistas en Túnez”, declaró. “Hay fábricas de minas en nuestro país desde hace más de un año y no lo sabíamos. No tenemos medios para mantener a Túnez de pie”, añadió el militar.
La aparición del foco yihadista en Chaambi, los atentados sin víctimas como el de La Goulette, recuerdan un poco a los inicios, hace dos décadas, de la guerra civil larvada que vivió Argelia y que se cobró en los años noventa cerca de 200.000 muertos.
Para luchar contra los terroristas el Ejército tunecino está poco preparado, pero cuenta con una gran ventaja comparado con el argelino hace 20 años: los islamistas que empuñan las armas apenas cuentan con respaldo popular. Prueba de ello es que nada más conocerse la noticia del asesinato de los soldados, muchos vecinos de Kasserine, la capital provincial más cercana a la sierra de Chaambi, se concentraron en el hospital y corearon eslóganes contra los islamistas.
Cuando llegaron los cuerpos degollados al depósito de cadáveres la ira creció. La muchedumbre se enardeció y marchó hacia la sede local de Ennahda, el partido islamista moderado que dirige el Gobierno, y la saqueó.
Ennahda, afín a los Hermanos Musulmanes egipcios, condenó el brutal ataque contra los soldados. Hizo además un llamamiento a “consolidar la unidad nacional y a otorgar prioridad a la lucha contra el terrorismo y la violencia”.
Hace unos meses, sin embargo, Ali Larayed, el actual primer ministro, se empeñó en “tratar de integrar a los salafistas radicales que iban camino de los montes de Chaambi para tratar de impedir su radicalización”, recuerda el experto Guidère. Esa obstinación retrasó algo el inicio de la lucha antiterrorista a gran escala. Ahora “no hay que temer una guerra civil [como en Argelia] sino un terrorismo residual”, prosigue Guidère. “Es un foco potencial de inestabilidad y desestabilización del país”.
Los problemas de Túnez son, sin embargo, peccata minuta comparados con los que han surgido en el sur de Libia tras la exitosa operación francesa Serval en Malí. Fue allí donde el jefe terrorista Mojtar Belmojtar planeó y adiestró a sus hombres para asaltar en enero la planta gasística argelina de In Amenas. Su toma por los yihadistas, entre los que los tunecinos constituían la mayoría relativa, supuso una reducción del 6% del suministro de gas argelino a España.
Un exhaustivo informe sobre la amenaza terrorista en el Sahel, publicado el mes pasado por el Senado de Francia, describe al sur de Libia como un auténtico “agujero negro”.
Ignacio Cembrero
Madrid, El País
Al Qaeda ha abierto un nuevo frente: Túnez. El asesinato, el lunes por la noche, de ocho soldados de élite degollados en las faldas de la sierra de Chaambi es la demostración palpable de que ha puesto pie por primera vez en el más pequeño de los países del Magreb.
A la grave crisis política —agravada por el asesinato del diputado de izquierdas Mohamed Brahmi— que padece el primer país que apostó por la llamada primavera árabe, se añade ahora el mayor golpe terrorista desde que inició su andadura democrática en enero de 2011. La combinación de ambos factores incrementa el riesgo de hacer descarrilar la transición.
El Ejército tunecino intenta, desde anteayer, reconquistar la sierra de Chaambi, tomada por los yihadistas. Es su enésima ofensiva desde que, a principios de año, surgió allí el brote terrorista, pero en esta ocasión cuenta con más medios y está coordinada con Argelia, que ha sellado su frontera para que los terroristas no huyan.
“Una gran operación militar empezó al alba del viernes con la participación de la fuerza aérea y de unidades terrestres”, anunció ese mismo día Tawfik Rahmouni, un portavoz militar. Ha destinado a la batalla a 6.500 hombres, la mitad de sus unidades en activo. El Ejército tunecino es pequeño, no está muy bien equipado y, sobre todo, carece de experiencia en la lucha antiterrorista. Enfrente tiene a yihadistas aguerridos llegados de Argelia y del norte de Malí, de donde les expulsó en enero la intervención militar de Francia.
Según el profesor Mathieu Guidère, autor de Al Qaeda a la conquista del Magreb, el núcleo duro lo constituyen los restos de la brigada del terrorista Abu Zeid, que cayó durante la ofensiva francesa. Son una treintena de hombres que estuvieron a las órdenes de un jefe al que se le atribuye el asesinato de dos rehenes en Malí, un británico y un francés.
Al foco de la sierra de Chaambi se añade un rosario de pequeños incidentes aparentemente sin gravedad como la explosión, en un mercado de La Goulette, en la periferia de Túnez capital, de un artefacto casero; el envío, al domicilio de un coronel, de un falso paquete bomba o la muerte, el viernes, de un extremista mientras manipulaba explosivos.
Nada más conocerse el brutal asesinato de los ocho soldados, el presidente tunecino, Moncef Marzouki, viajó a la zona para mostrar su apoyo al Ejército. Las Fuerzas Armadas tunecinas están faltas de moral. A finales de junio, justo antes de jubilarse, el general Rachid Ammar, jefe de Estado Mayor de la Defensa, dibujó un panorama sombrío. Ammar, parco en palabras, concedió al despedirse del cargo una larga entrevista en la televisión en la que advirtió del riesgo de “somalización” del país. “Temo [la existencia de] campamentos de entrenamiento de yihadistas en Túnez”, declaró. “Hay fábricas de minas en nuestro país desde hace más de un año y no lo sabíamos. No tenemos medios para mantener a Túnez de pie”, añadió el militar.
La aparición del foco yihadista en Chaambi, los atentados sin víctimas como el de La Goulette, recuerdan un poco a los inicios, hace dos décadas, de la guerra civil larvada que vivió Argelia y que se cobró en los años noventa cerca de 200.000 muertos.
Para luchar contra los terroristas el Ejército tunecino está poco preparado, pero cuenta con una gran ventaja comparado con el argelino hace 20 años: los islamistas que empuñan las armas apenas cuentan con respaldo popular. Prueba de ello es que nada más conocerse la noticia del asesinato de los soldados, muchos vecinos de Kasserine, la capital provincial más cercana a la sierra de Chaambi, se concentraron en el hospital y corearon eslóganes contra los islamistas.
Cuando llegaron los cuerpos degollados al depósito de cadáveres la ira creció. La muchedumbre se enardeció y marchó hacia la sede local de Ennahda, el partido islamista moderado que dirige el Gobierno, y la saqueó.
Ennahda, afín a los Hermanos Musulmanes egipcios, condenó el brutal ataque contra los soldados. Hizo además un llamamiento a “consolidar la unidad nacional y a otorgar prioridad a la lucha contra el terrorismo y la violencia”.
Hace unos meses, sin embargo, Ali Larayed, el actual primer ministro, se empeñó en “tratar de integrar a los salafistas radicales que iban camino de los montes de Chaambi para tratar de impedir su radicalización”, recuerda el experto Guidère. Esa obstinación retrasó algo el inicio de la lucha antiterrorista a gran escala. Ahora “no hay que temer una guerra civil [como en Argelia] sino un terrorismo residual”, prosigue Guidère. “Es un foco potencial de inestabilidad y desestabilización del país”.
Los problemas de Túnez son, sin embargo, peccata minuta comparados con los que han surgido en el sur de Libia tras la exitosa operación francesa Serval en Malí. Fue allí donde el jefe terrorista Mojtar Belmojtar planeó y adiestró a sus hombres para asaltar en enero la planta gasística argelina de In Amenas. Su toma por los yihadistas, entre los que los tunecinos constituían la mayoría relativa, supuso una reducción del 6% del suministro de gas argelino a España.
Un exhaustivo informe sobre la amenaza terrorista en el Sahel, publicado el mes pasado por el Senado de Francia, describe al sur de Libia como un auténtico “agujero negro”.