ANÁLISIS / Rajoy solo gira al borde del precipicio
Carlos E. Cué
Madrid, El País
Mariano Rajoy suele presumir en privado de su profundo conocimiento de las leyes de la política. En 30 años él ha visto ya de todo, repite. Y esa experiencia y su particular forma de ser casi siempre le dicta que lo mejor es esperar. Casi siempre. Ayer le aconsejó otra cosa. Al borde del precipicio, como es habitual en él, giró y dejó en ridículo su propia estrategia de hacer como si Luis Bárcenas no existiera. Eso también forma parte de su estilo, mucho más imprevisible de lo que admite. Ayer sirvió para lo que buscaba: animar a un PP asustado por el enfado de sus votantes.
Rajoy, admitían los suyos, llegaba muy tocado. Al presidente no le preocupa la oposición ni la movilización de la izquierda. Sabe que ninguna de las dos le harán caer. Solo dos fuerzas podrían echarle. Una es la presión internacional y de los mercados, que tumbó a Silvio Berlusconi casi a la vez que Rajoy llegaba a La Moncloa, y otra es la presión dentro del PP. Con niveles de intensidad diferentes, las dos se habían puesto en marcha. El presidente, lo admitió ayer, no quería explicarse en el Congreso. Pero las encuestas que determinaban que la mayoría de los votantes del PP creían más a Bárcenas que a su líder y los comentarios de la prensa europea que veían a Rajoy acorralado obraron el milagro. Rajoy hizo lo que reclamó hace meses Alberto Núñez Feijóo: pedir perdón. Pero solo por ingenuidad, por fiarse de que quien no debía. Y los suyos respiraron aliviados: “Menos mal. Necesitamos algo que poder decirle a nuestra gente este verano. Los votantes están hartos. ¿Por qué no hizo esto hace seis meses? En los tres primeros minutos, en cuanto nombró a Bárcenas y dijo que era malo, se oyó un respiro en los bancos del PP”, resume un veterano.
El discurso estaba pensado para eso, para el mundo del PP. Y nada anima más ahí que los golpes al PSOE. Por eso Rajoy embarró el terreno desde el primer minuto atacando a Rubalcaba, lo que provocó un debate durísimo desconocido en el Congreso desde los 90. Un mensaje claro sobre todo para los barones regionales, para el poder real en el PP: Rajoy está decidido a aguantar. Y de paso también a las cancillerías europeas: “No voy a dimitir”.
El PP se va así de vacaciones con la sensación de que Rajoy no está noqueado, como temían. Eso sí, otros recordaban que el duelo no ha terminado. El presidente nunca quiso hablar de Bárcenas por temor a su venganza. Ahora se espera su reacción. Algunos admitían en el PP que sus SMS a Bárcenas siguen siendo un flanco abierto por el que entró Rubalcaba. Pero fue el propio Rajoy quien dejó claro que no las tiene todas consigo. Ya no es “no hay financiación ilegal” o “todo es falso salvo alguna cosa”. Ahora es “no tengo constancia de que mi partido se haya financiado ilegalmente” y “no tengo constancia de haber hecho nada contrario a la ética”. La puerta queda abierta. El caso no ha acabado. Ayer marcó un capítulo clave y un giro de 180 grados en su intento de resistir. Siempre al límite.
Madrid, El País
Mariano Rajoy suele presumir en privado de su profundo conocimiento de las leyes de la política. En 30 años él ha visto ya de todo, repite. Y esa experiencia y su particular forma de ser casi siempre le dicta que lo mejor es esperar. Casi siempre. Ayer le aconsejó otra cosa. Al borde del precipicio, como es habitual en él, giró y dejó en ridículo su propia estrategia de hacer como si Luis Bárcenas no existiera. Eso también forma parte de su estilo, mucho más imprevisible de lo que admite. Ayer sirvió para lo que buscaba: animar a un PP asustado por el enfado de sus votantes.
Rajoy, admitían los suyos, llegaba muy tocado. Al presidente no le preocupa la oposición ni la movilización de la izquierda. Sabe que ninguna de las dos le harán caer. Solo dos fuerzas podrían echarle. Una es la presión internacional y de los mercados, que tumbó a Silvio Berlusconi casi a la vez que Rajoy llegaba a La Moncloa, y otra es la presión dentro del PP. Con niveles de intensidad diferentes, las dos se habían puesto en marcha. El presidente, lo admitió ayer, no quería explicarse en el Congreso. Pero las encuestas que determinaban que la mayoría de los votantes del PP creían más a Bárcenas que a su líder y los comentarios de la prensa europea que veían a Rajoy acorralado obraron el milagro. Rajoy hizo lo que reclamó hace meses Alberto Núñez Feijóo: pedir perdón. Pero solo por ingenuidad, por fiarse de que quien no debía. Y los suyos respiraron aliviados: “Menos mal. Necesitamos algo que poder decirle a nuestra gente este verano. Los votantes están hartos. ¿Por qué no hizo esto hace seis meses? En los tres primeros minutos, en cuanto nombró a Bárcenas y dijo que era malo, se oyó un respiro en los bancos del PP”, resume un veterano.
El discurso estaba pensado para eso, para el mundo del PP. Y nada anima más ahí que los golpes al PSOE. Por eso Rajoy embarró el terreno desde el primer minuto atacando a Rubalcaba, lo que provocó un debate durísimo desconocido en el Congreso desde los 90. Un mensaje claro sobre todo para los barones regionales, para el poder real en el PP: Rajoy está decidido a aguantar. Y de paso también a las cancillerías europeas: “No voy a dimitir”.
El PP se va así de vacaciones con la sensación de que Rajoy no está noqueado, como temían. Eso sí, otros recordaban que el duelo no ha terminado. El presidente nunca quiso hablar de Bárcenas por temor a su venganza. Ahora se espera su reacción. Algunos admitían en el PP que sus SMS a Bárcenas siguen siendo un flanco abierto por el que entró Rubalcaba. Pero fue el propio Rajoy quien dejó claro que no las tiene todas consigo. Ya no es “no hay financiación ilegal” o “todo es falso salvo alguna cosa”. Ahora es “no tengo constancia de que mi partido se haya financiado ilegalmente” y “no tengo constancia de haber hecho nada contrario a la ética”. La puerta queda abierta. El caso no ha acabado. Ayer marcó un capítulo clave y un giro de 180 grados en su intento de resistir. Siempre al límite.