Alemania tira con fuerza
Angela Merkel aspira a un tercer mandato en un momento económico boyante
El resto de Europa espera que la locomotora no se detenga
Enrique Müller, El País
Ferdinand Fitchner, jefe del departamento de Coyuntura del Instituto de Investigación Económica de Berlín (DIW), y su colega Wolfgang Adlwarth, director comercial del grupo GfK, principal compañía de Investigación de Mercados de Alemania, con sede en Núremberg, comparten una certeza que puede tener una enorme repercusión interna y también en las empobrecidas economías del sur de Europa. Ambos analistas no tienen miedo en afirmar —apoyándose en estadísticas, información propia y datos de coyuntura— que Alemania está inmersa en una nueva revolución económica que ya ha obrado el milagro de dar un fuerte impulso al crecimiento económico del país.
Los alemanes dan síntomas de haber olvidado su ancestral cultura del ahorro para convertirse en un alegre pueblo consumista. Este cambio radical, esperado en las demás economías europeas como agua de mayo, es una de las principales razones que esgrime el Instituto Federal de Estadísticas (Destasis) para justificar un sorprendente repunte de la economía germana, que creció un 0,7% en el segundo trimestre del año, una expansión muy superior a la registrada en el primer trimestre, que solo fue de un 0,1%.
A un mes de que los alemanes vayan a las urnas, la vida sonríe a la canciller Angela Merkel, aspirante a un tercer mandato. Los datos económicos refuerzan uno de los puntos clave de su campaña —la prosperidad alemana en un entorno europeo incierto— y dan un nuevo impulso a su polémica gestión en la crisis del euro.
Merkel se volvió popular en su país y odiada en buena parte de Europa a causa de una estrategia aplaudida por muchos compatriotas, que siguen creyendo que la estrategia de imponer una severa política de ahorro a los demás también protege sus propios bolsillos. “La gente tiene la sensación de que Merkel se preocupa de que los males de la crisis del euro no repercutan en la vida diaria”, explica Manfred Güllner, jefe del instituto demoscópico Forsa, al destacar el impacto de la política europea de la canciller en la sociedad germana. “Ella es formidable a la hora de impedir tragedias que afectan a los alemanes”.
No en vano, los sondeos de opinión, que pronostican un cómodo triunfo de la actual coalición de Gobierno entre la Unión Cristiano Demócrata (CDU) de Merkel, la Unión Social Cristiana (CSU) de Baviera y los liberales del FDP, siguen subrayando que los alemanes confían más que nadie en Merkel para conducir al país. ¿Se equivocan los alemanes al creer que pueden mirar al futuro con optimismo gracias a la gestión de la canciller, como sugirió el ministro de Economía, Phillip Rösler? Los expertos del DIW y de GfK consultados por EL PAÍS creen que no.
“El consumo privado seguirá siendo el principal conductor del crecimiento gracias a un aumento real de los ingresos y a la seguridad que reina en el mercado laboral, que ofrece una tasa de desempleo muy baja”, dice el analista del DIW. “Los alemanes tienen ahora más dinero en el bolsillo y, algo raro, lo gastan sin pensar en el futuro. Pareciera que actúan bajo el principio ¡compro, luego existo!” Wolfgang Adlwarth, cuya misión en la vida es vigilar el desarrollo del consumo en Alemania desde la sede de GfK, comparte casi al cien por cien el análisis de su colega de Berlín, pero hace hincapié en otro aspecto: “Los alemanes, a causa de la crisis financiera mundial, perdieron la confianza en los bancos. Las turbulencias de la crisis del euro, que se agudizaron con la crisis en Chipre, ha hecho creer a mucha gente que su dinero depositado en los bancos no está seguro. Ahora prefieren invertir en una vivienda propia y en productos de alta calidad que mejoran su estándar de vida”.
El consumo se anima y es ya uno de los motores del crecimiento
Esta cuestión cobra actualidad al revisar las estadísticas de la construcción en los primeros seis meses del año. Los permisos para construir viviendas aumentaron en un 9,6% en comparación con el primer semestre de 2012, un boom inmobiliario basado en una demanda real y no en una burbuja como ocurrió en España. El índice de confianza del consumidor lleva nueve meses seguidos de avance, según el Centro para la Investigación de la Economía Europea (ZEW), con sede en Mannheim.
El origen de la nueva fiebre de consumo que parece haber contagiado a la población alemana se puede encontrar en un fenómeno que causa envidia en Europa, La baja tasa de desempleo, que alcanzó el 6,8% en el mes de julio (5,6% según la OCDE), ha hecho desaparecer el miedo de los alemanes a perder su puesto de trabajo y ha revivido en la memoria colectiva del país el sacrificio que hicieron los trabajadores para evitar que la gran industria sucumbiera a los años negros de la crisis. Este esfuerzo hizo posible que el gran motor de la riqueza germana, la industria, pudiera renovarse y fortalecerse gracias en parte a la política de moderación salarial pactada por la patronal y los sindicatos. Esta política se inició a comienzos de los años ochenta y se interrumpió en los primeros años de la reunificación.
Los datos refuerzan la gestión de la canciller en la crisis del euro
Todo cambió en 2001, cuando se produjo la explosión de la burbuja puntocom, un fenómeno que ralentizó el crecimiento de las economías de los países de la OCDE. Alemania reaccionó optando por una política de moderación salarial con el propósito de mejorar la competitividad. Los sindicatos vivieron una fuerte presión para mantener a raya las demandas salariales. Pero los trabajadores pagaron un alto precio para asegurar el buen estado de salud de las empresas germanas. De acuerdo con varios estudios de institutos económicos y de la fundación Hans Böckler, cercana a la confederación sindical DGB, los salarios reales disminuyeron un 4% entre 2000 y 2010. En el mismo periodo, los salarios reales en España aumentaron un 4%, en Polonia un 19%, en Hungría un 66,7% y en Rumania un 331,7%
Según Dieter Hundt, el poderoso presidente de la patronal alemana, los acuerdos salariales negociados entre 2005 y 2008 fueron decisivos para que en esos años la industria pudiera crecer. “Tampoco hay que olvidar las medidas que adoptó el Gobierno de gran coalición [formado por la CSU-CDU y los socialdemócratas del SDP entre 2005 y 2009] para hacer frente a los estragos de la crisis financiera mundial”, recuerda Wolfgang Adlwarth, economista de GfK.
En plena crisis y al más puro estilo keynesiano, el ejecutivo aprobó sendos paquetes de estímulo y rescate que incluían 480.000 millones de euros para los bancos en problemas, 115.000 millones para ayudar a las empresas y 80.000 millones para dos programas destinados a estimular la economía. “La idea era combatir el fuego con fuego”, admitió el exministro de Hacienda Peter Steinbrück y actual candidato socialdemócrata a la cancillería. “El Gobierno se endeudó, pero las empresas recibieron nuevos pedidos y los bancos comenzaron nuevamente a prestar dinero”.
Los economistas también destacan el apoyo que dio el Gobierno a la reducción de la jornada laboral como alternativa al despido. La medida, bautizada como Kurzarbeit, hizo posible que la gente no perdiera capacidad de compra, lo que mantuvo el consumo interno e impidió que creciera el desempleo. Gracias a esta medida, que llegó a afectar a 1,5 millones de personas, la industria tiene ahora a su disposición una vasta reserva de empleados bien capacitados para hacer frente a la demanda.
El buen estado de salud de que goza la gran industria alemana hizo posible que en mayo pasado el sindicato IG Metall, que agrupa a unos 3,6 millones de trabajadores de los sectores del automóvil, electrónico y metalúrgico, negociara con la patronal un importante aumento salarial. A partir del 1 de julio, los trabajadores recibieron una subida del 3,4% para los próximos 10 meses, y desde mayo de 2014 otra subida de 2,2% hasta finales de ese año. “Este aumento tendrá nuevamente un impacto en el consumo interno”, afirman los economistas de Berlín y Núremberg, para quienes el nuevo milagro de la economía alemana tendrá consecuencias positivas en las economías de los socios europeos. Ambos afirman que el gran crecimiento de la demanda interna aumentará las importaciones germanas, una situación que repercutirá directamente en países como Francia, Italia y España.
¿Es Alemania una renovada y potente locomotora económica europea? “Yo sería cuidadoso en aplicar ese término, porque el desarrollo económico de Alemania no es muy sólido. El poderío económico depende en gran medida de las exportaciones, y este aspecto depende en gran medida de la coyuntura global”, sostiene Ferdinand Fichtner, del Instituto DIW. “Alemania es una locomotora un poco tambaleante”. Su colega del grupo GfK es más categórico. “Alemania es una locomotora de la demanda. Esta dinámica se generó hace cuatro años y todo parece indicar que el consumo interno seguirá expandiéndose”, sostiene Wolfgang Adlwarth. “Por el momento, no existen indicios que señalen lo contrario. Los alemanes seguirán comprando y ahorrarán menos”.
Aun así, el otro gran motor de la economía alemana, las exportaciones, sigue dando señales de buena salud. En 2012, Alemania exportó productos por un monto de 1,097 billones de euros, un récord que también hizo posible que Alemania alcanzara ese año el mayor superávit de su balanza comercial desde 1950: 188.000 millones de euros. Los pronósticos para 2013 tampoco son malos. A pesar de las oscilaciones en la coyuntura mundial y la crisis en la eurozona, las exportaciones alemanas crecerán en 2013 en un 2%.
El lado oscuro del milagro
Hace algo más de 10 años, casi toda la prensa europea se refería a Alemania como “el gigante enfermo” del continente al hacerse eco del miserable estado del mercado laboral germano, que registraba una tasa de paro de casi un 11 %. Alarmado por el estado de salud de la nación, el entonces canciller, Gerhard Schröder, decidió atacar la enfermedad con una terapia de choque que recibió el nombre de Agenda 2010, un ambicioso programa de reformas que incluía reformas en el anquilosado sistema de bienestar y duros recortes en las prestaciones del desempleo, además de aflojar la rígida ley de protección del empleo.
La agenda 2010 acabó con la carrera política de Schröder, pero desde un punto de vista práctico, el medicamento surtió efecto e hizo posible que, en solo 10 años, la tasa de paro cayera al 6,8% y convirtiera la utopía del pleno empleo en una posibilidad real. Pero el éxito de las reformas tiene un lado oscuro. Una de las herramientas centrales de la Agenda 2010 para combatir el paro fue la creación de los llamados minijobs, un trabajo remunerado actualmente con 450 euros mensuales y con mínimas prestaciones sociales. En la actualidad hay unos 7,5 millones de personas que reciben este salario, cercano a la miseria, pero que maquilla las estadísticas del paro.
Lo mismo sucede con los llamados trabajadores temporales, un grupo social que trabaja ocho horas y que gana, en promedio, un 40% menos de lo que recibe un trabajador de plantilla. Hace 10 años, la industria tenía bajo contratos temporales a unas 300.000 personas. En la actualidad, más de un millón de personas integran este ejército de “esclavos modernos” como lo bautizó el sindicato IG Metall. “El trabajo temporal es el ejemplo más visible del embrutecimiento de la moral en el mercado laboral”, señaló Detlev Wertzel, vicepresidente del sindicato, al dar a conocer el llamado “libro negro del trabajo temporal”.
Estos esclavos son mano de obra muy solicitada en el ramo de la industria automotriz. La plantilla de BMW en Alemania es de 70.000 trabajadores, pero, de forma paralela, la firma de Múnich da empleo a 10.000 trabajadores. El porcentaje en Audi es de un 5%, y en Daimler, un 8%.
El resto de Europa espera que la locomotora no se detenga
Enrique Müller, El País
Ferdinand Fitchner, jefe del departamento de Coyuntura del Instituto de Investigación Económica de Berlín (DIW), y su colega Wolfgang Adlwarth, director comercial del grupo GfK, principal compañía de Investigación de Mercados de Alemania, con sede en Núremberg, comparten una certeza que puede tener una enorme repercusión interna y también en las empobrecidas economías del sur de Europa. Ambos analistas no tienen miedo en afirmar —apoyándose en estadísticas, información propia y datos de coyuntura— que Alemania está inmersa en una nueva revolución económica que ya ha obrado el milagro de dar un fuerte impulso al crecimiento económico del país.
Los alemanes dan síntomas de haber olvidado su ancestral cultura del ahorro para convertirse en un alegre pueblo consumista. Este cambio radical, esperado en las demás economías europeas como agua de mayo, es una de las principales razones que esgrime el Instituto Federal de Estadísticas (Destasis) para justificar un sorprendente repunte de la economía germana, que creció un 0,7% en el segundo trimestre del año, una expansión muy superior a la registrada en el primer trimestre, que solo fue de un 0,1%.
A un mes de que los alemanes vayan a las urnas, la vida sonríe a la canciller Angela Merkel, aspirante a un tercer mandato. Los datos económicos refuerzan uno de los puntos clave de su campaña —la prosperidad alemana en un entorno europeo incierto— y dan un nuevo impulso a su polémica gestión en la crisis del euro.
Merkel se volvió popular en su país y odiada en buena parte de Europa a causa de una estrategia aplaudida por muchos compatriotas, que siguen creyendo que la estrategia de imponer una severa política de ahorro a los demás también protege sus propios bolsillos. “La gente tiene la sensación de que Merkel se preocupa de que los males de la crisis del euro no repercutan en la vida diaria”, explica Manfred Güllner, jefe del instituto demoscópico Forsa, al destacar el impacto de la política europea de la canciller en la sociedad germana. “Ella es formidable a la hora de impedir tragedias que afectan a los alemanes”.
No en vano, los sondeos de opinión, que pronostican un cómodo triunfo de la actual coalición de Gobierno entre la Unión Cristiano Demócrata (CDU) de Merkel, la Unión Social Cristiana (CSU) de Baviera y los liberales del FDP, siguen subrayando que los alemanes confían más que nadie en Merkel para conducir al país. ¿Se equivocan los alemanes al creer que pueden mirar al futuro con optimismo gracias a la gestión de la canciller, como sugirió el ministro de Economía, Phillip Rösler? Los expertos del DIW y de GfK consultados por EL PAÍS creen que no.
“El consumo privado seguirá siendo el principal conductor del crecimiento gracias a un aumento real de los ingresos y a la seguridad que reina en el mercado laboral, que ofrece una tasa de desempleo muy baja”, dice el analista del DIW. “Los alemanes tienen ahora más dinero en el bolsillo y, algo raro, lo gastan sin pensar en el futuro. Pareciera que actúan bajo el principio ¡compro, luego existo!” Wolfgang Adlwarth, cuya misión en la vida es vigilar el desarrollo del consumo en Alemania desde la sede de GfK, comparte casi al cien por cien el análisis de su colega de Berlín, pero hace hincapié en otro aspecto: “Los alemanes, a causa de la crisis financiera mundial, perdieron la confianza en los bancos. Las turbulencias de la crisis del euro, que se agudizaron con la crisis en Chipre, ha hecho creer a mucha gente que su dinero depositado en los bancos no está seguro. Ahora prefieren invertir en una vivienda propia y en productos de alta calidad que mejoran su estándar de vida”.
El consumo se anima y es ya uno de los motores del crecimiento
Esta cuestión cobra actualidad al revisar las estadísticas de la construcción en los primeros seis meses del año. Los permisos para construir viviendas aumentaron en un 9,6% en comparación con el primer semestre de 2012, un boom inmobiliario basado en una demanda real y no en una burbuja como ocurrió en España. El índice de confianza del consumidor lleva nueve meses seguidos de avance, según el Centro para la Investigación de la Economía Europea (ZEW), con sede en Mannheim.
El origen de la nueva fiebre de consumo que parece haber contagiado a la población alemana se puede encontrar en un fenómeno que causa envidia en Europa, La baja tasa de desempleo, que alcanzó el 6,8% en el mes de julio (5,6% según la OCDE), ha hecho desaparecer el miedo de los alemanes a perder su puesto de trabajo y ha revivido en la memoria colectiva del país el sacrificio que hicieron los trabajadores para evitar que la gran industria sucumbiera a los años negros de la crisis. Este esfuerzo hizo posible que el gran motor de la riqueza germana, la industria, pudiera renovarse y fortalecerse gracias en parte a la política de moderación salarial pactada por la patronal y los sindicatos. Esta política se inició a comienzos de los años ochenta y se interrumpió en los primeros años de la reunificación.
Los datos refuerzan la gestión de la canciller en la crisis del euro
Todo cambió en 2001, cuando se produjo la explosión de la burbuja puntocom, un fenómeno que ralentizó el crecimiento de las economías de los países de la OCDE. Alemania reaccionó optando por una política de moderación salarial con el propósito de mejorar la competitividad. Los sindicatos vivieron una fuerte presión para mantener a raya las demandas salariales. Pero los trabajadores pagaron un alto precio para asegurar el buen estado de salud de las empresas germanas. De acuerdo con varios estudios de institutos económicos y de la fundación Hans Böckler, cercana a la confederación sindical DGB, los salarios reales disminuyeron un 4% entre 2000 y 2010. En el mismo periodo, los salarios reales en España aumentaron un 4%, en Polonia un 19%, en Hungría un 66,7% y en Rumania un 331,7%
Según Dieter Hundt, el poderoso presidente de la patronal alemana, los acuerdos salariales negociados entre 2005 y 2008 fueron decisivos para que en esos años la industria pudiera crecer. “Tampoco hay que olvidar las medidas que adoptó el Gobierno de gran coalición [formado por la CSU-CDU y los socialdemócratas del SDP entre 2005 y 2009] para hacer frente a los estragos de la crisis financiera mundial”, recuerda Wolfgang Adlwarth, economista de GfK.
En plena crisis y al más puro estilo keynesiano, el ejecutivo aprobó sendos paquetes de estímulo y rescate que incluían 480.000 millones de euros para los bancos en problemas, 115.000 millones para ayudar a las empresas y 80.000 millones para dos programas destinados a estimular la economía. “La idea era combatir el fuego con fuego”, admitió el exministro de Hacienda Peter Steinbrück y actual candidato socialdemócrata a la cancillería. “El Gobierno se endeudó, pero las empresas recibieron nuevos pedidos y los bancos comenzaron nuevamente a prestar dinero”.
Los economistas también destacan el apoyo que dio el Gobierno a la reducción de la jornada laboral como alternativa al despido. La medida, bautizada como Kurzarbeit, hizo posible que la gente no perdiera capacidad de compra, lo que mantuvo el consumo interno e impidió que creciera el desempleo. Gracias a esta medida, que llegó a afectar a 1,5 millones de personas, la industria tiene ahora a su disposición una vasta reserva de empleados bien capacitados para hacer frente a la demanda.
El buen estado de salud de que goza la gran industria alemana hizo posible que en mayo pasado el sindicato IG Metall, que agrupa a unos 3,6 millones de trabajadores de los sectores del automóvil, electrónico y metalúrgico, negociara con la patronal un importante aumento salarial. A partir del 1 de julio, los trabajadores recibieron una subida del 3,4% para los próximos 10 meses, y desde mayo de 2014 otra subida de 2,2% hasta finales de ese año. “Este aumento tendrá nuevamente un impacto en el consumo interno”, afirman los economistas de Berlín y Núremberg, para quienes el nuevo milagro de la economía alemana tendrá consecuencias positivas en las economías de los socios europeos. Ambos afirman que el gran crecimiento de la demanda interna aumentará las importaciones germanas, una situación que repercutirá directamente en países como Francia, Italia y España.
¿Es Alemania una renovada y potente locomotora económica europea? “Yo sería cuidadoso en aplicar ese término, porque el desarrollo económico de Alemania no es muy sólido. El poderío económico depende en gran medida de las exportaciones, y este aspecto depende en gran medida de la coyuntura global”, sostiene Ferdinand Fichtner, del Instituto DIW. “Alemania es una locomotora un poco tambaleante”. Su colega del grupo GfK es más categórico. “Alemania es una locomotora de la demanda. Esta dinámica se generó hace cuatro años y todo parece indicar que el consumo interno seguirá expandiéndose”, sostiene Wolfgang Adlwarth. “Por el momento, no existen indicios que señalen lo contrario. Los alemanes seguirán comprando y ahorrarán menos”.
Aun así, el otro gran motor de la economía alemana, las exportaciones, sigue dando señales de buena salud. En 2012, Alemania exportó productos por un monto de 1,097 billones de euros, un récord que también hizo posible que Alemania alcanzara ese año el mayor superávit de su balanza comercial desde 1950: 188.000 millones de euros. Los pronósticos para 2013 tampoco son malos. A pesar de las oscilaciones en la coyuntura mundial y la crisis en la eurozona, las exportaciones alemanas crecerán en 2013 en un 2%.
El lado oscuro del milagro
Hace algo más de 10 años, casi toda la prensa europea se refería a Alemania como “el gigante enfermo” del continente al hacerse eco del miserable estado del mercado laboral germano, que registraba una tasa de paro de casi un 11 %. Alarmado por el estado de salud de la nación, el entonces canciller, Gerhard Schröder, decidió atacar la enfermedad con una terapia de choque que recibió el nombre de Agenda 2010, un ambicioso programa de reformas que incluía reformas en el anquilosado sistema de bienestar y duros recortes en las prestaciones del desempleo, además de aflojar la rígida ley de protección del empleo.
La agenda 2010 acabó con la carrera política de Schröder, pero desde un punto de vista práctico, el medicamento surtió efecto e hizo posible que, en solo 10 años, la tasa de paro cayera al 6,8% y convirtiera la utopía del pleno empleo en una posibilidad real. Pero el éxito de las reformas tiene un lado oscuro. Una de las herramientas centrales de la Agenda 2010 para combatir el paro fue la creación de los llamados minijobs, un trabajo remunerado actualmente con 450 euros mensuales y con mínimas prestaciones sociales. En la actualidad hay unos 7,5 millones de personas que reciben este salario, cercano a la miseria, pero que maquilla las estadísticas del paro.
Lo mismo sucede con los llamados trabajadores temporales, un grupo social que trabaja ocho horas y que gana, en promedio, un 40% menos de lo que recibe un trabajador de plantilla. Hace 10 años, la industria tenía bajo contratos temporales a unas 300.000 personas. En la actualidad, más de un millón de personas integran este ejército de “esclavos modernos” como lo bautizó el sindicato IG Metall. “El trabajo temporal es el ejemplo más visible del embrutecimiento de la moral en el mercado laboral”, señaló Detlev Wertzel, vicepresidente del sindicato, al dar a conocer el llamado “libro negro del trabajo temporal”.
Estos esclavos son mano de obra muy solicitada en el ramo de la industria automotriz. La plantilla de BMW en Alemania es de 70.000 trabajadores, pero, de forma paralela, la firma de Múnich da empleo a 10.000 trabajadores. El porcentaje en Audi es de un 5%, y en Daimler, un 8%.