“Usted ya no es el presidente”
El depuesto presidente Mohamed Morsi y el hombre fuerte del Ejército, el general Al Sisi, mantuvieron reuniones antes del golpe P Los militares le ofrecieron exiliarse
David Alandete
El Cairo, El País
"Usted ya no es presidente". Habían pasado las siete de la tarde y el plazo dado para la cuenta atrás al golpe de Estado había expirado. A un lado de la línea telefónica se hallaba un derrotado Mohamed Morsi, primer líder elegido por las urnas en Egipto. Al otro, el general Abdel Fatah al Sisi, a quien el mismo Morsi había elegido como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Cuando ambos hombres colgaron, la guardia pretoriana del presidente dio un paso atrás e hizo de él su rehén. Morsi había rechazado por última vez dimitir y cederle el poder al presidente del Parlamento.
Culminaban así 11 días en los que el primer experimento democrático egipcio acababa truncado por un golpe. El país había quedado en el desgobierno durante el primer año del presidente, que tenía a todas las instituciones del Estado en contra, desde los jueces a la policía. La economía empeoraba por días. La inseguridad ciudadana había sembrado el caos en las calles. Ante el prospecto de manifestaciones masivas, los generales decidieron pasar a la acción.
El general Al Sisi tiene reputación de comedido y paciente. Cuando Morsi le eligió hace menos de un año para sustituir al todopoderoso mariscal Husein Tantaui se le consideraba cercano al grupo islamista de los Hermanos Musulmanes. Era, todos lo sabían, un hombre devoto. Con Morsi tuvo algo de paciencia y ninguna piedad.
El general se reunió con Morsi el 23 de junio, una semana antes del día de la ira que los opositores habían convocado. Le concedió siete días para iniciar un proceso de reconciliación con la oposición. Morsi se limitó a insistir en que había sido elegido por las urnas y que aquello le daba legitimidad para gobernar como quisiera.
"Comenzamos a ver el final días antes. Era ya claro para nosotros cuáles eran las intenciones de los líderes militares", explica Gehad el Haddad, portavoz de los Hermanos Musulmanes e hijo de uno de los colaboradores más cercanos de Morsi. "A lo largo de días sucesivos nos llamaron numerosas misiones diplomáticas occidentales, advirtiéndonos de lo que podía venir".
Morsi se dirigió a la nación el 26 de junio. Los generales esperaban que en su discurso hubiera una llamada a la reconciliación. Nada más lejos. De la oposición, dijo: "Es un hecho que están forzando al país a dar un salto a ciegas, esos criminales que no tienen lugar entre nosotros". Los generales decidieron comenzar a mover tropas sin notificar al presidente. Cuando este se enteró, le encomendó sus colaboradores que buscaran a soldados leales dispuestos a defenderle, sobre todo en la Segunda División del Cuerpo de Infantería, con zona de influencia en el canal de Suez. El general Al Sisi se enteró y prohibió a las divisiones entablar contacto con la presidencia.
El mismo día 26, Morsi fue trasladado del palacio de Ittihadiya, sede de la presidencia, al de El Quba, donde el rey Faruk se refugió durante otro golpe de Estado, en 1952. Allí se quedó hasta el domingo pasado, cuando hasta 17 millones de personas salieron a las calles para pedir su renuncia. Por su seguridad, dijo el Ejército, fue trasladado al cuartel general de la Guardia Republicana aquel mismo día. Los generales le ofrecieron, según informó la prensa egipcia, pasaje seguro a Turquía o a Libia. Se negó. Le prometieron inmunidad si dimitía. La respuesta fue la misma.
El lunes el general Al Sisi volvió a la carga. Se reunió con Morsi y le pidió que recapacitara. "Será sobre mi cadáver", dijo Morsi desafiante, según fuentes militares. Por la tarde, los generales le dieron al presidente un ultimátum claro: o atendía a las demandas de los opositores y les incluía en su Gobierno o implementarían su propia hoja de ruta. Era más una cuenta atrás que un plazo realista. La oposición ya había dicho que los días de negociaciones y consenso estaban atrás.
Morsi se dirigió de nuevo a la nación el martes. Dijo que daría su sangre y su vida para defender la legitimidad de las elecciones que le llevaron a la presidencia. "La gente me ha elegido en elecciones libres e igualitarias", dijo. Aquellos comicios eran ya cosa del pasado. El plazo militar expiró a las cinco del día siguiente. Dos horas después el general Al Sisi le dio a Morsi una última oportunidad. Este no cedió, acabando como rehén su corta presidencia.
David Alandete
El Cairo, El País
"Usted ya no es presidente". Habían pasado las siete de la tarde y el plazo dado para la cuenta atrás al golpe de Estado había expirado. A un lado de la línea telefónica se hallaba un derrotado Mohamed Morsi, primer líder elegido por las urnas en Egipto. Al otro, el general Abdel Fatah al Sisi, a quien el mismo Morsi había elegido como comandante en jefe de las Fuerzas Armadas. Cuando ambos hombres colgaron, la guardia pretoriana del presidente dio un paso atrás e hizo de él su rehén. Morsi había rechazado por última vez dimitir y cederle el poder al presidente del Parlamento.
Culminaban así 11 días en los que el primer experimento democrático egipcio acababa truncado por un golpe. El país había quedado en el desgobierno durante el primer año del presidente, que tenía a todas las instituciones del Estado en contra, desde los jueces a la policía. La economía empeoraba por días. La inseguridad ciudadana había sembrado el caos en las calles. Ante el prospecto de manifestaciones masivas, los generales decidieron pasar a la acción.
El general Al Sisi tiene reputación de comedido y paciente. Cuando Morsi le eligió hace menos de un año para sustituir al todopoderoso mariscal Husein Tantaui se le consideraba cercano al grupo islamista de los Hermanos Musulmanes. Era, todos lo sabían, un hombre devoto. Con Morsi tuvo algo de paciencia y ninguna piedad.
El general se reunió con Morsi el 23 de junio, una semana antes del día de la ira que los opositores habían convocado. Le concedió siete días para iniciar un proceso de reconciliación con la oposición. Morsi se limitó a insistir en que había sido elegido por las urnas y que aquello le daba legitimidad para gobernar como quisiera.
"Comenzamos a ver el final días antes. Era ya claro para nosotros cuáles eran las intenciones de los líderes militares", explica Gehad el Haddad, portavoz de los Hermanos Musulmanes e hijo de uno de los colaboradores más cercanos de Morsi. "A lo largo de días sucesivos nos llamaron numerosas misiones diplomáticas occidentales, advirtiéndonos de lo que podía venir".
Morsi se dirigió a la nación el 26 de junio. Los generales esperaban que en su discurso hubiera una llamada a la reconciliación. Nada más lejos. De la oposición, dijo: "Es un hecho que están forzando al país a dar un salto a ciegas, esos criminales que no tienen lugar entre nosotros". Los generales decidieron comenzar a mover tropas sin notificar al presidente. Cuando este se enteró, le encomendó sus colaboradores que buscaran a soldados leales dispuestos a defenderle, sobre todo en la Segunda División del Cuerpo de Infantería, con zona de influencia en el canal de Suez. El general Al Sisi se enteró y prohibió a las divisiones entablar contacto con la presidencia.
El mismo día 26, Morsi fue trasladado del palacio de Ittihadiya, sede de la presidencia, al de El Quba, donde el rey Faruk se refugió durante otro golpe de Estado, en 1952. Allí se quedó hasta el domingo pasado, cuando hasta 17 millones de personas salieron a las calles para pedir su renuncia. Por su seguridad, dijo el Ejército, fue trasladado al cuartel general de la Guardia Republicana aquel mismo día. Los generales le ofrecieron, según informó la prensa egipcia, pasaje seguro a Turquía o a Libia. Se negó. Le prometieron inmunidad si dimitía. La respuesta fue la misma.
El lunes el general Al Sisi volvió a la carga. Se reunió con Morsi y le pidió que recapacitara. "Será sobre mi cadáver", dijo Morsi desafiante, según fuentes militares. Por la tarde, los generales le dieron al presidente un ultimátum claro: o atendía a las demandas de los opositores y les incluía en su Gobierno o implementarían su propia hoja de ruta. Era más una cuenta atrás que un plazo realista. La oposición ya había dicho que los días de negociaciones y consenso estaban atrás.
Morsi se dirigió de nuevo a la nación el martes. Dijo que daría su sangre y su vida para defender la legitimidad de las elecciones que le llevaron a la presidencia. "La gente me ha elegido en elecciones libres e igualitarias", dijo. Aquellos comicios eran ya cosa del pasado. El plazo militar expiró a las cinco del día siguiente. Dos horas después el general Al Sisi le dio a Morsi una última oportunidad. Este no cedió, acabando como rehén su corta presidencia.