Una deportación irregular empaña la imagen de Italia

La expulsión de la esposa y la hija de un disidente kazajo abre una crisis
El ministro del Interior sacrifica a su jefe de Gabinete

Pablo Ordaz
Roma, El País
El Gobierno italiano no sabe cómo salir de una chapuza diplomática que cada día aumenta con detalles a cual más escandaloso. La salida decorosa sería la dimisión de los dos ministros implicados en la deportación irregular a la república exsoviética de Kazajistán de la esposa y la hija del disidente Mujtar Abliazov, un magnate y antiguo dirigente kazajo que se enfrentó al actual presidente, el todopoderoso Nursultán Nazarbayev. Pero ni Angelino Alfano, el vicepresidente y ministro del Interior, ni Emma Bonino, la titular de Exteriores del Gobierno de Enrico Letta, están dispuestos a dejar el cargo, aunque ambos reconocen el error y hasta la actuación vergonzosa de sus respectivos departamentos.


A lo máximo que se ha plegado finalmente Alfano, delfín de Silvio Berlusconi, es a dejar caer a su jefe de Gabinete, Giuseppe Procaccini, pero parece muy poca penitencia para un pecado tan grave.

La historia comenzó la noche entre el 28 y el 29 de mayo. Una unidad de élite de la policía irrumpió en una casa de una lujosa zona residencial del sur de Roma con el objetivo de apresar a Mujtar Abliazov, un oligarca kazajo enfrentado al presidente Nazarbayev y acusado de una estafa multimillonaria.

Pero Abliazov no estaba. Así que los agentes decidieron llevarse a su esposa, Alma Shalabayeva, y a la hija pequeña de ambos, Alua, de seis años, e internarlas en un centro para inmigrantes sin documentación. El día 30, la prefectura —dependiente de Interior— autorizó la expulsión aduciendo que la señora Shalabayeva tenía antecedentes penales porque entró ilegalmente en Italia, lo cual no es cierto. El ministerio de Asuntos Exteriores, informado de que la expulsión se iba a producir, no advirtió de que se trataba de la esposa de un disidente y, por tanto, su deportación a Kazajistán podría provocarle graves riesgos.

Hasta el día 12 de julio el Gobierno de coalición no reconoce los errores, revoca la orden de expulsión y anuncia que la señora Shalabayeva y su hija de seis años pueden volver a Italia. Pero ya a esas alturas el presidente kazajo Nazarbayev ya las tiene en arresto domiciliario en casa de unos familiares.

La polémica suscitada en Italia es grande y a cada día que pasa surgen más preguntas y se ofrecen menos respuestas. ¿Quién dio la orden de detener a una mujer inocente y a una niña pequeña en plena noche, expulsarlas de Italia contra su voluntad y por el procedimiento de urgencia, como si se tratase de peligrosísimos criminales, a bordo de un avión privado alquilado por la embajada de Kazajistán en Roma, que en todo momento actuó en total sintonía con las autoridades italianas de los ministerios de Interior y Exteriores? ¿Cuál es el poder que tiene en Italia el presidente Nazarbayev para movilizar a 40 agentes de élite y saltarse todos las protocolos diplomáticos hasta conseguir una deportación en tiempo récord, metiendo en un lío —otro más— al difícil Gobierno de coalición entre el centroderecha y el centroizquierda?

A nadie se le escapan las buenas y rentables relaciones de Silvio Berlusconi con el presidente Nazarbayev, ni el hecho de que la multinacional italiana ENI tenga importantes intereses petrolíferos en la exrepública soviética. Por ello, parece más que una coincidencia que el principal implicado en este feo asunto sea precisamente el delfín de Berlusconi, el siempre fiel Angelino Alfano, colocado como vicepresidente y ministro del Interior en el Gobierno de coalición.

Alfano jura que no sabía nada de la deportación y se niega a dimitir. Para respaldarlo, su partido, el Pueblo de la Libertad (PDL) lo ha blindado con su estrategia favorita: “Si cae Alfano, cae el Gobierno”.

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