Tour: Froome, Quintana sigue fuerte y ganó Martin


París, As
Ocurrieron muchas cosas, pero creímos que sucederían muchísimas más. Para quienes vieron el principio de la etapa (30 km de maravillosos machetazos), el desenlace no estuvo a la altura del planteamiento. El balance, no obstante, no tiene desperdicio. La carrera recobra la emoción que muchos imaginaron agotada tras la exhibición de Froome en Ax 3 Domaines. Esto ya no será un paseo del Sky. El líder todavía no presenta debilidades, pero su equipo sí. Richie Porte, fabuloso anteayer, perdió 17:59 en Bagneres de Bigorre. Valverde asciende al segundo puesto y Movistar se queda sin mangas para ocultar tantos ases.


Bien. Ahora vayamos al origen de nuestra leve decepción. En la ascensión al primer puerto de la jornada (Portet d’Aspet), y después de una infinidad de ataques en cabeza de carrera, Froome se quedó sin equipo. Digamos que le falló la infantería y la suerte: Kennaugh se cayó por un barranco (no teman: trepó y continuó la marcha) y Porte se desfondó inesperadamente.
Solo, y rodeado de comanches, Froome decidió responder personalmente a las sublevaciones más inquietantes. El efecto es que sus compañeros se quedaron cada vez más atrás y ante sus rivales se abrió un sugerente panorama de casi 140 km para planear intrigas y emboscadas. En apenas 24 horas el Tour había cambiado por completo.

La caza estaba servida. Contador parecía haber recuperado el golpe de pedal y hablaba con Jesús Hernández, sin duda, para indicarle el momento de lanzarse sobre el líder. Lo mismo hacía Valverde, rodeado de cinco compañeros, incluido Quintana.

Así, entre cuchicheos, se coronó el Col de Menté y así se inició el falso llano que conducía al Peyresourde. Fue entonces cuando dejamos de entender. Poco después de una breve conversación entre Contador y Valverde, el jefe del Movistar atacó en compañía de Rubén Plaza. Únicamente Froome se enganchó a su rueda. La cazuela estaba en el fuego, pero el líder no se encontraba dentro. Al contrario. Sus enemigos le hacían la carrera, imponiendo el mismo ritmo sostenido que hubiera dictado el Sky.

Nadie le probó hasta que lo hizo Quintana en la última subida y por cinco veces. Muy tarde. A un ciclista como Froome, más fuerte que los demás, no se le gana retándole a pulsos, sino jugándole al ajedrez. Si no se le vence corriendo, tal vez se le doblegue parando, generándole dudas, alentando escapadas que puedan ponerle en aprietos, como la de Rolland o la de Daniel Martin. Ayer hubiera sido el día para todo eso.

Las excusas las conocemos, porque son eternas: Porte venía por detrás (anduvo cerca durante muchos kilómetros) y el podio del Tour es un botín muy tentador, como la clasificación por equipos y la de directores ingeniosos. También sabemos que es fácil teorizar cuando el aire acondicionado mece nuestros cabellos.

El resultado fue agridulce porque Movistar dominó la etapa, pero no pudo evitar la victoria de Daniel Martin. La sensación es extraña porque nadie aprovechó la soledad de Froome. La felicidad, no obstante, también debe ser indiscutible: hay Tour.

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