Los tentáculos de Hezbolá en América Latina

La milicia libanesa se instaló en la triple frontera en los 80, se ha extendido a los países del ALBA con la complicidad del chavismo y ahora refuerza sus vínculos con los cárteles mexivanos

Eva Saiz
Washington, El País
El informe de Alberto Nisman, el fiscal especial argentino encargado de investigar el ataque terrorista a la sede de la Asociación Mutual Israelita (AMIA) en Buenos Aires -que en 1994 acabó con la vida de 85 personas e hirió a otras 300-, en el que se alertaba de la presencia de cédulas extremistas en al menos 12 países de la región, reavivó el pasado mes de junio el debate sobre la presencia y el grado de la amenaza de la milicia libanesa chií Hezbolá en América Latina. El documento de Nisman se sumaba a los últimos estudios del Departamento de Seguridad Nacional y del Tesoro de EE UU sobre la expansión de la organización en Venezuela y los países del ALBA, gracias a la relación labrada entre el fallecido Hugo Chávez y el presidente iraní, Mahmud Ahmadineyad -cuyo país es el principal patrocinador de Hezbolá- y sobre los vínculos entre la milicia y los cárteles de la droga mexicanos y la guerrilla colombiana de las FARC, para lavar dinero y financiar sus actividades terroristas.


Aprovechando la diáspora de libaneses hacia la región huyendo de la guerra civil en su país, la organización decidió enviar activistas a la zona conocida como la triple frontera donde la ausencia casi total de la presencia del Estado convertía a la región en la base ideal para sus operaciones de reclutamiento, lavado de dinero y financiación

Hezbolá comenzó a asentarse en América Latina a comienzos de los 80. Aprovechando la diáspora de libaneses hacia la región huyendo de la guerra civil en su país, la organización decidió enviar activistas a la zona conocida como la triple frontera -entre Brasil, Argentina y Paraguay-, donde la ausencia casi total de la presencia del Estado convertía a la región en la base ideal para sus operaciones de reclutamiento, lavado de dinero y financiación. De acuerdo con un estudio publicado en 2011 por Roger Noriega, antiguo subsecretario de Estado para el Hemisferio Occidental, los grupos extremistas islámicos de Oriente Próximo recibieron entre 300 y 500 millones de dólares anuales provenientes de actividades ilícitas de la triple frontera.

El atentado de la AMIA fue la confirmación para muchos de la presencia de Hezbolá en América Latina. En su informe, Nisman acusa a irán de haber desplegado una amplia red terrorista en América del Sur. En 2012, EE UU denunció la presencia de una cédula de Hezbolá en la triple frontera y alertó a los Gobiernos de Argentina, Brasil y Paraguay sobre la posibilidad de que se estuviera preparando un atentado en cualquiera de esos tres países.

Pese a estas alarmas, la mayoría de los analistas coinciden en que Irán y Hezbolá ven a América Latina más como un lugar donde obtener información antes que como un blanco de sus atentados terroristas. “Su presencia está enfocada a dotar de ayuda financiera y operativa a la organización y un ataque en EE UU o en otro país de la región es muy poco probable”, reconoció el pasado mes de marzo en el Congreso durante una audiencia sobre la amenaza de Hezbolá en el continente americano Ilan Berman, vicepresidente del Consejo de Política Exterior Americana.
Presencia en México

Hezbolá obtiene su financiación fundamentalmente del tráfico de drogas y sus lazos, cada vez más estrechos, con los cárteles colombianos y mexicanos son una evidencia de la importancia de esa fuente de ingresos para mantener su estructura militar y las actividades de apoyo social a los núcleos de población chiís de Oriente Próximo. En diciembre de 2011, un juzgado federal de EE UU acusaba al colombiano-libanés Ayman Joumaa de financiar las actividades de Hezbolá a través de la venta de 100 toneladas de cocaína al cártel mexicano de los Zetas entre 2005 y 2007. En mayo de este año, Manssor Arbabsiar, con doble nacionalidad estadounidense e iraní, era condenado en EE UU a 25 años de prisión por tratar de contratar a miembros de los Zetas para asesinar al embajador de Arabia Saudí en México. Durante la investigación, quedó probado que terroristas iraníes contactaron con el cártel mexicano para organizar el atentado.

El Gobierno de México, sin embargo, rechaza la vinculación entre Hezbolá y el narcotráfico mexicano. El noviembre del año pasado, la Embajada de ese país en Washington negaba el incremento de los lazos entre la milicia libanesa y el crimen organizado mexicano y la amenaza que podía derivarse para la seguridad en la frontera que denunció en un informe de la Cámara de Representantes estadounidense. “El Gobierno reitera que esa relación no existe y que no hay pruebas de ella”, señalaba el comunicado de la Embajada.

Para EE UU un indicio de la presencia de Hezbolá en la frontera es la sofisticación alcanzada por los narcotúneles, muy similares a los utilizados por la organización terrorista en el Líbano. “Esto hace temer que Hezbolá esté proporcionado a los narcotraficantes la tecnología necesaria para construir esos canales de contrabando”, señaló el periodista de investigación Doug Farah en una comparencia ante el Congreso en julio de 2011.

La complacencia del chavismo

La expansión de los intereses iraníes en América Latina, impulsada gracias a la estrecha relación labrada entre Ahmadineyad y el fallecido presidente venezolano, Hugo Chávez, ha franqueado el asentamiento de Hezbolá en los países del ALBA, en especial la isla Margarita, que, de acuerdo con Noriega, “se ha convertido en un paraíso para terroristas y traficantes de droga”. “La isla Margarita ha eclipsado a la triple frontera como refugio principal y centro de operaciones de Hezbolá en América”, sostiene Noriega en su informe.

Durante su comparecencia del pasado marzo ante el Congreso, el diplomático señaló que una de las redes de la organización en la región es operada por Ghazi Nassereddine, un libanés que se nacionalizó venezolano hace 10 años y que actualmente es el número dos de la Embajada de Caracas en Siria. Naserddine, amigo personal del confidente de Chávez, Tarik El Aissami, “conduce desde Damasco junto con dos de sus hermanos una red para expandir la influencia de Hezbolá en Venezuela y a través de toda América Latina”. Abdallah, uno de sus hermanos, fue exmiembro del parlamento venezolano y usa, según Noriega, su cargo como ex vicepresidente de la Federación de Entidades Árabes y Americanas para mantener vínculos con las comunidades islámicas de toda la región. Su otro hermano, Oday, es el responsable del establecimiento de centros de entrenamiento paramilitar en isla Margarita, afirma Noriega.

En los últimos dos años, el Departamento del Tesoro ha incluido en su lista de terroristas a cuatro ciudadanos venezolanos por su relación con el tráfico de drogas y el lavado de dinero para financiar a Hezbolá, una nueva muestra de la expansión de la presencia de la organización en América latina. El año pasado, una radio israelí publicó la existencia de campos de entrenamiento de Hezbolá en Nicaragua. El portavoz del Ejército nicaragüense eludió pronunciarse sobre la información.

La otra cédula de Hezbolá en América Latina denunciada por Noriega es la coordinada por Mohsen Rabbani, a quien se considera el cerebro del atentado de la AMIA y que supervisaría, según el diplomático, una red de reclutamiento de Hezbolá en América Latina. La revista brasileña Veja llamó a Rabbani “el profesor terrorista”. De acuerdo con esa publicación, que cita fuentes de la inteligencia brasileña, “unos 20 cuadros de la organización, además de Al Qaeda y la Yihad islámica, están usando a Brasil como un centro de actividades terroristas”.“El hecho de que Brasil esté preparando el Mundial de Fútbol y los Juegos Olímpicos lo convierte en un blanco atractivo para el terrorismo internacional”, señala Noriega.

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