Los jóvenes idealistas que derrocaron a Morsi prometen seguir dando guerra

El movimiento juvenil Tamarod dice que seguirá en la calle hasta que haya elecciones
Sus líderes se reúnen frecuentemente con el nuevo presidente interino

David Alandete
El Cairo, El País
Lograron hacer caer a un gobierno. Y dicen que su trabajo sólo acaba de empezar. Son un grupo de jóvenes idealistas que comenzó a organizarse en abril con la voluntad de ver caer al islamista Mohamed Morsi, el primer presidente elegido por las urnas en la historia de Egipto. Entonces era el sueño lejano de unos activistas. Con una campaña totalmente descentralizada y la labor desinteresa de miles de voluntarios, lograron poner en marcha un movimiento nacional que propició el derrocamiento de Morsi, asumido por el Ejército. Hoy, tienen un nuevo objetivo: asegurarse de que en esta ocasión la revolución no descarrila, y la democracia de Egipto es plena.


Tamarod, cuyo nombre, en árabe, significa ‘rebélate’, ha dejado de ser solo un movimiento juvenil. Sus líderes se reúnen casi a diario con el presidente interino elegido por los militares, Adli Mansur, quien les consulta sobre los pasos a dar en el gobierno de transición. De ese modo, estos activistas están ayudando a dar forma al nuevo sistema político de la nación. Cuando el general Abdel Fatah al Sisi anunció la consumación del golpe, el 3 de julio, se hallaba rodeado de líderes militares y políticos egipcios. Y de un joven de 28 años, Mahmud Badr, uno de los cinco fundadores del grupo que cambió el rumbo de una nación.

“Morsi no respetó las normas de la democracia”, asegura Badr. “A pesar de haber ganado unas elecciones, trató de aprobar un decreto dictatorial, que le hubiera impedido a los egipcios oponerse a a sus decisiones. Favorecía sólo a su partido, en detrimento del interés de los egipcios. Todo eso creó un gran sentimiento de rechazo a sus políticas, y a que las multitudes pidieran su marcha antes de que acabaran sus cuatro años de mandato”, añade. La palabra “golpe” es anatema para él. “Nos oponemos a que se repita que lo que sucedió es un golpe militar. Fue la voluntad de la ciudadanía apoyada por el Ejército, para propiciar elecciones anticipadas”.

La legitimidad de sus acciones se cimienta, dicen estos jóvenes, en una cifra: 22.134.465. Son las firmas que tienen contadas, recogidas en todo el país, que pedían la marcha de Morsi y la convocatoria de elecciones anticipadas. En comparación con ella palidecen los 13 millones de votos que consiguió el presidente depuesto en las urnas. Tras lograr esas firmas, Tamarod convocó un domingo de la ira, el 30 de junio. Al menos 17 millones de personas tomaron las calles exigiendo el final del gobierno de los Hermanos Musulmanes. El Ejército tomó nota, pero antes de pasar a la acción consultó a Badr y sus compañeros.

A los líderes de Tamarod se les saluda como héroes en Tahrir y se les aborrece como instrumentos de los generales en el campo islamista. El gobierno interino ha anunciado que habrá un referéndum constitucional y elecciones legislativas dentro de un plazo de seis meses. Estos jóvenes siguen trabajando, esforzándose por mantener una presencia en las calles aún después de haber logrado su objetivo principal. Quieren mantener sus vías de acción abiertas, por si los militares o el gobierno interino avanzan por donde no deben.

“Somos una idea, y no se puede matar una idea”, explica Mohamed Nabwi, de 29 años, organizador en el movimiento. “En comparación con Hosni Mubarak, Morsi fue un objetivo más débil. Y ahora estaremos observando cómo avanza la situación para velar por la libertad y los derechos del pueblo, que es a quien defendemos”, añade. Acude a diario al nuevo piso franco de la agrupación, en la plaza de Tahrir. Cedido temporalmente por un donante, está repleto de botellas de agua y medicamentos, esenciales en las marchas que convocan. Su último evento fue una cena multitudinaria para acabar con el ayuno del primer viernes del Ramadán.

Estos jóvenes han dado prueba de una gran capacidad de organización y entrega. Islam Nour el Din, de 31 años, recorrió en autobús durante semanas el alto Egipto, amasando firmas y organizando a grupos locales de activistas. “Lo hago por compromiso con los principios de la revolución de 2011. Los Hermanos Musulmanes la secuestraron y ahora la hemos reencaminado”, dice. Ha pagado un alto precio por ello. Desde hace días duerme en ese piso en Tahrir, sobre una manta en el suelo.

Su activismo ha causado problemas en la familia. Sus padres son salafistas. Ven con malos ojos la expulsión de Morsi. Y ante la tensión, él ha abandonado su casa. Es sólo la fractura de una familia, pero representa las heridas que han quedado abiertas en un país donde un grupo de jóvenes tuvo la osadía de desafiar al nuevo poder imperante, aun a riesgo de incitar a los islamistas a una futura insurrección.

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