Las intrigas políticas arrastran a Portugal hacia el escenario griego
Las peleas en la coalición gubernamental dilapidan de golpe el crédito del país
Antonio Jiménez Barca
Lisboa, El País
El semanario portugués Sábado, en su última portada, es conciso y explícito: “Cómo las peleas y las intrigas entre Passos Coelho y Portas nos pueden dejar al nivel de Grecia”. Hay países con una situación económica tan frágil que una crisis de Gobierno es, simplemente, un lujo. Algo así ocurre en Portugal, víctima de una convulsión política aún en curso que ha convertido esta semana en la sucesión de días más surrealista, vertiginosa y desquiciada de los dos últimos años. Con consecuencias nefastas (y tal vez irreparables) en su futuro financiero. Pedro Passos Coelho es el primer ministro y líder del partido conservador PSD; Paulo Portas es el (aún) ministro de Asuntos Exteriores y líder del CDS, también de centro derecha. Las dos formaciones sustentan el Gobierno y el Parlamento con una coalición más o menos amistosa que desde las últimas elecciones, en junio de 2011, ha garantizado estabilidad política, una virtud que Europa y el FMI, sus acreedores, han alabado siempre.
Todo este crédito saltó el martes por los aires cuando se hizo público que Paulo Portas había decidido dimitir “de forma irrevocable”. Lo hacía sólo 24 horas después de que dimitiera el ministro de Finanzas, Vítor Gaspar. Lo de Gaspar era más o menos predecible. Lo de Portas no. Además, ponía en la cuerda floja al Gobierno. La explosiva noticia de su renuncia pilló desprevenido al país entero. Los diputados del partido de Portas quedaron estupefactos. También el mismísimo presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, cuyo papel es el de último árbitro institucional por encima de partidos. Las relaciones políticas y personales entre Passos Coelho y Portas se habían envenenado desde hacía meses. Hay articulistas que afirman que se hablaban muy poco. El ministro de Asuntos Exteriores acusaba al primer ministro de ningunearle a él y a su formación y aseguraba que había tragado con muchas decisiones con las que no concordaba, sobre todo relativas a subidas de impuestos y recortes que afectaban a pensionistas y jubilados. Con todo, la razón concreta de la renuncia fue —según un comunicado, ya que Portas no ha dado la cara ante la prensa desde el martes— que no estaba de acuerdo con el nombramiento de la nueva ministra de Finanzas, Maria Luis Albuquerque. Passos Coelho definió el asunto como “divergencias no muy grandes”. Muchos otros calificaron la dimisión de pura cabezonería, de una rabieta política, eso sí, de consecuencias imprevisibles. Portugal quedó en estado de choque y Passos Coelho, en una alocución solemne televisada a la hora de los telediarios afirmó que no aceptaba la renuncia (algo que dejó aun más asombrados a los ya de por sí asombrados portugueses) y que buscaría una solución al embrollo. El ex primer ministro, ministro de Asuntos Exteriores y fundador del CDS (el partido de Portas), el democristiano Diogo Freitas do Amaral, avisó: “Esto es como un culebrón: se sabe cómo empieza pero no como termina”.
En efecto. El miércoles, el país se despertó con su ministro de Asuntos Exteriores medio dimitido, con el Ejecutivo en suspenso y los mercados en pánico: la bolsa retrocedió, en una sola jornada negra, tanto como había retrocedido el día de la caída de Lehman Brothers, en septiembre de 2008. Los intereses del bono portugués a diez años en el mercado secundario, que tanto había costado recortar punto a punto, recularon de un solo golpe a índices de meses atrás. Regresó el fantasma del segundo rescate. Regresó el espectro griego, del que los portugueses se habían olvidado. Los directores de los periódicos económicos portugueses recibían llamadas urgentes de agentes de fondos de inversión y de tenedores de deuda portuguesa que les avisaban que estaban vendiendo títulos lusos a mansalva y que les preguntaban: "¿Pero estáis locos?". Todo lo conseguido en dos años a base de duros recortes a la población, de escamoteo de pagas extras y de brutales subidas de impuestos se volvían papel mojado debido a las luchas intestinas de los mismos que habían decretado esa política de austeridad a rajatabla. El secretario general del Partido Socialista portugués, António José Seguro, resumió: "Este Gobierno está jugando con la vida de los portugueses".
Espoleados por las críticas de irresponsabilidad, por la presión mortífera de los mercados y de los líderes europeos y por la certeza de que no había otro remedio, Passos Coelho y Paulo Portas se han forzado a encontrar una solución. Desde el martes se han entrevistado cinco veces para hallar la fórmula que salvaguarde la coalición. Ambas partes se comprometieron este viernes a reunirse el sábado para cerrar la crisis.
Sea la que sea, el Gobierno saldrá debilitado, fragilizado, vigilado muy de cerca y de reojo por una troika ya para siempre desconfiada. No será fácil hallar una salida al lío. El presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, exige que el Gobierno resultante incluya a los líderes de los dos partidos de la coalición. O sea: o Portas renuncia a todo o vuelve al Gobierno, traicionando su palabra, su propia dimisión "irrevocable", aunque, en el fondo, nunca aceptada.
Antonio Jiménez Barca
Lisboa, El País
El semanario portugués Sábado, en su última portada, es conciso y explícito: “Cómo las peleas y las intrigas entre Passos Coelho y Portas nos pueden dejar al nivel de Grecia”. Hay países con una situación económica tan frágil que una crisis de Gobierno es, simplemente, un lujo. Algo así ocurre en Portugal, víctima de una convulsión política aún en curso que ha convertido esta semana en la sucesión de días más surrealista, vertiginosa y desquiciada de los dos últimos años. Con consecuencias nefastas (y tal vez irreparables) en su futuro financiero. Pedro Passos Coelho es el primer ministro y líder del partido conservador PSD; Paulo Portas es el (aún) ministro de Asuntos Exteriores y líder del CDS, también de centro derecha. Las dos formaciones sustentan el Gobierno y el Parlamento con una coalición más o menos amistosa que desde las últimas elecciones, en junio de 2011, ha garantizado estabilidad política, una virtud que Europa y el FMI, sus acreedores, han alabado siempre.
Todo este crédito saltó el martes por los aires cuando se hizo público que Paulo Portas había decidido dimitir “de forma irrevocable”. Lo hacía sólo 24 horas después de que dimitiera el ministro de Finanzas, Vítor Gaspar. Lo de Gaspar era más o menos predecible. Lo de Portas no. Además, ponía en la cuerda floja al Gobierno. La explosiva noticia de su renuncia pilló desprevenido al país entero. Los diputados del partido de Portas quedaron estupefactos. También el mismísimo presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, cuyo papel es el de último árbitro institucional por encima de partidos. Las relaciones políticas y personales entre Passos Coelho y Portas se habían envenenado desde hacía meses. Hay articulistas que afirman que se hablaban muy poco. El ministro de Asuntos Exteriores acusaba al primer ministro de ningunearle a él y a su formación y aseguraba que había tragado con muchas decisiones con las que no concordaba, sobre todo relativas a subidas de impuestos y recortes que afectaban a pensionistas y jubilados. Con todo, la razón concreta de la renuncia fue —según un comunicado, ya que Portas no ha dado la cara ante la prensa desde el martes— que no estaba de acuerdo con el nombramiento de la nueva ministra de Finanzas, Maria Luis Albuquerque. Passos Coelho definió el asunto como “divergencias no muy grandes”. Muchos otros calificaron la dimisión de pura cabezonería, de una rabieta política, eso sí, de consecuencias imprevisibles. Portugal quedó en estado de choque y Passos Coelho, en una alocución solemne televisada a la hora de los telediarios afirmó que no aceptaba la renuncia (algo que dejó aun más asombrados a los ya de por sí asombrados portugueses) y que buscaría una solución al embrollo. El ex primer ministro, ministro de Asuntos Exteriores y fundador del CDS (el partido de Portas), el democristiano Diogo Freitas do Amaral, avisó: “Esto es como un culebrón: se sabe cómo empieza pero no como termina”.
En efecto. El miércoles, el país se despertó con su ministro de Asuntos Exteriores medio dimitido, con el Ejecutivo en suspenso y los mercados en pánico: la bolsa retrocedió, en una sola jornada negra, tanto como había retrocedido el día de la caída de Lehman Brothers, en septiembre de 2008. Los intereses del bono portugués a diez años en el mercado secundario, que tanto había costado recortar punto a punto, recularon de un solo golpe a índices de meses atrás. Regresó el fantasma del segundo rescate. Regresó el espectro griego, del que los portugueses se habían olvidado. Los directores de los periódicos económicos portugueses recibían llamadas urgentes de agentes de fondos de inversión y de tenedores de deuda portuguesa que les avisaban que estaban vendiendo títulos lusos a mansalva y que les preguntaban: "¿Pero estáis locos?". Todo lo conseguido en dos años a base de duros recortes a la población, de escamoteo de pagas extras y de brutales subidas de impuestos se volvían papel mojado debido a las luchas intestinas de los mismos que habían decretado esa política de austeridad a rajatabla. El secretario general del Partido Socialista portugués, António José Seguro, resumió: "Este Gobierno está jugando con la vida de los portugueses".
Espoleados por las críticas de irresponsabilidad, por la presión mortífera de los mercados y de los líderes europeos y por la certeza de que no había otro remedio, Passos Coelho y Paulo Portas se han forzado a encontrar una solución. Desde el martes se han entrevistado cinco veces para hallar la fórmula que salvaguarde la coalición. Ambas partes se comprometieron este viernes a reunirse el sábado para cerrar la crisis.
Sea la que sea, el Gobierno saldrá debilitado, fragilizado, vigilado muy de cerca y de reojo por una troika ya para siempre desconfiada. No será fácil hallar una salida al lío. El presidente de la República, Aníbal Cavaco Silva, exige que el Gobierno resultante incluya a los líderes de los dos partidos de la coalición. O sea: o Portas renuncia a todo o vuelve al Gobierno, traicionando su palabra, su propia dimisión "irrevocable", aunque, en el fondo, nunca aceptada.