Francisco: “Un pueblo tiene futuro si cuenta con los jóvenes y los ancianos”
El Pontífice expresa un fuerte mensaje contra “la cultura de la exclusión”
Pablo Ordaz
A bordo del avión papal, El País
A las 10.30 de la mañana, de camino a Río de Janeiro, el papa Francisco aparece en la zona del avión dedicada a los periodistas. A diferencia de sus predecesores, que contestaban unas cuantas preguntas pactadas, Jorge Mario Bergoglio decide explicar en unos minutos el sentido de su viaje a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) y luego saludar uno a uno, durante una hora, a los 70 enviados especiales. De pie, sin papeles delante y ni una cita a Dios o la Iglesia, el papa Francisco lanza un fuerte mensaje contra "la cultura del descarte", que no solo amenaza a los jóvenes —"una generación sin trabajo por la crisis mundial"— sino también a los ancianos. "Los dejamos de lado", explica el Papa, "como si no tuvieran nada que ofrecernos, pero tienen la sabiduría de la vida, de la historia, de la patria, de la familia. Un pueblo no tiene futuro si no va adelante con los dos extremos: con los jóvenes porque tienen la fuerza y con los ancianos porque tienen la sabiduría de la vida".
El Airbus 330 de Alitalia, con el código AZ4000, que se destina a los vuelos papales, despega de Roma, cruza el Mediterráneo para sobrevolar Argelia, Mauritania y Senegal antes de alcanzar el Atlántico con destino a Brasil. Francisco, que ha cursado telegramas de saludo a los presidentes de los distintos países que atraviesa, aparece en la cola del avión apenas una hora después del despegue. Es su primer viaje internacional. Antes, solo salió de Roma para encontrarse en la isla italiana de Lampedusa con los inmigrantes que cruzan el Mediterráneo entre África y Europa a bordo de barcazas destartaladas. Miles de ellos no lo consiguen. Por eso, el primer gesto de Francisco al llegar a la isla fue lanzar una corona al mar en recuerdo de la muerte invisible de quienes quisieron dejar de serlo jugándose la vida.
También ahora, de camino a Brasil, el Papa quiere atraer la atención de los focos hacia quienes, por jóvenes o por viejos, por culpa de la crisis internacional o por egoísmo de un presente que no mira al futuro ni se acuerda del pasado, se están quedando en la cuneta. "Este primer viaje", advierte Francisco, "es para encontrar a los jóvenes, pero en el tejido social, no aislados de la vida". "Cuando aislamos a los jóvenes", explica el Papa, "cometemos una injusticia. Les quitamos la pertenencia: a una familia, a una patria, a una cultura, a una fe... No debemos aislarlos de la sociedad. Ellos son el futuro de un pueblo pero no solo ellos. Ellos son el futuro porque tienen la fuerza, son jóvenes, van hacia adelante. Pero en el otro extremo de la vida, los ancianos son también el futuro de un pueblo. Pienso muchas veces que estamos cometiendo una injusticia con los ancianos. Y por eso os digo que voy a Río a encontrar a los jóvenes, pero en su tejido social, principalmente al lado de los ancianos".
En este vuelo hacia la periferia, que es el destino preferente de su papado, Bergoglio no habla de Dios ni de la Iglesia, sino de quienes “creyentes o no” sufren en carne propia a gran injusticia de la desigualdad.
Antes de empezar a hablar del sentido de su viaje, el Papa ha bromeado sobre su conocida aversión a las entrevistas y luego dará aún más en el encuentro cercano, atento, con cada uno de los corresponsales. Pero ahora habla poniendo esfuerzo y gravedad en sus palabras, intensidad en una mirada que sale a buscar la complicidad de los demás y, casi siempre regresa con ella. Una buena parte de los que se arremolinan a su alrededor son los llamados vaticanistas, periodistas especializados en la información de la Santa Sede, expertos algunos en desentrañar los discursos del teólogo Joseph Ratzinger. Francisco tiene un estilo distinto. Tan distinto que en este vuelo hacia la periferia, que es el destino preferente de su papado, no habla de Dios ni de la Iglesia, sino de quienes "creyentes o no" sufren en carne propia la gran injusticia de la desigualdad.
"Leí la pasada semana" dice Jorge Mario Bergoglio, "el porcentaje de jóvenes sin trabajo. Pensad que existe el riesgo de tener una generación sin trabajo. Y del trabajo viene la dignidad de la persona. La dignidad es ganarse el pan. En este momento, los jóvenes sufren especialmente la crisis. Y nos estamos acostumbrando a la cultura del descarte. Con los ancianos se hace demasiado a menudo. Pero también ahora con tantos jóvenes sin trabajo. Debemos eliminar esta costumbre de descartar. No. Debemos ir hacia la cultura de la inclusión, del encuentro. Tenemos que hacer un esfuerzo por llevar a todos a la sociedad. Este es el sentido que yo quiero dar a este encuentro con los jóvenes".
Pablo Ordaz
A bordo del avión papal, El País
A las 10.30 de la mañana, de camino a Río de Janeiro, el papa Francisco aparece en la zona del avión dedicada a los periodistas. A diferencia de sus predecesores, que contestaban unas cuantas preguntas pactadas, Jorge Mario Bergoglio decide explicar en unos minutos el sentido de su viaje a la Jornada Mundial de la Juventud (JMJ) y luego saludar uno a uno, durante una hora, a los 70 enviados especiales. De pie, sin papeles delante y ni una cita a Dios o la Iglesia, el papa Francisco lanza un fuerte mensaje contra "la cultura del descarte", que no solo amenaza a los jóvenes —"una generación sin trabajo por la crisis mundial"— sino también a los ancianos. "Los dejamos de lado", explica el Papa, "como si no tuvieran nada que ofrecernos, pero tienen la sabiduría de la vida, de la historia, de la patria, de la familia. Un pueblo no tiene futuro si no va adelante con los dos extremos: con los jóvenes porque tienen la fuerza y con los ancianos porque tienen la sabiduría de la vida".
El Airbus 330 de Alitalia, con el código AZ4000, que se destina a los vuelos papales, despega de Roma, cruza el Mediterráneo para sobrevolar Argelia, Mauritania y Senegal antes de alcanzar el Atlántico con destino a Brasil. Francisco, que ha cursado telegramas de saludo a los presidentes de los distintos países que atraviesa, aparece en la cola del avión apenas una hora después del despegue. Es su primer viaje internacional. Antes, solo salió de Roma para encontrarse en la isla italiana de Lampedusa con los inmigrantes que cruzan el Mediterráneo entre África y Europa a bordo de barcazas destartaladas. Miles de ellos no lo consiguen. Por eso, el primer gesto de Francisco al llegar a la isla fue lanzar una corona al mar en recuerdo de la muerte invisible de quienes quisieron dejar de serlo jugándose la vida.
También ahora, de camino a Brasil, el Papa quiere atraer la atención de los focos hacia quienes, por jóvenes o por viejos, por culpa de la crisis internacional o por egoísmo de un presente que no mira al futuro ni se acuerda del pasado, se están quedando en la cuneta. "Este primer viaje", advierte Francisco, "es para encontrar a los jóvenes, pero en el tejido social, no aislados de la vida". "Cuando aislamos a los jóvenes", explica el Papa, "cometemos una injusticia. Les quitamos la pertenencia: a una familia, a una patria, a una cultura, a una fe... No debemos aislarlos de la sociedad. Ellos son el futuro de un pueblo pero no solo ellos. Ellos son el futuro porque tienen la fuerza, son jóvenes, van hacia adelante. Pero en el otro extremo de la vida, los ancianos son también el futuro de un pueblo. Pienso muchas veces que estamos cometiendo una injusticia con los ancianos. Y por eso os digo que voy a Río a encontrar a los jóvenes, pero en su tejido social, principalmente al lado de los ancianos".
En este vuelo hacia la periferia, que es el destino preferente de su papado, Bergoglio no habla de Dios ni de la Iglesia, sino de quienes “creyentes o no” sufren en carne propia a gran injusticia de la desigualdad.
Antes de empezar a hablar del sentido de su viaje, el Papa ha bromeado sobre su conocida aversión a las entrevistas y luego dará aún más en el encuentro cercano, atento, con cada uno de los corresponsales. Pero ahora habla poniendo esfuerzo y gravedad en sus palabras, intensidad en una mirada que sale a buscar la complicidad de los demás y, casi siempre regresa con ella. Una buena parte de los que se arremolinan a su alrededor son los llamados vaticanistas, periodistas especializados en la información de la Santa Sede, expertos algunos en desentrañar los discursos del teólogo Joseph Ratzinger. Francisco tiene un estilo distinto. Tan distinto que en este vuelo hacia la periferia, que es el destino preferente de su papado, no habla de Dios ni de la Iglesia, sino de quienes "creyentes o no" sufren en carne propia la gran injusticia de la desigualdad.
"Leí la pasada semana" dice Jorge Mario Bergoglio, "el porcentaje de jóvenes sin trabajo. Pensad que existe el riesgo de tener una generación sin trabajo. Y del trabajo viene la dignidad de la persona. La dignidad es ganarse el pan. En este momento, los jóvenes sufren especialmente la crisis. Y nos estamos acostumbrando a la cultura del descarte. Con los ancianos se hace demasiado a menudo. Pero también ahora con tantos jóvenes sin trabajo. Debemos eliminar esta costumbre de descartar. No. Debemos ir hacia la cultura de la inclusión, del encuentro. Tenemos que hacer un esfuerzo por llevar a todos a la sociedad. Este es el sentido que yo quiero dar a este encuentro con los jóvenes".