El papa Francisco declara santos a Juan XXII y Juan Pablo II

La encíclica sobre la fe habla se refiere al matrimonio como una “unión estable”

Pablo Ordaz
Roma, El País
El papa Francisco no solo no se va de veraneo a Caltel Gandolfo, sino que imprime a cada decisión un gesto de ruptura, si no radical, sí significativo con respecto al pasado. Este viernes ofreció dos. En su primera encíclica -- Lumen Fidei (La luz de la fe), escrita junto a Joseph Ratzinger—, Jorge Mario Bergoglio se refiere al matrimonio como una “unión estable” entre un hombre y una mujer. La sustitución de la palabra “indisoluble” no supone, según fuentes vaticanas, una restructuración del sacramento, pero sí un acercamiento a los católicos separados o divorciados que desean seguir en la fe de la Iglesia. El segundo gesto llegó con la decisión de elevar a los altares a Juan XXIII, “el papa bueno” a pesar de que aún no cuenta con el segundo milagro necesario. De esta forma, Francisco consigue que la vertiginosa canonización de Juan Pablo II, cuyos 27 años de papado están salpicados de sombras, se vea suavizada por la compañía y el ejemplo de Juan XXIII.


Nadie discute el carisma del polaco Karol Wojtyla (1920-2005), pero tampoco se puede olvidar que durante su pontificado el Vaticano no atajó el gran problema de la pederastia, encubrió hasta el final los desmanes de Marcial Maciel –el fundador de los Legionarios de Cristo— y las luchas de los distintos sectores de la curia en torno al poder y al dinero del banco se convirtieron en un mal endémico. Tan es así que Benedicto XVI, aunque hizo amago de poner orden en la Santa Sede –la expulsión de Maciel y la guerra a la pederastia son dos ejemplos--, termino renunciando al papado abrumado por los escándalos. De ahí que la decisión de Francisco de canonizar también a Angelo Roncalli (1881-1963) sea una manera muy diplomática de zanjar el asunto. Antes de fin año, en una ceremonia conjunta, la Iglesia concederá oficialmente la santidad a un papa indiscutible y a otro muy discutido.

El portavoz del Vaticano, padre Federico Lombardi, dijo que, con respecto a la canonización de Juan XXIII, el papa “tiene la capacidad de dispensar la necesidad de un segundo milagro”. En el caso de Juan Pablo II se le atribuye la curación en 2011 de una monja francesa que padecía la enfermedad de Parkinson y de una mujer costarricense. Además, Francesco también aprobó la beatificación de Álvaro del Portillo, el prelado del Opus Dei que sucedió a Josemaría Escrivá de Balaguer, y el reconocimiento como mártires de 42 religiosos “asesinados por odio a la fe” durante la Guerra Civil española.

El anuncio de la proclamación como santos de Juan XXIII y Juan Pablo II se produjo solo un par de horas después de la presentación oficial de la primera encíclica del papa Francisco, que es también la última de Benedicto XVI. La redacción de los cuatro capítulos de Lumen Fidei (La luz de la fe) refleja el marcado estilo de Joseph Ratzinger y, de hecho, Jorge Mario Bergoglio reconoce que su predecesor "ya había completado prácticamente" el texto: "Se lo agradezco de corazón y, en la fraternidad de Cristo, asumo su precioso trabajo, añadiendo algunas aportaciones". La encíclica, que reclama la vigencia de la fe frente a la "verdad tecnológica", se refiere en un pasaje al matrimonio como una "unión estable [no utiliza la palabra indisoluble] de un hombre y una mujer", y añade: "La bondad de la diferenciación sexual permite a los cónyuges unirse en una sola carne".

La sustitución de la palabra “indisoluble” por la de “estable” al referirse al matrimonio se puede considerar como un gesto de cercanía hacia las familias católicas que, después de un divorcio, rehacen su vida pero ya al margen de la Iglesia. Según señalan fuentes del Vaticano, no significa, en ningún caso, que la Iglesia se esté planteando la indisolubilidad del matrimonio. “Se trata de tender un puente a las parejas, e hijos de esas parejas, que después de una ruptura quieren rehacer su vida sin perder el contacto con la Iglesia. No se trata de una cuestión jurídica, sino pastoral”.

El anuncio de la proclamación como santos de Juan XXIII y Juan Pablo II se produjo solo un par de horas después de la presentación oficial de la primera encíclica del papa Francisco

Durante la presentación, el cardenal canadiense Marc Ouellet definió la encíclica como "una catequesis a cuatro manos", y monseñor Gerhard Ludwig Müller, prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe, ha justificado por qué no está firmada de forma conjunta: "No tenemos dos papas, solo tenemos un papa. En la encíclica hay mucho del papa Benedicto, pero hay todo del papa Francesco". No deja de ser curioso que, al contrario de lo que suele ser habitual, la Santa Sede no distribuyó una fotografía del Papa firmando la encíclica, pero sí de una imagen de Ratzinger y Bergoglio durante la inauguración de una estatua en el Vaticano.

De los cuatro capítulos --el texto no llega al centenar de páginas--, el segundo aborda la relación entre la fe y la verdad: "Recuperar la conexión de la fe con la verdad es hoy aún más necesario, precisamente por la crisis de verdad en que nos encontramos. En la cultura contemporánea se tiende a menudo a aceptar como verdad solo la verdad tecnológica: es verdad aquello que el hombre consigue construir y medir con su ciencia; es verdad porque funciona y así hace más cómoda y fácil la vida". Y añade: "La verdad grande, la verdad que explica la vida personal y social en su conjunto, es vista con sospecha".

Ya en la introducción, el Papa plantea la pregunta de si la fe es una luz ilusoria: "En la época moderna se ha pensado que esa luz podía bastar para las sociedades antiguas, pero que ya no sirve para los tiempos nuevos, para el hombre adulto, ufano de su razón, ávido de explorar el futuro de una nueva forma (...). El joven Nietzsche invitaba a su hermana Elisabeth a arriesgarse, a "emprender nuevos caminos... con la inseguridad de quien procede autónomamente". Y añadía: "Aquí se dividen los caminos del hombre; si quieres alcanzar paz en el alma y felicidad, cree; pero si quieres ser discípulo de la verdad, indaga". La encíclica sostiene que "poco a poco, sin embargo, se ha visto que la luz de la razón autónoma no logra iluminar suficientemente el futuro; al final, éste queda en la oscuridad, y deja al hombre con el miedo a lo desconocido".

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