EE.UU. se bebe una Copa con poco oro


Chicago, Espn
La gloria llegó del cautiverio de la banca. Joe Corona había empedrado su destino de buenas intenciones. Brek Shea le puso título de propiedad a la Copa Oro. Su gol, al minuto 68, fue el inicio de la Vuelta Olímpica para Estados Unidos.


El veredicto incluye un testamento: EE.UU. 1-0 Panamá. A los canaleros les ratifica la solidez de un proyecto, y a Estados Unidos le entrega de nuevo la posesión de la Copa, aunque con el regusto de no poder cobrar venganza de la humillación de 2011.

El trámite se apegó a lo que son las finales, con la desilusión de no acercarse a la utopía de lo que deben ser las finales, especialmente en el área de Concacaf.

Un partido de lucha persistente, pero de pocas emociones. Había una decisión innegociable: no cometer errores, y bajo ese dogma, los dos equipos se apartaron de la saludable propensión ofensiva que mostraron en las anteriores fases del torneo.

Cuando eventualmente respondían ofensivamente, cuando circunstancialmente se posesionaban del balón, sus respectivos recursos se veían anulados por la coherencia defensiva en contraste.

Es así que EE.UU. en el ensanchamiento de la cancha, ponía a recorrer burocráticamente la pelota, sin prosas, sin presiones, habituado como está a vivir y convivir en un escenario de pocas exigencias.

Ese recurso elaborado de EE.UU. encontraba una marcación empedernida, atenta, devota de los panameños, que terminaban provocando la jugada obvia y permitiendo en el estocicismo canalero, abortar las pretensiones escarlatas.

Mientras tanto, Panamá, con asaltos guerrilleros de sus jugadores veloces, que trataban de enlazar en ese vértigo, terminaba cediendo en el choque, y un par de veces por equivocaciones arbitrales, pues incluso Joel Aguilar Chicas se vio cohibido en el suministro de amarillas a la defensa de Estados Unidos.

Bajo ese escenario, alentando más los bostezos que los alaridos, se escurrió la primera mitad con pocos estremecimientos en la tribuna, que mostró casi un lleno, al convocar a 67,920 aficionados, vale consignarlo, un reflejo de este país: diferentes nacionalidades, etnias, lenguajes, religiones, pero convirtiendo aquello en una alianza de estadounidenses, mexicanos y centroamericanos, en contra de los panameños respaldado por algunas decenas en el graderío.

Ojo: quedó claro que el mimetismo de mexicanos y centroamericanos por abanderarse de estadounidenses oportunistamente, no llegó siquiera a intimidar a los canaleros.

Entre el sopor, a pesar de que en el segundo tiempo salieron más intencionados, y entre la clucha tan sorda como ciega, sólo fue hasta el minuto 68 cuando se rompió la monotonía cínica del 0-0.

Brek Shea apenas se involucraba en los reclamos del juego, cuando en el área desvía con astucia un balón hacia la derecha de Jaime Penedo, quien sorprendido, al igual que su defensa, observa impávida e impotente el trayecto de la pelota que termina por empujar Landon Donovan, sólo para servir de escolta al taco letal de Shea.

Con el 1-0, EE.UU. reculó totalmente. Panamá se posesionó del balón, del ritmo, del área rival, de los contornos de la fortaleza rival, pero en medio de rebotes, centros, paredes e intentos desesperados, con dos conatos de bronca en ese acoso, vio como el reloj les truncó la consumación del sueño.

Y EE.UU. fue campeón a su estilo antiguo, con sus viejas armas, sin ponerle nunca las riendas a Panamá, peor, encontrando en la magia oportunista y oportuna de Shea, la consumación del gol y del título de propiedad de la Copa Oro.

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