Copa Center: Wilstermann rescató un empate ante un mejor Aurora


José Vladimir Nogales
El fútbol genera muchos desmentidos. Esta vez lo sufrió Aurora: no siempre gana el más fuerte, el que más gasta o el que mejor juega. Axioma que, por otra parte, ha sido una constante en su adversario. Pero este domingo, Wilstermann no fue el equipo que labra resultados a partir del juego. En esta ocasión, Wilstermann tuvo más pegada que fútbol. El equipo de Clausen, con ritmo de pretemporada, se presentó en el Capriles desteñido como en la precedente campaña: sin fútbol y propenso a desequilibrarse. El adiestrador argentino ha planificado el curso con las luces largas. Por ello no le importó hacer debutar a casi todas sus incorporaciones en un duelo con tanto colmillo o no dar carrete al banquillo, donde no parecen haber variantes para recomponer averías o, como en la ocasión, si nada funciona.


A la desnaturalización de Wilstermann (se supone que la exposición dista de lo que se pretende) contribuyó lo suyo Aurora. Tucho Antelo, con más urgencias, ha previsto un calendario invernal mucho más exigente. Para Aurora, la temporada empezó antes. Se advirtió de inmediato en su enérgica puesta en escena. Prueba de que las distancias entre ambos se han acortado, el entrenador cruceño cuenta casi con el mismo plantel que, en marzo, se despeñó con un humillante 6-0. De entrada, fue un equipo mucho más chispeante, eléctrico y firme. Pocas veces se ha visto a un Wilstermann tan desteñido en los clásicos, sometido por un rival que le atosigó en la defensa, le hizo un ovillo en el eje y le desenchufó por completo en el ataque.

El apretón de Aurora, con un nivel de decibeles inalcanzable para su adversario, tuvo la primera expresión en una llegada de Castellón desactivada por Cartagena. No fue una huella aislada del atacante, más fino de cintura y con mayor dosis de atrevimiento. Capitalizó las oleadas celestes, muchas y constantes, con los wilstermanistas fuera de posición. Nadie era capaz de dar una puntada y, cuando la pelota llegaba a la órbita de Berodia, entraban en acción Blanco, Robles o Lora, siempre al límite, en combustión ante un árbitro sobrecogido.

Marchito el cuadro "rojo" (de casaca morada en la ocasión), el gol era cuestión de tiempo. O de Castellón, que en cada intervención dejaba barridos a los centrales rivales. Así ocurrió cuando Salvatierra recibió libre a espaldas de Ignacio García y midió en el costado derecho a Zanotti. Paz, que deambulaba como en toda la tarde, quiso ser escolta antes de tiempo y entre todos perdieron de vista a Castellón, que aterrizó por el callejón izquierdo para agradecer la magnífica asistencia del extremo. Más que un gol, un golpe de efecto celeste, que ni siquiera precisaba de la mejor versión de futbolistas como Gallegos o Borda. Su vocación gremial resultaba conmovedora.

Aurora aprovechó esos diez primeros minutos para jugar bien, desbordar al rival y anotar. Cierto es que le ayudó el comodón estilo de vida con el que Wilstermann amaneció, poco interesado en acosar, quitar y manejar el partido. No olió la pelota durante diez minutos, ni lo intentó. Aurora movió la pelota con criterio colectivo y paciencia, de costado a costado, ante la indiferencia de su rival. El gol de Castellón fue la consecuencia lógica de lo que sucedía. Tampoco resultó extraña la descolocación de la defensa. El Capriles ha visto tantas veces esta escena en el pasado curso que la gente recibió el tanto con una mezcla de fatalismo y enfado. El fatalismo porque es un viejo error en Wilstermann (que no marca en el centro del campo); el enfado, por la vagancia general en el arranque del partido. ¿Qué sucedía con Wilstermann? Se podía argumentar que sus volantes, la sala de máquinas, Romero, Queró y Berodia, no acertaron ni una, y que fueron literalmente barridos por la marca a presión que impuso el adversario. Que no dieron un pase bien (o muy pocos) y sí muchos mal, que no hubo conjunción, que las líneas quedaron muy separadas, que el escuálido caudal de juego pocas veces incluyó a Berdodia (solo y mal abastecido en el eje), que la delantera no tiró jamás a gol, que el equipo se obsesionó tanto con llegar al gol que sólo miró a Andaveris (perdido entre dos torres defensivas, Blanco y Alaca) y se olvidó de Ramallo, más desequilibrante con el balón.

Clausen no ha cambiado, en realidad, nada. Se juega como el torneo pasado, con los mismos aciertos y los mismos errores. Cuesta entender la alineación de Luis Carlos Paz o, más concretamente, su renovación. Su flojísima actuación confirmó los peores presagios. De andar ambulatorio, Paz es un medio centro sin dinámica ni vocación, incapaz de recuperar balones y abandonado a una pasividad que linda con la vagancia. Nunca se compromete cuando la refriega se desarrolla lejos de su parcela. Acostumbra mirar el desastre que se fragua a sus espaldas cuando el balón ha superado las coordenadas de su cuadrante. Y como no hay marca delante de la defensa, ésta sufre más, queda expuesta al uno contra uno, a que la encaren con asiduidad. Para peor, Paz tampoco ofrece salida. No se muestra como opción de descarga y, cuando lo hace, juega burocráticamente hacia las bandas, sin generar mínimo progreso. Y al no existir manera de sacar limpio el balón, afloran los quiméricos pelotazos. Queró y Romero no sólo no vuelven para marcar, sino que esperan muy arriba y reciben, casi siempre, de espaldas al arco y con la marca encima. Sin asegurar el traslado cuesta controlar el balón y sin él es imposible la gestión colectiva del juego, para sólo reducirse a las pulsaciones fragmentarias que puede, efímeramente, ofrecer alguna individualidad.

Cuando todo presagiaba una tormenta para Wilstermann, el partido fue acomodándose en su favor. A Berodia no se le había visto ni la sombra, Andaveris vivía esposado por los defensas centrales, Romero era un soldado raso ante Borda y Taboada. Berodia, que no necesita mucha liturgia, apareció por fin y Romero, en el primer disparo de los suyos, bajó un balón a espaldas de todos, se hizo el hueco y sacó un potente disparo cruzado. Pleito igualado.

Aurora fue capaz de sobreponerse al azote, algo que dice mucho de su espíritu irreductible. Pero el marcador también activó a Wilstermann, un poco más reconocible con la pelota en su poder, con Queró más suelto en la banda, Ramallo al acecho y más sinfónico con Berodia, que la pedía e intentaba manejarla. Más equilibrado, el duelo se hizo abierto. Aurora no perdió frescura y se mantuvo firme. Castellón hizo bingo y, con maestra ejecución, repuso la ventaja para los suyos ante el jolgorio de una hinchada entregada a la causa. 2-1 en 38 minutos.

En el último minuto agregado, Wilstermann plasmó una clamorosa igualdad. Ramallo, delantero sagaz, anticipó el envenenado centro de Christian Vargas y, con certero frentazo, depositó el balón en la red. Para su desgracia, Aurora recibió un inquietante mensaje: tanta superioridad no le bastó para vencer a un rival que no disimuló su primacía desde la goleada de inicio de año. Una versión muy deshilachada de lo que se espera de sí le resultó a Wilstermann suficiente para no salir tan magullado como presagiaba el devenir del partido. Un Aurora vigoroso, inteligente, mejor puesto no fue suficiente. No siempre el marcador se impondrá al juego.

La segunda mitad discurrió bajo los mismos parámetros. Con carreras de ida y vuelta, numerosos saques de esquina, más vértigo y fricción, pero poco fútbol. Castellón puso en apuros a Cartagena cada vez que logró recoger los balones cruzados que sobraban a Zanotti. Wilstermann intentó asociarse, pero no conseguía la necesitada conjunción de sus individualidades. Como Romero y Queró se abrían en demasía sobre las bandas (sin articularse con los laterales), el centro quedaba despoblado, dejando a Berodia sin pase. La incidencia del español fue degradándose con el discurrir de la brega. Cada minuto empezó a pesarle y su aporte a minimizarse. Castellón tuvo el triunfo celeste en su botín, pero erró el disparo tras dejar gateando al golero. Andaveris rambién dispuso de una, pero su resolución resultó caricaturesca. Un blooper colosal: a un par de metros de la línea de gol, y sin rival que obstruyese, el atacante disparó torcido. Tamaña aberración resolutiva sólo parece explicable por el uso nada ortodoxo de algún elemento ortopédico: un bastón, una pata de palo, una muleta, un andador o desde una silla de ruedas. Tan minúscula parecía ser la destreza reclamada para una acción tan elemental que, quizá, cualquiera podía realizarla: un niño, un golfista, un bailarín, un escultor o alguna de las féminas futbolistas que, glamorosamente, exhibieron sus trabajadas figuras más que sus dudosas facultades con la pelota. El balón en el poste retrató, además del horror de la definición, la escasa potencia dentro del área.

Sin mayor historia, la batalla cerró en tablas.

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