China doma sus ríos

El país asiático construye el mayor trasvase del mundo para llevar agua del sur al sediento norte

Jose Reinoso
Pekín, El País
Los dirigentes chinos han soñado históricamente con dominar la naturaleza, invertir el curso de los ríos y domar las aguas para ponerlas al servicio de la economía y el poder. Algunas secciones del Gran Canal -el río artificial más largo del mundo, casi 1.800 kilómetros, que une Pekín y Hangzhou (capital de la provincia de Zhejiang)- fueron construidas hace más de 2.400 años. Y Mao Zedong, el fundador de la China comunista, no fue ajeno a esta visión. En 1952, preocupado por la escasez de agua en el norte del país, dijo tras una visita al río Amarillo: "El sur tiene cantidad de agua y al norte le falta. Si es posible, ¿por qué no tomar prestada alguna?".


El Gran Timonel murió en 1976 sin llegar a ver realizado su sueño. En 2002, medio siglo después de aquella frase premonitoria y tras innumerables debates y rediseños, el Gobierno aprobó el llamado Proyecto de Trasvase de Agua Sur-Norte. Contempla la construcción, en un plazo de otros 50 años, de las infraestructuras necesarias para desviar 44.800 millones de metros cúbicos anuales de agua desde diversos puntos del río Yangtsé y su cuenca, hacia el norte y el noroeste del país, con un coste inicial estimado en 500.000 millones de yuanes (61.400 millones de euros).

El caudal que será transferido es similar al del río Amarillo y pretende paliar las tradicionales sequías y falta de agua en China septentrional, agravadas en las últimas décadas debido al rápido desarrollo del país y el incremento de habitantes en ciudades como Pekín y Tianjin, con la consiguiente sobreexplotación de los acuíferos. El norte tiene alrededor de la mitad de la población de China, el 19% de los recursos de agua dulce, y recibe la cuarta parte de precipitaciones de lluvia que el sur.

El proyecto -formado por canales, presas y túneles- consta de tres rutas independientes, con una longitud conjunta de unos 5.600 kilómetros. La primera de ellas, la oriental, será inaugurada este otoño después de 11 años de obras. Esta vía, de 1.156 kilómetros, lleva el agua hacia el norte por las provincias costeras, con 13 estaciones de bombeo. Comienza en Jiangdu (provincia de Jiangsu), en el delta del Yangtsé, y concluye en la provincia de Shandong. Un tramo de 7,8 kilómetros cruza el río Amarillo por medio de dos canalizaciones de 9,3 metros de diámetro a 70 metros bajo el lecho de río. Proporcionará agua a zonas rurales e industrias. En mayo y junio pasados, han sido realizadas las pruebas de esta ruta, y, según ha asegurado en la prensa china Zhang Jinsong, subdirector de la oficina en Jiangsu del trasvase, la calidad del agua cumple ya los niveles de seguridad. Zhang afirma que ahora se vierte al Yangtsé un 85% menos de contaminantes que en 2000.

Los trabajos de la ruta oriental, que alcanzará Tianjin en una segunda fase, se han visto afectados por retrasos debido al efecto sobre el agua de la polución generada por fábricas y granjas, pero será la primera sección en ser inaugurada porque aprovecha las infraestructuras del Gran Canal, una vía utilizada a lo largo de las dinastías imperiales para transporte -en particular de grano-, comercio e irrigación, pero también como arma devastadora, capaz de anegar regiones y frenar el avance de ejércitos enemigos. Cuando esté finalizado, el trasvase oriental canalizará 14.800 millones de metros cúbicos anuales a las provincias de Jiangsu, Anhui, Shandong, Hebei, y Tianjin.

La segunda ruta, la central, será la que sacie la sed de Pekín y las zonas rurales en su camino. Nace en la presa Danjiangkou, situada en el río Han -afluente del Yangtsé-, en la provincia central de Hubei. La presa ha tenido que ser elevada 14,6 metros para subir el nivel del embalse de 162 metros a 176,6 metros, para generar la altura que permita al agua viajar por gravedad hacia el norte. Esto sumergirá 300 kilómetros cuadrados de terreno. Las obras han obligado a desplazar a unas 350.000 personas. La vía central tiene un caudal de 13.000 a 14.000 millones de metros cúbicos anuales, una longitud de 1.274 kilómetros -más otros 141 kilómetros de una derivación de la provincia de Hebei a Tianjin- y dos túneles de 7,2 kilómetros bajo el río Amarillo. Debió ser inaugurada a tiempo para los Juegos Olímpicos de Pekín, en 2008. Fue retrasada, primero a 2010 y luego a 2014. El proyecto, que comenzó en 2003, se ha visto afectado por la grave contaminación que sufren partes del embalse; un problema que han empeorado la implementación laxa de las leyes medioambientales y la falta de fondos del Gobierno central para ayudar a las administraciones locales a hacer frente al tratamiento de las aguas que son vertidas al embalse, según un informe hecho público el mes pasado por la Conferencia Consultiva Política China, un órgano anexo al Parlamento sin capacidad de decisión. Se prevé que el agua del Yangtsé llegue a Pekín en otoño del año que viene.

La ruta occidental tomará agua en el curso alto del Yangtsé y ríos de las zonas montañosas de las regiones de Qinghai y Tíbet y la canalizará a una altitud de 3.000 a 5.000 metros hasta el Amarillo. Los ingenieros han efectuado los estudios correspondientes, pero muchos expertos aseguran que el proyecto será extremadamente caro y difícil. De momento, el trazado occidental es solo un proyecto.

Los críticos aseguran que generará más problemas que beneficios. Afirman que supone un malgasto ingente de recursos y provocará escasez de agua en el origen. El río Han, por ejemplo, tendrá que ceder entre el 25% y el 30% de su caudal, y para compensar esta pérdida se derivará agua del Yangtsé a su propio afluente. Además, afirman que el plan es terreno para la corrupción, inducirá graves efectos medioambientales y tiene un alto coste social, debido a los cientos de miles de personas que ha obligado a desplazar. Muchas de ellas se quejan de haber sido mudadas a viviendas de baja calidad y haber perdido sus medios de vida. Algunos campesinos tenían frutales en zonas montañosas y ahora no saben cómo cultivar arroz en las llanuras. El cierre de muchas fábricas contaminantes ha generado, en paralelo, desempleo.

"Aunque el trasvase de agua enriquecerá el suministro de agua en el norte, su impacto en el ecosistema es irreversible", ha asegurado Ma Jun, director del Instituto de Asuntos Públicos y Medioambientales y uno de los expertos medioambientales más renombrados de China, al diario China Daily.

Para los dirigentes de este país acostumbrado a las proezas de ingeniería civil, como la Gran Muralla o la presa de las Tres Gargantas, el precio pagado para llevar a cabo esta obra de titanes es menor que los beneficios que, según dice, aportará a cientos de millones de personas. Pero algunos expertos insisten en que sin medidas adicionales como fomentar el ahorro de agua y mejorar las prácticas agrícolas, algunas de las cuales están siendo implementadas por el Gobierno, el trasvase Sur-Norte no hará más que retrasar algunos años el problema de la sequía y la escasez de recursos hídricos en el norte de China.

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