ANÁLISIS La guerra siria arrastra a Morsi
El Ejército egipcio interpretó la nueva actitud del presidente sobre el conflicto en Siria como una amenaza a sus propios intereses
Fernando Gualdoni, El País
El conflicto civil sirio ha sido determinante en el derrocamiento del presidente Mohamed Morsi desde que respaldó abiertamente la guerra santa contra el régimen alauí de Bachar el Asad. La declaración disparó las alarmas dentro del Ejército egipcio, que interpretó ese apoyo como un mensaje de aliento a los egipcios que decidieran participar de ese conflicto en las filas rebeldes, con el consiguiente riesgo de que esos combatientes pudiesen volver algún día convertidos en un ejército de renovados yihadistas.
Egipto ya tiene a muchos de sus nacionales militando en las filas de Al Qaeda, el mismísimo jefe Aymán al Zawahiri es cairota. Y aunque no se sabe con exactitud cuántos ciudadanos egipcios están combatiendo en las filas rebeldes sirias, diversas fuentes citadas por los medios árabes han calculado que unos 2.500. Se cree, además, que tras la entrada de lleno de Hezbolá en el conflicto, la participación de egipcios aumentó exponencialmente.
La marcha islamista del sábado 15 de junio fue determinante en el deterioro de las relaciones entre Morsi y el Ejército. Ese día, el todavía presidente egipcio rompió relaciones con Siria, anunciando el cierre de la Embajada de Damasco en El Cairo y retirando al representante diplomático egipcio en la capital siria. Ante cerca de 20.000 personas, Morsi se enfrentó abiertamente al régimen de El Asad, a Hezbolá y a toda la comunidad chií. Pidió a la milicia libanesa que se retirara de Siria pero, al mismo tiempo, alentó la participación extranjera de los suníes en el conflicto en favor de los rebeldes sirios.
En ese mismo acto, los clérigos radicales suníes que acompañaron al presidente tildaron de infieles tanto a los chiíes que combatían en defensa del régimen sirio como en general a todos los que negaban su apoyo a Morsi. Un clérigo egipcio con residencia en Catar y muy reconocido entre los Hermanos Musulmanes, Yusuf al Qaradaui, llegó a declarar: “Cómo pueden 100 millones de chiíes desafiar a 1.700 millones de suníes…”. Los mensajes sectarios no agradaron al general Abdel Fatah al Sisi ni a ningún miembro del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.
El día después de la marcha islamista, los militares emitieron un comunicado tan escueto como contundente, en el que especificaban que “el único papel del Ejército es el de proteger a Egipto y garantizar su seguridad nacional... El Ejército egipcio no va a interferir en los asuntos internos de otros países y no se dejará manipular ni utilizar en los conflictos regionales”.
Aunque las relaciones ya no eran las mejores antes de mediados de junio, la posición adoptada por Morsi con respecto al conflicto sirio fue determinante en el divorcio entre los militares y el presidente derrocado. El Ejército interpretó el mensaje de Morsi no solo como una amenaza a la convivencia egipcia, sino también a sus propios intereses. Los militares, siempre dueños de su destino desde el nacimiento de la República, recelaron de un Gobierno islamista que impulsó una Constitución que concede al presidente el control de las Fuerzas Armadas egipcias.
La caída de Morsi ha insuflado moral al régimen sirio. Después de todo, la sangrienta guerra, contra pronóstico, se ha llevado por delante al presidente egipcio antes que al sirio. En una entrevista en el diario estatal sirio Ath-Thawra, Bachar el Asad declaró que “lo que está sucediendo en Egipto es la caída de lo que se conoce como el islam político”. “En cualquier parte del mundo, el que utiliza la religión con fines políticos o para beneficiar a unos y no a otros, caerá”, sentenció El Asad.
Irán, sospechosamente, no ha celebrado con salvas la caída del primer presidente electo de Egipto. Morsi no tuvo mejor idea en la histórica visita que realizó a Teherán en agosto de 2012 que denunciar al “régimen opresor sirio” y certificar “que había perdido toda su legitimidad”. Lo hizo en su discurso de apertura de la cumbre de Países No Alineados en la capital iraní. “La revolución en Egipto fue uno de los pilares de la primavera árabe. Comenzó unos días después que en Túnez, fue seguida por Libia y Yemen y más tarde por la revolución en Siria”, señaló Morsi, para insistir en que “nuestra solidaridad en la lucha que llevan adelante los sirios (...) es un deber moral y una necesidad política y estratégica”.
Fernando Gualdoni, El País
El conflicto civil sirio ha sido determinante en el derrocamiento del presidente Mohamed Morsi desde que respaldó abiertamente la guerra santa contra el régimen alauí de Bachar el Asad. La declaración disparó las alarmas dentro del Ejército egipcio, que interpretó ese apoyo como un mensaje de aliento a los egipcios que decidieran participar de ese conflicto en las filas rebeldes, con el consiguiente riesgo de que esos combatientes pudiesen volver algún día convertidos en un ejército de renovados yihadistas.
Egipto ya tiene a muchos de sus nacionales militando en las filas de Al Qaeda, el mismísimo jefe Aymán al Zawahiri es cairota. Y aunque no se sabe con exactitud cuántos ciudadanos egipcios están combatiendo en las filas rebeldes sirias, diversas fuentes citadas por los medios árabes han calculado que unos 2.500. Se cree, además, que tras la entrada de lleno de Hezbolá en el conflicto, la participación de egipcios aumentó exponencialmente.
La marcha islamista del sábado 15 de junio fue determinante en el deterioro de las relaciones entre Morsi y el Ejército. Ese día, el todavía presidente egipcio rompió relaciones con Siria, anunciando el cierre de la Embajada de Damasco en El Cairo y retirando al representante diplomático egipcio en la capital siria. Ante cerca de 20.000 personas, Morsi se enfrentó abiertamente al régimen de El Asad, a Hezbolá y a toda la comunidad chií. Pidió a la milicia libanesa que se retirara de Siria pero, al mismo tiempo, alentó la participación extranjera de los suníes en el conflicto en favor de los rebeldes sirios.
En ese mismo acto, los clérigos radicales suníes que acompañaron al presidente tildaron de infieles tanto a los chiíes que combatían en defensa del régimen sirio como en general a todos los que negaban su apoyo a Morsi. Un clérigo egipcio con residencia en Catar y muy reconocido entre los Hermanos Musulmanes, Yusuf al Qaradaui, llegó a declarar: “Cómo pueden 100 millones de chiíes desafiar a 1.700 millones de suníes…”. Los mensajes sectarios no agradaron al general Abdel Fatah al Sisi ni a ningún miembro del Estado Mayor de las Fuerzas Armadas.
El día después de la marcha islamista, los militares emitieron un comunicado tan escueto como contundente, en el que especificaban que “el único papel del Ejército es el de proteger a Egipto y garantizar su seguridad nacional... El Ejército egipcio no va a interferir en los asuntos internos de otros países y no se dejará manipular ni utilizar en los conflictos regionales”.
Aunque las relaciones ya no eran las mejores antes de mediados de junio, la posición adoptada por Morsi con respecto al conflicto sirio fue determinante en el divorcio entre los militares y el presidente derrocado. El Ejército interpretó el mensaje de Morsi no solo como una amenaza a la convivencia egipcia, sino también a sus propios intereses. Los militares, siempre dueños de su destino desde el nacimiento de la República, recelaron de un Gobierno islamista que impulsó una Constitución que concede al presidente el control de las Fuerzas Armadas egipcias.
La caída de Morsi ha insuflado moral al régimen sirio. Después de todo, la sangrienta guerra, contra pronóstico, se ha llevado por delante al presidente egipcio antes que al sirio. En una entrevista en el diario estatal sirio Ath-Thawra, Bachar el Asad declaró que “lo que está sucediendo en Egipto es la caída de lo que se conoce como el islam político”. “En cualquier parte del mundo, el que utiliza la religión con fines políticos o para beneficiar a unos y no a otros, caerá”, sentenció El Asad.
Irán, sospechosamente, no ha celebrado con salvas la caída del primer presidente electo de Egipto. Morsi no tuvo mejor idea en la histórica visita que realizó a Teherán en agosto de 2012 que denunciar al “régimen opresor sirio” y certificar “que había perdido toda su legitimidad”. Lo hizo en su discurso de apertura de la cumbre de Países No Alineados en la capital iraní. “La revolución en Egipto fue uno de los pilares de la primavera árabe. Comenzó unos días después que en Túnez, fue seguida por Libia y Yemen y más tarde por la revolución en Siria”, señaló Morsi, para insistir en que “nuestra solidaridad en la lucha que llevan adelante los sirios (...) es un deber moral y una necesidad política y estratégica”.