Los candidatos desperdician la oportunidad del enfrentamiento televisado
Los ocho participantes se enzarzan en cuatro horas de críticas a Ahmadineyad

Ángeles Espinosa
Dubái, El País
Ni siquiera el recurso a la poesía de Saadi logró animar el largo y tedioso debate televisado que han mantenido los ocho candidatos preseleccionados para disputar las elecciones a la presidencia de Irán. Nada parecido a las acaloradas discusiones a dos bandas que hace cuatro años animaron la campaña. Durante cuatro horas, los aspirantes a relevar a Mahmud Ahmadineyad contestaron por orden aleatorio a las preguntas que un presentador de la primera cadena iba extrayendo de una pecera. Esta primera cita se dedicó a la economía, pero en vez de aportar propuestas originales, los participantes se centraron en criticar al Gobierno saliente y lo único que sugirieron fue reducir la dependencia del petróleo.


“Los eslóganes de Ahmadineyad no han estado al nivel de los resultados”, manifestó Hasan Rohani. El que fuera jefe negociador nuclear al final de la presidencia de Mohamed Jatamí y considerado una persona próxima al descalificado Ali Akbar Hachemi Rafsanyani era presentado en los rótulos como “candidato reformista”, una etiqueta que da una idea de lo que se ha reducido el espectro político.

“Se han gastado 8.000 millones de dólares en importar coches”, denunció Gholam-Ali Hadad-Adel, ex presidente del Parlamento y consuegro del líder supremo, Ali Jamenei, en referencia al Gobierno saliente. Hadad-Adel es uno de los cuatro candidatos calificados de principalistas, término que agrupa al grupo cada vez más pequeño de conservadores que monopoliza el poder (y del que hasta su enfrentamiento con el líder también formaba parte Ahmadineyad). Fue él quien leyó un poema de Saadi, un popular poeta medieval iraní, para defender que no se gaste más de lo que se ingresa.

“El problema de nuestra economía es que no tiene un gerente”, adujo por su parte Mohsen Rezaei, un ex jefe de los Guardianes de la Revolución Islámica que ya se presentó sin éxito a las elecciones de de 2009 y al que los rótulos calificaban de “independiente”.

Pero la atención de los iraníes se centraba en el que parece ser el favorito del sistema, Said Yalilí. Muchos, en especial en el bazar donde se agrupa el empresariado tradicional, desconfían de que el actual jefe negociador nuclear esté preparado para sacar al país de la profunda crisis económica y financiera en que le ha sumido el enfrentamiento con Occidente por el programa atómico y la mala gestión endémica. No es seguro que lograra tranquilizarles.

“Los iraníes se quejan con razón de los elevados índices de inflación y paro”, afirmó Yalilí, quien para solucionar esa situación sugirió que los iraníes “se conviertan en empresarios en vez de empleados”. No dio pistas de cómo lograrlo. También criticó, como el resto de sus contertulios, la factura de las importaciones que se ha multiplicado exponencialmente durante los ocho años de Ahmadineyad.

“¿Por qué importamos productos tres veces más caros y sólo pagamos la mitad a nuestros agricultores”, planteó sin entrar en los problemas de baja productividad como resultado de la falta de acceso a fertilizantes y semillas de buena calidad o la dificultad de obtener créditos, debido a las sanciones financieras internacionales.

A ese respecto, todos los candidatos parecieron estar de acuerdo en la necesidad de reducir la dependencia del petróleo para hacer frente a las sanciones. Sólo el ex jefe de la diplomacia Ali Akbar Velayati mencionó la necesidad de “cambiar las relaciones” con la comunidad internacional.

La puesta en escena tenía toda la parafernalia de un debate electoral al uso, pero el término debate hay que entenderlo de forma laxa. Ante uno de esos paisajes floreados que tanto gustan a los iraníes, con el monte Damavand en el centro y una bandera iraní en la esquina superior izquierda, los ocho candidatos esperaban en sus pupitres, como alumnos aplicados, a que les llegara el turno de intervenir. Uno de los dos presentadores, situados a la izquierda del estrado, iba sacando los nombres de un recipiente de cristal mientras el otro procedía a hacer lo propio con la pregunta correspondiente.

Entonces, el seleccionado se dirigía a un atril colocado en el centro y disponía de dos minutos y medio para contestar. A continuación, mediante el mismo proceso de selección aleatoria, cada uno de los otros candidatos tenía 90 segundos para criticar la propuesta de su rival o aportar sus propias ideas sobre el asunto. Un cronómetro marcaba los tiempos y el presentador cortaba respetuosamente, pero sin contemplaciones al interviniente. Al final, daba otros dos minutos al primero de ellos para resumir y cerrar el tema.

Así se fueron abordando el paro, cómo mejorar las relaciones entre los tres poderes, el problema de la vivienda, la justicia económica, los ingresos del petróleo, los subsidios o la inflación. Después de dos horas y media, hubo un descanso de 15 minutos y prosiguió el boleo entre unos y otros sin que ninguno ofreciera métodos o estrategias para sacar a Irán del callejón sin salida al que le ha llevado su actitud desafiante ante el mundo y su incapacidad para disipar el recelo que suscita su programa nuclear. Finamente, el presentador les sometió a un controvertido test. Varios de los candidatos se han quejado de ese formato y han pedido que se cambie para los dos próximos debates, que abordarán la cultura y la política.

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