La Justicia argentina confirmó que el asesino de Angeles fue el portero del edificio
Buenos Aires, Clarín
Lo hizo la Fiscalía a través de un comunicado oficial. Allí, se detalla que Jorge Mangeri se quebró el sábado ante la fiscal cuando declaraba como testigo del crimen. “Fue sin querer, yo no quise. Mi señora no tuvo nada que ver", dijo el imputado, quien no supo explicar las lesiones que presenta en su torso y cuello. Quedó detenido y se negó a declarar.
La Justicia confirmó esta tarde que Jorge Mangeri (45), el encargado del edificio de Ravignani 2360 donde vivía Angeles Rawson, fue quien asesinó a la joven de 16 años, cuyo cuerpo apareció el martes pasado en una planta de tratamiento de residuos de la Ceamse de José León Suárez.
"Soy el responsable de lo de Ravignani 2360. Fui yo", confesó Mangeri el sábado pasado, acorralado por las insistentes preguntas de la fiscal de la causa, María Paula Asaro, sobre unas extrañas lesiones que tenía en el torso y que no supo justificar. Fue ahí cuando se quebró y soltó una frase del estilo “Fue sin querer, yo no quise. Fue un accidente. Mi señora no tuvo nada que ver en el hecho", aunque aseguró que no abusó sexualmente de la víctima.
Inmediatamente, la fiscal frenó su declaración como testigo del caso y el imputado, que es hasta el momento el único detenido por el crimen de la joven de 16 años, se negó a declarar. En tanto, su familia insiste en que es un “perejil” plantado por la Policía.
La secuencia de este diálogo, clave en el caso, habría comenzado cuando Mangeri (al igual que lo hizo su esposa) denunció ante Asaro que personas no identificadas, presuntamente policías, lo habían secuestrado, quemado con cigarrillos y picaneado en dos episodios ocurridos el jueves y el viernes.
Asaro le explicó que lo iban a revisar los médicos y que también le revisarían los genitales porque las torturas suelen aplicarse allí. Según altas fuentes del caso consultadas por Clarín, el hombre comenzó entonces a ponerse nervioso y balbuceó la frase que cambió su situación procesal.
“Luego se lo revisó. Lo que los médicos dicen es que tiene rasguños en el torso, pero que éstos intentaron ser tapados con una especie de ácido que provocaron otras marcas”, sostuvieron las fuentes.
Cuando Mangeri soltó la frase incriminatoria, la fiscal Asaro hizo lo que marca la ley: le dijo al hombre que no hablara más como testigo, lo relevó de su obligación de decir la verdad (requisito indispensable de una testimonial) y lo imputó formalmente del crimen. No siguió declarando porque no tenía abogado defensor.
Por eso Mangeri se fue esposado de la fiscalía. El sábado, el juez de la causa lo llamó formalmente a indagatoria. Para ese entonces ya estaba representado por el defensor oficial Carlos Garay, quien accedió al expediente y le recomendó que se negara a declarar.
Hoy Mangeri está alojado en una dependencia de la Policía Federal donde le pusieron vigilancia extra. Mientras su familia clama a los cuatro vientos que se trata de “un perejil”, los investigadores judiciales y policiales cifran sus esperanzas en una serie de pericias, fundamentales a la hora de acreditar o descartar la culpabilidad del hasta ahora único detenido del caso.
La más importante de ellas es el análisis de ADN de los restos biológicos tomados debajo de las uñas de la víctima. Se trata de algún fragmento de pelo y tejido. Si el eventual ADN de esas muestras se condice con el del portero, será una prueba fundamental contra él. De lo contrario, el panorama de la fiscalía volvería a complicarse.
El viernes los investigadores mostraban un frente cerrado contra el portero. Sin embargo, más allá de su tenue “confesión” y de algunas circunstancias calificadas como “extrañas”, no tenían ni un escenario del crimen ni una secuencia clara de cómo o por qué Mangeri –que conocía a Angeles desde los 6 años– decidió de repente atacarla, matarla y tirar su cuerpo a la basura.
Los investigadores de Homicidios de la Federal están seguros (por los registros de una cámara de seguridad) de que el lunes a la mañana Angeles entró al edificio de Ravignani al 2300, en el que vivía con su familia.
Pero a partir de allí empiezan las conjeturas. Que si entró a su casa, dejó su morral, se cambió las zapatillas y dejó sus llaves (cosa que niega la empleada doméstica), para luego ser atacada en un lugar aún no determinado. Que si se topó con el portero antes y éste quiso atacarla sexualmente, aunque nada en su comportamiento hasta entonces indicaba ese tipo de conductas. Que si, una vez inconsciente, fue sacada del edificio en un auto o su cuerpo fue sacado del edificio por la noche, camuflado en las bolsas de basura de los vecinos.
Ni siquiera los más fervientes defensores de la teoría que apunta al portero (y a un móvil sexual, concretado o no) pueden llenar los huecos. A partir de la madrugada del sábado los investigadores volvieron sobre sus pasos, concentrándose esta vez en la vida de Mangeri. Todas las sospechas que alguna vez recayeron sobre la familia de Angeles (testigo de identidad reservada incluido) parecen irse diluyendo. No obstante, el móvil del crimen sigue siendo un misterio.
Lo hizo la Fiscalía a través de un comunicado oficial. Allí, se detalla que Jorge Mangeri se quebró el sábado ante la fiscal cuando declaraba como testigo del crimen. “Fue sin querer, yo no quise. Mi señora no tuvo nada que ver", dijo el imputado, quien no supo explicar las lesiones que presenta en su torso y cuello. Quedó detenido y se negó a declarar.
La Justicia confirmó esta tarde que Jorge Mangeri (45), el encargado del edificio de Ravignani 2360 donde vivía Angeles Rawson, fue quien asesinó a la joven de 16 años, cuyo cuerpo apareció el martes pasado en una planta de tratamiento de residuos de la Ceamse de José León Suárez.
"Soy el responsable de lo de Ravignani 2360. Fui yo", confesó Mangeri el sábado pasado, acorralado por las insistentes preguntas de la fiscal de la causa, María Paula Asaro, sobre unas extrañas lesiones que tenía en el torso y que no supo justificar. Fue ahí cuando se quebró y soltó una frase del estilo “Fue sin querer, yo no quise. Fue un accidente. Mi señora no tuvo nada que ver en el hecho", aunque aseguró que no abusó sexualmente de la víctima.
Inmediatamente, la fiscal frenó su declaración como testigo del caso y el imputado, que es hasta el momento el único detenido por el crimen de la joven de 16 años, se negó a declarar. En tanto, su familia insiste en que es un “perejil” plantado por la Policía.
La secuencia de este diálogo, clave en el caso, habría comenzado cuando Mangeri (al igual que lo hizo su esposa) denunció ante Asaro que personas no identificadas, presuntamente policías, lo habían secuestrado, quemado con cigarrillos y picaneado en dos episodios ocurridos el jueves y el viernes.
Asaro le explicó que lo iban a revisar los médicos y que también le revisarían los genitales porque las torturas suelen aplicarse allí. Según altas fuentes del caso consultadas por Clarín, el hombre comenzó entonces a ponerse nervioso y balbuceó la frase que cambió su situación procesal.
“Luego se lo revisó. Lo que los médicos dicen es que tiene rasguños en el torso, pero que éstos intentaron ser tapados con una especie de ácido que provocaron otras marcas”, sostuvieron las fuentes.
Cuando Mangeri soltó la frase incriminatoria, la fiscal Asaro hizo lo que marca la ley: le dijo al hombre que no hablara más como testigo, lo relevó de su obligación de decir la verdad (requisito indispensable de una testimonial) y lo imputó formalmente del crimen. No siguió declarando porque no tenía abogado defensor.
Por eso Mangeri se fue esposado de la fiscalía. El sábado, el juez de la causa lo llamó formalmente a indagatoria. Para ese entonces ya estaba representado por el defensor oficial Carlos Garay, quien accedió al expediente y le recomendó que se negara a declarar.
Hoy Mangeri está alojado en una dependencia de la Policía Federal donde le pusieron vigilancia extra. Mientras su familia clama a los cuatro vientos que se trata de “un perejil”, los investigadores judiciales y policiales cifran sus esperanzas en una serie de pericias, fundamentales a la hora de acreditar o descartar la culpabilidad del hasta ahora único detenido del caso.
La más importante de ellas es el análisis de ADN de los restos biológicos tomados debajo de las uñas de la víctima. Se trata de algún fragmento de pelo y tejido. Si el eventual ADN de esas muestras se condice con el del portero, será una prueba fundamental contra él. De lo contrario, el panorama de la fiscalía volvería a complicarse.
El viernes los investigadores mostraban un frente cerrado contra el portero. Sin embargo, más allá de su tenue “confesión” y de algunas circunstancias calificadas como “extrañas”, no tenían ni un escenario del crimen ni una secuencia clara de cómo o por qué Mangeri –que conocía a Angeles desde los 6 años– decidió de repente atacarla, matarla y tirar su cuerpo a la basura.
Los investigadores de Homicidios de la Federal están seguros (por los registros de una cámara de seguridad) de que el lunes a la mañana Angeles entró al edificio de Ravignani al 2300, en el que vivía con su familia.
Pero a partir de allí empiezan las conjeturas. Que si entró a su casa, dejó su morral, se cambió las zapatillas y dejó sus llaves (cosa que niega la empleada doméstica), para luego ser atacada en un lugar aún no determinado. Que si se topó con el portero antes y éste quiso atacarla sexualmente, aunque nada en su comportamiento hasta entonces indicaba ese tipo de conductas. Que si, una vez inconsciente, fue sacada del edificio en un auto o su cuerpo fue sacado del edificio por la noche, camuflado en las bolsas de basura de los vecinos.
Ni siquiera los más fervientes defensores de la teoría que apunta al portero (y a un móvil sexual, concretado o no) pueden llenar los huecos. A partir de la madrugada del sábado los investigadores volvieron sobre sus pasos, concentrándose esta vez en la vida de Mangeri. Todas las sospechas que alguna vez recayeron sobre la familia de Angeles (testigo de identidad reservada incluido) parecen irse diluyendo. No obstante, el móvil del crimen sigue siendo un misterio.