España alcanzó la final tras agotadora batalla con Italia
Fortaleza, As
Somos España y somos Italia. Capaces de ganar cuando jugamos bien y capaces de vencer cuando lo hacemos mal. Ser campeón tenía esto, venía incluido en la medalla. La suerte, la flor, la buena estrella. Agonizar en la primera parte y vencer en el séptimo penalti de la tanda. Estamos en la final de la Copa Confederaciones y el mérito consiste en haber comenzado a jugar en la prórroga. Pobres italianos, tan irreconocibles en su generosidad y valentía, tan admirables en su planteamiento, y al final con caras tan reconocibles: eran las nuestras de hace años.
El gol de Navas aniquila los últimos fantasmas de los que todavía tememos. Es imposible sentir miedo con un equipo que no lo conoce. Al contrario: la dificultad, la complicación extrema, es un estímulo para estos futbolistas que, además de geniales, son perversos. Jamás pensaron en perder. Más atroz todavía: apostaría a que se divirtieron.
También es de justicia reconocer a Del Bosque. Anoche sorprendió con un cambio que niega para siempre las acusaciones de alineador bonachón. En plena prórroga el Marqués (de Sade) dio entrada a Javi Martínez por Torres y lo colocó de delantero centro. Funcionó porque llegamos más y, sobre todo, porque no perdimos. Un manso no hace ese cambio, un tipo normal no tiene ese ángel.
Festejada la final, el susto es incuestionable. Hemos pasado de dar miedo a Italia a motivarla. Ha ocurrido en dos encuentros y al tercero nos cambiaron la combinación de la caja fuerte. Cuando esperábamos un partido, los italianos nos arrojaron un cubo de Rubik con los cuadros dislocados. Más que cortarnos los pases, jugaron a cortarnos la respiración. Presionaron tan arriba que nos reventaron las espinillas. La consecuencia es que la primera parte fue una agonía. Lo mejor, sobrevivir. Seguir enteros. Aceptar que estar groggy es un estado más placentero que criar malvas.
Italia nos secó las ideas. Fuimos un equipo contra una pared y lo peor llegó al descubrir que la pared avanzaba. Establecida su mayoría en el mediocampo, la selección italiana se aplicó a las infraestructuras: abrió una autopista por la banda derecha y un aeropuerto en el mediocampo. Los italianos parecían más que los nuestros, aproximadamente el doble.
La supervivencia en los primeros 45 minutos se la debemos a la buena fortuna y a su representante en la tierra: Casillas. A los 16 minutos, Iker desvió un cabezazo de Maggio y lo hizo como quien espanta una abeja. Tiempo más tarde repitió ante el mismo cabeceador: en esta ocasión no fue una abeja, sino un enjambre. Los italianos desperdiciaban oportunidades como si no fueran italianos: Gilardino, De Rossi, Marchisio…. Tampoco había nada rácano en su fútbol. Eso resultaba extraño: la inocencia era suya y la pereza nuestra, como si esta vez los zorros vistiéramos de rojo.
Italia nunca supo si estábamos disimulando, o reservando fuerzas, o verdaderamente perdidos. Tampoco el público. Es lógico. En mitad del desierto surgía Iniesta, o alguien que despertaba. Eran buenas razones para no fiarse. Después de un baño táctico y tras un asedio sostenido, Torres pudo marcar al final de la primera parte, al zafarse de Barzagli en un giro extraordinario.
En la segunda mitad, España le puso algo de orden a su famélico partido. Navas entró por un Silva ausente y mejoró ligeramente la mordiente del equipo. Por lo demás, no había cambios sustanciales. Mientras los italianos trataban de desarrollar la fórmula en la pizarra, España seguía mordiendo el lapicero.
Con los bajitos maniatados, Piqué y Ramos se hicieron los baluartes de España. Torres hizo lo propio en la punta del ataque, decidido a pelearse con todos los fratelli de Italia. De pronto, fuimos altos y respiramos mejor. Eso sí: la pelota continuaba siendo una pulga, incontrolable. Una buena noticia: la que jadeaba ahora era Italia.
La última deriva fue a nuestro favor: Piqué pudo marcar en el 84’ y Mata en el 89’. Así nos marchamos a la prórroga, con el campo inclinado hacia la portería de Buffon. Navas probó en el 91’. Giaccherini contestó con un chut al palo en el 92. Entonces Javi Martínez entró por Torres y se colocó de delantero centro. A continuación, y entre temblores y espumarajos, registramos hasta cuatro ocasiones claras de España que incluyeron un par de penaltis.
Los de verdad llegarían después. Catorce lanzamientos sin paradas de los mejores porteros del mundo. Hasta que Bonucci la mandó al cielo y Navas trepó en esa dirección. Siguiente parada, Maracaná. El título es Brasil, no esa copa bonita.
España: Casillas, Arbeloa, Piqué, Sergio Ramos, Jordi Alba, Busquets, Xavi, Iniesta, Silva (Navas, m.52), Pedro (Mata, m.79) y Fernando Torres (Javi Martínez, m.94).
Italia: Buffon, Maggio, Barzagli (Montolivo, m.46), Bonucci, Chiellini, Giaccherini, Pirlo, De Rossi, Candreva, Marchisio (Aquilani, m.79) y Gilardino (Giovinco, m.91).
Tanda de penaltis: 1-0: Candreva. 1-1: Xavi. 2-1: Aquilani. 2-2: Iniesta. 3-2: De Rossi. 3-3: Piqué. 4-3: Giovinco. 4-4: Ramos. 5-4: Pirlo. 5-5: Mata. 6-5: Montolivo. 6-6: Busquets. 6-6: Bonucci. 6-7: Navas.
Árbitro: Howard Webb (ING). Amonestó a Piqué (105) por España, y a De Rossi (65) por Italia.
Incidencias: partido de semifinales de la Copa Confederaciones, disputado en el estadio Castelão ante la presencia de 59.000 espectadores. Los capitanes Casillas y Buffon leyeron en los prolegómenos del partido un manifiesto en contra del racismo. Italia portó brazaletes negros en memoria de Stefano Borgonovo.