Wilstermann no tuvo piedad del pobre La Paz




En otra explosión goleadora, Wilstermann aplastó a La Paz por 7-0 con la exultante figura de Lucas de Francesco.

José Vladimir Nogales
La Paz, que tiene una de las defensas más goleadas del torneo y se fue cayendo a trozos por los problemas económicos del club, quiso ser generosa, evitó trampear el partido y salió escaldada porque recibió goles de todos los colores: “hat trick” de un pletórico De Francesco, acompañado por otros dos de Andaveris, uno de Salinas y otro de Berodia. Wilstermann, que logró su mayor goleada de la temporada con el dígito del número siete, volvió a exhibir una descomunal contundencia que, por momentos, escasa relación guarda con sus intermitencias, amnesia futbolística e imperfecciones.


La Paz, una suerte de muerto insepulto que vaga errante por la vida, quiso jugar de tú a tú a Wilstermann y escogió el peor día porque De Francesco estuvo sobresaliente. Después de haber jugado partidos apagado, desenchufado, como si llevara auriculares y se olvidara del mundo, el argentino pasó a ser un futbolista determinante que mueve y altera, para bien, la hermenéutica robótica y rígida que existía bajo la conducción de Andrada. De Francesco (de escasa participación en días de Soria y Andrada) fue importante ante Bolívar y este sábado repitió con tres goles, plenos de fortuna y oportunismo. Todo Wilstermann pivoteó alrededor de él y se constató, desde el partido con Bolívar, que existe mayor predisposición colectiva, otra hermenéutica, una idea más participativa para hacer rodar el balón y conjuncionar las respuestas individuales.

Pese a la baja por lesión de Aparicio, la dupla Carballo-Taborga no varió los planes y repitió la formación que aplastó a Bolívar (con la excepción de Suárez, que volvió al arco) y decidió mantener las líneas adelante para presionar a La Paz y que estuviera incómodo y no pudiera sacar con fluidez el balón desde su área. El guión le funcionó un rato: Wilstermann presionó sobre la salida e invitó a que Ayala y Alaca, ante la ausencia de volantes con manejo, subieran la pelota. La Paz se atascó al principio y le costó crear ocasiones. Pero, tras el arreón inicial, Wilstermann perdió compostura. Berodia quedó desconectado como enganche de un equipo demasiado largo. Ni los volantes externos le ayudaban por detrás ni los delanteros por delante. A falta de entrejuego, sin capacidad para ocupar las bandas, practicaba un fútbol directo insustancial. Tan fácil se lo puso al contrario que el cuadro rojo, con la evidencia de sus limitaciones, se abandonó de mala manera y durante un rato quedó expuesto a la determinación paceña, sobre todo en las pelotas cruzadas, bien manejadas siempre por Yasmany Duk. Por un momento pareció que La Paz podía meterse en el partido. De hecho lo hizo, porque tomó la pelota y ganó posiciones en territorio enemigo. Y aunque sus recursos no alcanzaban para edificar algo concreto con la pelota, lo poco que tuvo bastó para exigir a Suárez.

Muy bien puesto y agrupado, el equipo paceño gobernó hasta cerca del descanso con una suficiencia llamativa. Wilstermann no dio señales de vida. Fue un equipo prisionero de su ansiedad, incapaz de jugar, entregado a un ejercicio de sufrimiento más que de supervivencia. Los argumentos eran muy pobres. El centro del campo no funcionaba por la falta de gravitación de Andaveris, la escasa inspiración de Berodia (pobremente abastecido) y la minúscula consistencia de Romero. Hay jugadores que deberían venir con libro de instrucciones. A Romero, por ejemplo, cuesta adivinarle la especialidad. Tiene talento (disparo, regate, pase), pero le desborda la dirección. Aparece poco, casi nunca se muestra libre y exhibe pereza para acompañar desde atrás, una vez que el balón supera su posición.

El caso es que Wilstermann no tenía ni timonel ni juego por las bandas, sólo De Francesco se desprendía a espaldas de los defensas para lo que fuera menester. Y se necesitaba un gol, el que se inventó él, no con poca fortuna.

El gol abrió el partido. La estoica resistencia de La Paz quedó despedazada. De nada valían 36 minutos de tarea ahora infecunda. Es muy probable que los visitantes acabaran algo confusos. Mientras el partido estuvo vivo, lo controló el invitado. Aquellos olvidados 36 minutos, los primeros. Lo fácil sería comentar que en ese tramo sólo le faltó el gol. Y jugar después con lo que insinuaba Duk. Sin embargo, a su equipo no le faltó tanto el gol como lo inmediatamente anterior, el pase o el regate, la acción que desequilibra y retira el velo. Cumplidas las tareas de la defensa y del centro del campo nadie consiguió hacer fuego, apenas chispas.

Otra vez el partido del lado de Wilstermann y de nuevo gol de De Francesco. En esta ocasión fue insospechado: balón llovido al área de Peña y cabezazo de Salinas hacia atrás, para el ingreso del atacante argentino. Su disparo, desviado por una pierna imprudente, acabó en la red. 2-0 antes del descanso.

Acudió Wilstermann a la segunda parte del envite con otra propuesta futbolística. No tanto anímica (reforzada por la doble ventaja) como por la idea de juego. Presionando y recuperando balones, tocando en corto, con una alta velocidad de pelota y abriendo el juego por todo el arco del área. Y todo pasando por el pivoteo de De Franceso, la movilidad de Romero y Andaveris y el manejo de Berodia. El partido estaba ya decidido y nada cambió en la reanudación. Sólo los goles, que fueron cayendo como fruta madura y con la precisión de un reloj. Un desborde de Salinas culminó en un centro pasado que Andaveris impactó de cabeza en el segundo palo. El balón, sin llevar excesiva potencia, se escurrió como agua entre los dedos del golero Peña. Al rato, el mismo Andaveris elevó a cuatro las cifras con un potente disparo cruzado desde la izquierda.

Coronando una tarde magnífica, que provocó que la gente coreara su nombre y hasta aplaudiera a rabiar, De Francesco metió el quinto, empujando a la red una letal internada de Salinas, que alcanzó la raya y cedió para atrás. Fue inútil la estirada de Peña, sorprendido quizá porque esperaba un disparo al arco y no un pase retrasado. La Paz estaba desarbolado. No tenía ni recursos ni alma para esbozar reacción alguna, aún tímida. Lo que quedaba de partido habría de ser sufrimiento puro, un lacerante calvario. Y Wilstermann no denotaba hartazgo con el nuevo atracón de goles. Exhibía el sadismo de las fieras. Olía sangre y quería más. No había compasión por el desahuciado. Un zombie a esta hora. Todo le salió tan bien a Wilstermann que hasta Salinas vio cumplida su obsesión de marcar un gol —lleva menos anotados que situaciones despilfarradas— al recoger un balón náufrago en la puerta del área paceña. Con el arquero jugado, colocó el balón por sobre su cuerpo para establecer el 6-0. Y Berodia, por segundo día, mimó su autoestima con otro gol (taco de Salinas y disparo cruzado). Y todo eso sin Aparicio, coreado como un salvador no hace tanto, y que no estuvo ni en el banquillo a causa de una lesión.

WILSTERMANN: Hugo Suárez, Maximiliano Andrada, Edward Zenteno, Daniel Garzón, Gerson García, Luis Carlos Paz (Rojas), Sebastián Romero (Galindo),Augusto Andaveris, Gerardo García Berodia, Lucas DeFrancesco, Pablo Salinas

LA PAZ FC: Junior Peña, Jorge Cortez, Rómulo Alaca, Abraham Cabrera, Daniel Mancilla (Delgadillo), Juan Enrique Bustillos (Trigo), Hermann Soliz, Carlos Marandipi, Diego Navarro, Yasmani Duk, Rómulo Charrupi (Ibañez).

Árbitro: Álvaro campos (OR)
Estadio Félix Capriles
Público: 2.974 personas
Recaudación: 43.920 Bs.

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