¿Fue habitable Marte?

Los hallazgos de los robots ‘Curiosity’ y ‘Opportunity’ indican que el planeta pudo acoger diferentes formas vivas

Alberto González Fairén, El País
El vehículo Curiosity, explorando el planeta Marte, ha descubierto que el fondo del cráter Gale, donde se encuentra, fue un lugar habitable para organismos del tipo de los que habitamos la Tierra en algún momento durante las primeras fases de la evolución geológica marciana. En aquel tiempo, el suelo y las rocas de Gale se vieron alterados por la presencia de agua en cantidades importantes y, además, estas masas acuosas no eran ni excesivamente ácidas ni muy saladas. Se trata sin duda de un descubrimiento extraordinario, especialmente para un robot que no lleva ni diez meses trabajando en Marte.


Pero el relato de los hallazgos de Curiosity suele ir acompañado con el argumento de que su predecesor, el rover Opportunity, está explorando una región marciana hostil para formas vivas similares a las terrestres. Esta afirmación se fundamenta en los propios descubrimientos del Opportunity, que lleva más de nueve años analizando las planicies de Meridiani. El suelo y el subsuelo de Meridiani también fueron alterados por agua líquida en tiempos remotos, pero en este caso el agua era ácida y salada, lo que ha servido para extender la noción de que Meridiani nunca fue habitable. Esta idea se incorpora con frecuencia a la narración del viaje del Curiosity, y sirve para sugerir que en el Marte primitivo existieron entornos habitables y no habitables, resaltando así, por contraposición, la importancia de los descubrimientos en el cráter Gale. Pero esta valoración es errónea, y es importante analizar por qué lo es.

Diversos modelos geoquímicos nos han ayudado a reconstruir las características del agua primitiva de Meridiani a partir de las rocas analizadas por el Opportunity, y así hemos descubierto que era agua salada y ácida.

En la Tierra conocemos una gran cantidad y variedad de masas de agua con elevadas acidez y salinidad, comparables o incluso superiores a las que caracterizaban los entornos acuosos de Meridiani. En estos lugares, la vida es abundante y diversa. Podemos fijarnos, por ejemplo, en los ambientes ácidos más extensos de la Tierra, como los lagos ácidos de la región del río Yilgarn, en Australia Occidental. Allí, algunos lagos tienen un pH muy bajo, en algunos casos cerca de 1.5. Otro enclave con acidez extrema en la Tierra lo constituyen algunas de las fuentes del río Tinto, en Huelva, que llegan a alcanzar un pH de tan sólo 1. En las aguas del Tinto la biodiversidad es extraordinaria: se han descrito más de mil especies distintas de hongos y un centenar de algas, además de protistas y bacterias.

En lo que se refiere a entornos salinos, en la Tierra existen masas de agua estables muy saladas, como por ejemplo el lago Assal, en la República de Yibuti, que contiene hasta un 40% de sales. Otros lagos con más del 30% de sal en su composición son el Mar Muerto, entre Jordania, Palestina e Israel; o el Gran Lago Salado, en Utah, Estados Unidos. Los lagos salados albergan una gran riqueza de comunidades de seres vivos, entre otras cosas, por la disponibilidad de nutrientes y por la escasez de predadores.

Estos entornos ácidos y salados están habitados por comunidades densas y diversas, que incluyen diferentes especies de bacterias, arqueas, algas y hongos. Además, aún no sabemos si la vida en la Tierra se originó precisamente en lugares con elevadas acidez y/o salinidad, o en entornos menos extremos. Ambos escenarios han sido contemplados en diferentes hipótesis. Es evidente que, en el primer supuesto, carece de sentido poner en duda la habitabilidad de Meridiani en el pasado.

Pero la hipótesis de que la vida no puede formarse en entornos extremos, y que por lo tanto sólo puede adaptarse a ellos y colonizarlos una vez que se ha originado en un ambiente no extremo, tampoco parece un argumento de peso para borrar a Meridiani del mapa de los posibles lugares habitables en el Marte primitivo. El Curiosity y el Opportunity están colaborando para revelar una historia del agua en Marte hasta ahora desconocida: los sedimentos más antiguos en los lugares de estudio de ambos vehículos coinciden en mostrarnos un planeta muy húmedo en origen, con un ciclo hídrico posiblemente global, caracterizado por aguas generalmente ni saladas ni ácidas. Algunos cientos de millones de años después de su formación, Marte perdió la mayoría de su atmósfera y de su hidrosfera, y el agua en superficie se tornó escasa y, entonces sí, ácida y salada. Por lo tanto, es muy posible que Meridiani evolucionara desde un estado primitivo, caracterizado por la presencia de aguas no excesivamente saladas ni ácidas, hasta convertirse en un entorno tan extremo y exótico en el Marte antiguo como puedan serlo el lago Assal o el río Tinto en la Tierra hoy. Pero, de ser así, es evidentemente insostenible catalogarlo como hostil para la vida en ninguna de las fases de su evolución geoquímica, ya que los posibles habitantes originales de Meridiani habrían tenido la oportunidad de adaptarse a las nuevas condiciones impuestas por la transición hacia la acidez y salinidad elevadas.

No parece que la mejor estrategia en el intento de destacar las enormes posibilidades que ofrecía el cráter Gale para el establecimiento de comunidades biológicas en el pasado sea precisamente infravalorar la importancia astrobiológica de Meridiani.

Las dos regiones son esenciales para que podamos reconstruir la evolución de Marte, justamente porque se trata de dos entornos habitables que ofrecieron condiciones favorables para la vida en momentos y lugares muy distantes durante la temprana historia geológica del planeta. Además, las diferencias entre ambas regiones permiten aventurar que, en conjunto, hubieran podido acoger una gran variedad de formas vivas semejantes a las terrestres, de manera similar a como distintos organismos habitan entornos extraordinariamente diferentes en la Tierra. Es innecesario recurrir a argumentos competitivos cuando comentamos los descubrimientos de nuestros vehículos en Marte: sólo tenemos dos.

Alberto González Fairén es investigador en el Departamento de Astronomía de la Universidad Cornell, en Nueva York (EE.UU.), y es miembro de los equipos científicos de los vehículos de exploración planetaria Curiosity y Opportunity.

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