El PP da un rotundo portazo a Aznar
El entorno de Rajoy ve desleal al expresidente y dolido por la falta de apoyo en Gürtel
El presidente ignora a su mentor pero contesta: “No cambiaré mi política”
Carlos E. Cué
Bruselas, El País
La relación entre José María Aznar y Mariano Rajoy, entre aznaristas y marianistas, explica buena parte de la historia reciente del PP. Y ese complejo lazo, ya muy debilitado, pareció romperse definitivamente este miércoles, después de que el expresidente acusara a Rajoy de no tener un proyecto definido y amagara con volver. La indignación era palpable entre los fieles del presidente. Muchos salieron en tromba a mostrar la soledad de Aznar. Otros, como el propio Rajoy, prefirieron ignorarle y asegurar que diga lo que diga van a seguir por la misma ruta. Pero todos dejaron claro una cosa: Aznar está solo y este miércoles el PP le cerró cualquier puerta a la idea de que vuelva. Es más, el expresidente se llevó un portazo del partido que prácticamente creó a su imagen y semejanza en los 90, tras la refundación. Al menos de la mayoría de sus dirigentes.
El análisis más extendido entre los marianistas consultados era muy duro: Aznar fue desleal, irresponsable, decían, pero sobre todo le veían con una motivación oscura: enrabietado porque nadie del PP ni del Gobierno ha salido a defender su imagen cuando se están publicando informaciones que le afectan directamente y muestran su vinculación y la de su familia con Francisco Correa, el cabecilla de la trama, y los importantes sobresueldos del PP —legales y declarados a Hacienda, según explicó— que cobró quien llegó al poder con el lema “paro, despilfarro y corrupción”.
Los aznaristas, por el contrario, agazapados, en minoría en el PP y más silenciosos, estaban satisfechos al ver que alguien se había atrevido a decir en alto lo que ellos piensan: esto es, que Rajoy no está cumpliendo el programa electoral, que no tiene proyecto claro, que no se atreve a hacer las reformas más duras por miedo a un estallido social. Que no se anima a usar la mayoría absoluta que tiene.
Sin embargo la realidad es que Rajoy, que lleva casi 10 años al frente del PP y ha ido cambiando las estructuras de poder nacional y territorial con personas de su confianza —solo se le escapa la isla de Madrid y ya parece más controlada con un Ignacio González más dispuesto a colaborar que Esperanza Aguirre— controla de momento el PP. González, que hasta hace poco era el más crítico con Rajoy pero ha suavizado su discurso, fue el único de los barones que reivindicó al expresidente, aunque con cierta cautela.
Pero el control de los marianistas es evidente. Y por tanto Aznar, que tiene fieles históricos pero cada vez más detractores, ya no tiene peso en la organización para montar ninguna revolución interna, analizan diversos dirigentes de varias sensibilidades. Revolucionará a los medios, descolocará a muchos militantes que le consideran aún un referente, pero no puede atacar el poder de Rajoy, y menos ahora en La Moncloa, insisten. Y la reacción de este miércoles, no solo de diputados importantes e históricos que fueron muy cercanos a Aznar como Jesús Posada —“las cosas se van para no volver” llegó a decir— sino sobre todo de dirigentes regionales, prueba esa soledad, explican. El lunes, en cualquier caso, habrá una nueva prueba de fuego: Aznar tiene previsto intervenir en una sala del Congreso en la presentación de tres libros de FAES sobre grandes líderes como Cánovas del Castillo. Presencias, ausencias y discursos serán analizados con lupa.
Hay algo en lo que coinciden marianistas y aznaristas: el expresidente está muy molesto, aseguran. No le gusta lo que hace Rajoy, le parece que está desperdiciando la mayoría absoluta. Querría, como otros muchos en el PP, no solo aznaristas, también liberales fieles a Rajoy, bajadas de impuestos ya, reformas más duras, sobre todo de pensiones y seguro de desempleo, y un recorte radical de la administración que implique reducción de empleo público y más despidos. Eso abocaría al enfrentamiento social, justifican en el entorno del presidente. Todo se hará con más calma y buscando la paz social, explican.
Pero además Aznar está dolido, dicen los que le conocen, porque ve que nadie le defiende cuando hay escándalos de Gürtel que afectan a su etapa o a su familia. Muchos dirigentes se han acordado ahora de que nada más empezar el escándalo, en 2009, Ana Botella, reclamó a Rajoy y a los demás, en un Comité Ejecutivo, que se defendiera “el legado” de Aznar y su etapa al frente del PP. Nadie le contestó, pero no se hizo. Y varios años después, Dolores de Cospedal, en enero de este 2013, pronunció su frase: “Que cada uno aguante su vela”. Eso abrió aún más las heridas.
Los marianistas ven ahora que el epicentro de Gürtel está en el entorno de Aznar y tratan de salvar al presidente. Y los aznaristas recuerdan que es Rajoy quien estaba entonces y sigue ahora en la cúpula y quien nombró a Luis Bárcenas como tesorero y le protegió durante meses cuando estalló el escándalo. Además Rajoy también cobró esos polémicos sobresueldos del PP —en 2011 declaró 240.000 euros brutos, 200.000 del PP y 40.000 del Congreso—.
Desde Madrid, los fieles al ahora presidente atacaban de una u otra manera a Aznar. Cristóbal Montoro, aludido por el expresidente, defendió en el pleno del Congreso que no hay margen para bajar impuestos y criticó las “nostalgias” de Aznar, sin mencionarlo. Otros dejaban caer esa idea de la deslealtad, entre ellos Alfonso Alonso, portavoz parlamentario y hombre de la absoluta confianza de la cúpula actual.
Aznar está haciendo con Rajoy algo que Manuel Fraga nunca hizo con él, explicaban algunos diputados. Otros dirigentes y miembros del Gobierno señalaban la enorme irresponsabilidad que en su opinión implica tratar de debilitar a Rajoy en un momento tan delicado para España.
La vicepresidenta, de forma taimada, también lanzó un golpe contra el expresidente al decir que el Gobierno acepta todas las ideas que sirvan para crear empleo. Esto es, no los ataques a su líneas políticas básicas como el que hizo Aznar. El mensaje en cualquier caso, también de Soraya Sáenz de Santamaría, era claro: el Gobierno va a seguir con su política diga lo que diga el presidente de honor del PP.
Y tras lanzar a su tropa a amortiguar a Aznar y el enorme impacto que tuvieron sus palabras no solo en el PP sino en todo el mundo político —el PSOE lo aprovechó en el Congreso para asegurar que a Rajoy “se le va el país de las manos” porque hasta su presidente de honor dice que no tiene proyecto— el presidente Rajoy comparecía en Bruselas visiblemente tranquilo y dispuesto a jugar con los periodistas.
Rajoy exhibió su resistencia, una de las virtudes que más le destacan los suyos. Estaba decidido a no hablar de Aznar, y esquivó hasta seis preguntas sobre el asunto, al final con un gran punto de ironía también característica suya. Por no decir, ni siquiera quiso aclarar si vio la entrevista, aunque es poco probable que no lo hiciera: “No van a encontrarme en ninguna polémica con un expresidente y menos con el presidente Aznar. Me tengo que preocupar de lo que me tengo que preocupar”. Pero sí lanzó una respuesta clara: “No voy a cambiar mi política, si no estaría engañando a los españoles, estoy haciendo lo que hay que hacer. Voy a mantener el rumbo y el ritmo”. Esta semana Rajoy aprobará la ley de emprendedores. Y esperará a que escampe este aguacero.
El presidente ignora a su mentor pero contesta: “No cambiaré mi política”
Carlos E. Cué
Bruselas, El País
La relación entre José María Aznar y Mariano Rajoy, entre aznaristas y marianistas, explica buena parte de la historia reciente del PP. Y ese complejo lazo, ya muy debilitado, pareció romperse definitivamente este miércoles, después de que el expresidente acusara a Rajoy de no tener un proyecto definido y amagara con volver. La indignación era palpable entre los fieles del presidente. Muchos salieron en tromba a mostrar la soledad de Aznar. Otros, como el propio Rajoy, prefirieron ignorarle y asegurar que diga lo que diga van a seguir por la misma ruta. Pero todos dejaron claro una cosa: Aznar está solo y este miércoles el PP le cerró cualquier puerta a la idea de que vuelva. Es más, el expresidente se llevó un portazo del partido que prácticamente creó a su imagen y semejanza en los 90, tras la refundación. Al menos de la mayoría de sus dirigentes.
El análisis más extendido entre los marianistas consultados era muy duro: Aznar fue desleal, irresponsable, decían, pero sobre todo le veían con una motivación oscura: enrabietado porque nadie del PP ni del Gobierno ha salido a defender su imagen cuando se están publicando informaciones que le afectan directamente y muestran su vinculación y la de su familia con Francisco Correa, el cabecilla de la trama, y los importantes sobresueldos del PP —legales y declarados a Hacienda, según explicó— que cobró quien llegó al poder con el lema “paro, despilfarro y corrupción”.
Los aznaristas, por el contrario, agazapados, en minoría en el PP y más silenciosos, estaban satisfechos al ver que alguien se había atrevido a decir en alto lo que ellos piensan: esto es, que Rajoy no está cumpliendo el programa electoral, que no tiene proyecto claro, que no se atreve a hacer las reformas más duras por miedo a un estallido social. Que no se anima a usar la mayoría absoluta que tiene.
Sin embargo la realidad es que Rajoy, que lleva casi 10 años al frente del PP y ha ido cambiando las estructuras de poder nacional y territorial con personas de su confianza —solo se le escapa la isla de Madrid y ya parece más controlada con un Ignacio González más dispuesto a colaborar que Esperanza Aguirre— controla de momento el PP. González, que hasta hace poco era el más crítico con Rajoy pero ha suavizado su discurso, fue el único de los barones que reivindicó al expresidente, aunque con cierta cautela.
Pero el control de los marianistas es evidente. Y por tanto Aznar, que tiene fieles históricos pero cada vez más detractores, ya no tiene peso en la organización para montar ninguna revolución interna, analizan diversos dirigentes de varias sensibilidades. Revolucionará a los medios, descolocará a muchos militantes que le consideran aún un referente, pero no puede atacar el poder de Rajoy, y menos ahora en La Moncloa, insisten. Y la reacción de este miércoles, no solo de diputados importantes e históricos que fueron muy cercanos a Aznar como Jesús Posada —“las cosas se van para no volver” llegó a decir— sino sobre todo de dirigentes regionales, prueba esa soledad, explican. El lunes, en cualquier caso, habrá una nueva prueba de fuego: Aznar tiene previsto intervenir en una sala del Congreso en la presentación de tres libros de FAES sobre grandes líderes como Cánovas del Castillo. Presencias, ausencias y discursos serán analizados con lupa.
Hay algo en lo que coinciden marianistas y aznaristas: el expresidente está muy molesto, aseguran. No le gusta lo que hace Rajoy, le parece que está desperdiciando la mayoría absoluta. Querría, como otros muchos en el PP, no solo aznaristas, también liberales fieles a Rajoy, bajadas de impuestos ya, reformas más duras, sobre todo de pensiones y seguro de desempleo, y un recorte radical de la administración que implique reducción de empleo público y más despidos. Eso abocaría al enfrentamiento social, justifican en el entorno del presidente. Todo se hará con más calma y buscando la paz social, explican.
Pero además Aznar está dolido, dicen los que le conocen, porque ve que nadie le defiende cuando hay escándalos de Gürtel que afectan a su etapa o a su familia. Muchos dirigentes se han acordado ahora de que nada más empezar el escándalo, en 2009, Ana Botella, reclamó a Rajoy y a los demás, en un Comité Ejecutivo, que se defendiera “el legado” de Aznar y su etapa al frente del PP. Nadie le contestó, pero no se hizo. Y varios años después, Dolores de Cospedal, en enero de este 2013, pronunció su frase: “Que cada uno aguante su vela”. Eso abrió aún más las heridas.
Los marianistas ven ahora que el epicentro de Gürtel está en el entorno de Aznar y tratan de salvar al presidente. Y los aznaristas recuerdan que es Rajoy quien estaba entonces y sigue ahora en la cúpula y quien nombró a Luis Bárcenas como tesorero y le protegió durante meses cuando estalló el escándalo. Además Rajoy también cobró esos polémicos sobresueldos del PP —en 2011 declaró 240.000 euros brutos, 200.000 del PP y 40.000 del Congreso—.
Desde Madrid, los fieles al ahora presidente atacaban de una u otra manera a Aznar. Cristóbal Montoro, aludido por el expresidente, defendió en el pleno del Congreso que no hay margen para bajar impuestos y criticó las “nostalgias” de Aznar, sin mencionarlo. Otros dejaban caer esa idea de la deslealtad, entre ellos Alfonso Alonso, portavoz parlamentario y hombre de la absoluta confianza de la cúpula actual.
Aznar está haciendo con Rajoy algo que Manuel Fraga nunca hizo con él, explicaban algunos diputados. Otros dirigentes y miembros del Gobierno señalaban la enorme irresponsabilidad que en su opinión implica tratar de debilitar a Rajoy en un momento tan delicado para España.
La vicepresidenta, de forma taimada, también lanzó un golpe contra el expresidente al decir que el Gobierno acepta todas las ideas que sirvan para crear empleo. Esto es, no los ataques a su líneas políticas básicas como el que hizo Aznar. El mensaje en cualquier caso, también de Soraya Sáenz de Santamaría, era claro: el Gobierno va a seguir con su política diga lo que diga el presidente de honor del PP.
Y tras lanzar a su tropa a amortiguar a Aznar y el enorme impacto que tuvieron sus palabras no solo en el PP sino en todo el mundo político —el PSOE lo aprovechó en el Congreso para asegurar que a Rajoy “se le va el país de las manos” porque hasta su presidente de honor dice que no tiene proyecto— el presidente Rajoy comparecía en Bruselas visiblemente tranquilo y dispuesto a jugar con los periodistas.
Rajoy exhibió su resistencia, una de las virtudes que más le destacan los suyos. Estaba decidido a no hablar de Aznar, y esquivó hasta seis preguntas sobre el asunto, al final con un gran punto de ironía también característica suya. Por no decir, ni siquiera quiso aclarar si vio la entrevista, aunque es poco probable que no lo hiciera: “No van a encontrarme en ninguna polémica con un expresidente y menos con el presidente Aznar. Me tengo que preocupar de lo que me tengo que preocupar”. Pero sí lanzó una respuesta clara: “No voy a cambiar mi política, si no estaría engañando a los españoles, estoy haciendo lo que hay que hacer. Voy a mantener el rumbo y el ritmo”. Esta semana Rajoy aprobará la ley de emprendedores. Y esperará a que escampe este aguacero.